Los arcontes son los secuaces de los justicar, listos para actuar en su nombre para cualquier cosa que sirva a sus propósitos y necesidades. Como ningún justicar puede estar en todos los sitios que pudiera querer o necesitar estar, un arconte puede hacer que se sienta (aunque no se vea) su presencia. Los arcontes llevan formando parte de la jerarquía de la Estirpe casi desde la institución de los justicar, aunque no se les dio su nombre oficialmente hasta finales del siglo XVII, introducido probablemente por los Brujah, a causa del origen griego de la palabra. Los arcontes normalmente se eligen de los grupos de anillas y antiguos “jóvenes”, que muestran maneras en sus maniobras en las altas esferas. El título de los Vástagos nombrados para el puesto dura el tiempo que consideren apropiado sus patronos, aunque este patrono puede detentar el cargo en sí, y no la persona que ocupa el puesto. Por otro lado, algunos justicar escogen a personal totalmente nuevo al ser nombrados. Recientemente el nuevo justicar Nosferatu, en una auténtica rabieta paranoica, despidió a todos los arcontes de Petrodon, incluyendo a Horatius Muir, que había servido a Petrodon desde el primer nombramiento de éste.
Horatius no se lo ha tomado muy bien, y sus compañeros arcontes, tanto dentro como fuera del clan, temen que el antiguo arconte se vengue horriblemente por el insulto. No siempre los arcontes entran con paso firme en el Elíseo con su orden en la mano y anuncian que han llegado por un asunto de los justicar. En las ciudades problemáticas, los justicar a menudo necesitan vigilantes u otros agentes silenciosos, y los mejores sencillamente aparecen, hacen su trabajo y se marchan sin necesidad de fanfarrias. Los arcontes no están tan alejados de la no vida de los Vástagos como sus superiores. La mayoría son capaces de mezclarse en los asuntos de la ciudad sin atraer mucha atención y se ganan la confianza de otros, que raramente sospechan que sus nuevos compatriotas son tan poderosos. De vez en cuando, los justicar eligen a arcontes más por su punto de vista particular en un asunto, por sus habilidades o su experiencia política, lo que no siempre encaja con su intención de pasar inadvertidos. Se sabe que algunos príncipes se oponen a dichos topos, pero las protestas excesivas llaman la atención del justicar que quiere saber lo que pudiera estar ocultando ese príncipe ruidoso.
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