03 - Córdoba

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3 de Julio de 1194: Abandonamos Granada a caballo, siguiendo el curso del río Genil durante la mayor parte del trayecto. No deseaba confiar mi seguridad a un barquero y a su tripulación cuando mi propio barco y mi tripulación estaban a dos semanas de viaje. Tras una semana de sombrío viaje a lomos de un caballo, que nuestras monturas recorriesen con cuidado en el serpenteante sendero del río y tras virar hacia el norte a través de las últimas estribaciones de la Siena Nevada, avistamos la hermosa ciudad de Córdoba en los troncos del río Guadalquivir.

A pesar de que mi corazón se elevó al ver sus minaretes familiares y sus elevados muros. observé que la ciudad no era tan prístina como antaño, los segmentos del muro carentes de valor estratégico estaban deteriorados. Al entrar en las murallas, vi escombros en los márgenes de las calles, y niños huérfanos correteando por los callejones. En la guerra civil que aqueja a Córdoba, muchos aspirantes a califa se han adueñado de la ciudad, deseándola cada uno de ellos como joya de su reino. Aun así, la ciudad rebosa gente: miles de Cainitas podían establecer su residencia aquí.

De hecho, a medida que nos acercábamos a la madina, casi nos dio la impresión que había miles de ellos. Cainitas repugnantes merodeaban por los callejones para acechar en los orfanatos. Guerreros de mi clan velaban por los guardianes de la ciudad con ojos risueños. De vez en cuando llegaba a mis sensibles oídos una música demasiado hábilmente interpretada como para proceder de la mano de un hombre. Aunque un tanto asombrado por la proliferación de actividad vampirica, mi principal prioridad era, como siempre, la de visitar la Gran Mezquita en el corazón de la ciudad.

Los omeyas construyeron la Gran Mezquita a finales del siglo dieciocho. Es el monumento sagrado más grande del mundo islámico. Mi sire me ha hablado de cómo presenció el levantamiento de los cimientos de este glorioso edificio: envidio la oportunidad de haber presenciado un momento tan importante, ¡por no mencionar la increíble oportunidad para obtener beneficio que debió de existir para un traficante de materiales raros astuto!. El sagrado recinto forma un vasto rectángulo que probablemente tarden en recorrerse varios minutos. Primero me adentré en el Patio de los Naranjos, respirando profundamente el aroma de las flores de azahar que brotaban de los árboles en eclosión incluso cuando sus capullos se abatían contra la oscuridad. Los claustros rodeaban el patio al norte, al este y al oeste, sin iluminación pero repletos de los susurrantes sonidos de la respiración al dormir y de oraciones murmuradas.

Atravesando el patio hacia el sur, me interné en un profundo santuario con un techo abovedado y sostenido por pilares tan anchos como robles, esculpidos en piedras preciosas: pórfido, jaspe y mármol de colores exquisitos. El ocasional haz de luz de las estrellas o el parpadeo de una antorcha fulguraban a través de los recintos de cristal de los pilares. Nunca había contado los pilares del santuario, y no me detuve a hacerlo esa noche, pero buscando en la tenue luz podía ver arcos con más pilares sobre ellos, y todavía más arcos y pilares encima. Me detuve en el tercer mihrab, un nicho de oración con un pequeño recoveco octogonal que tenía como techo un único bloque de mármol blanco. Allí, entre mosaicos bizantinos e incrustaciones de oro, oré a Dios, que había hecho posible tal esplendor aquí.

Abandoné la Gran Mezquita con el corazón feliz pero me vi una vez más atribulado por el número de Cainitas que se cruzaron en mi camino al suq y a mis alojamientos. La mayoría de ellos eran jóvenes, supongo (por sus actos y por su falta de modales, más que por algún conocimiento arcano por mi parte). Me admitieron en el suq sin demora: Sanjar ya se había hecho con la documentación necesaria en mi lugar. Me he retirado a mis aposentos para escribir durante lo que queda de noche. Mañana buscaré al Sultán de Córdoba, un venerable árabe llamado Hilel al-Masaari. Vino a la ciudad con los primeros invasores musulmanes en 711 EA y se aseguró de que los ejércitos aprendiesen como desmantelar las construcciones de piedra y prender fuego a la ciudad para eliminar la amenaza Gangrel y Ventrue que acechaba bajo el mandato de los visigodos. Había seguido siendo un gran sultán desde entonces... hasta ahora, según parece, pues los Cainitas corren desenfrenados por las calles.

4 de Julio de 1194: Esta noche he regresado a la madina, donde celebra el sultán de Córdoba sus propias y enigmáticas reuniones cortesanas inmerso en la oscuridad de la Gran Mezquita y las cortes del qadi. No conocí al sultán en persona (y realmente tampoco esperaba hacerlo). Unos intermediarios se encargaron mi presentación formal y darme la bienvenida a la ciudad. Para ser franco, debo admitir que me habría intimidado que el antiguo Cainita realmente se hubiera dignado a aceptar la presentación de alguien relativamente joven como yo.

Sin embargo, no malgasté esa tarde en la corte. Conocí a una joven visir, Enam Al-Dimshaq. He concertado una cita con ella mañana por la tarde para hablar acerca de negocios y política. Las restantes horas de la tarde las he pasado refugiado en el suq con comerciantes mortales negociando nuevamente por dinero con el fin de conseguir que enviaran a nuestro barco ciertos lujos, tales como telas bordadas, fina marroquinería y joyería afiligranada, todo ello de una calidad sin parangón.

5 de Julio de 1194: Esta noche me he reunido con Enam al-Dimshaq, y he hablado con ella durante largo tiempo. Siento una profunda compasión por ella, pues se encuentra en una difícil situación en esta ciudad al ser uno de los pocos Ashirra interesados en mantener la paz. Se mostró bastante amable al invitarme a una práctica morada que se encontraba en una comunidad amurallada, su refugio, decorado con tal selección de alfombras y tapices que simplemente tuve que rendirme a la evidencia de que era una excelente tejedora. Hice numerosos comentarios, los cuales visiblemente le complacieron. Me ofreció usar a sus expertas sirvientes para saciar mi apetito, granjeándose mi cariño (no siempre es fácil alimentarse en un viaje, y no esperaba encontrar sustento en esta ciudad atestada de depredadores). Tras tales gestos de amabilidad me senté a escuchar agradablemente divertido a esta mujer diplomática hablando con detalle acerca de su ciudad elegida y de sus habitantes, buscando las palabras que me transmitieran tanto la información que necesitaría para concluir mis negocias aquí como para sembrar la buena voluntad entre aquellos de los que decía que debíamos entablar conversación. Espero que pueda dar buen uso a tanta buena voluntad como la que es capaz de reservar y en agradecimiento por su hospitalidad y su información, debo permitir que sus buenas palabras se propaguen de forma discreta durante mis negociaciones en este lugar.

De acuerdo con mi anfitriona y mi propia apreciación hay muchos Cainitas en la ciudad. Algunos de ellos son recién llegados, guerreros traídos aquí por la doble promesa de una gloriosa guerra santa y por un derramamiento de sangre incontenible. La mayor parte de aquellas almas marciales son Ashirra, aunque algunos son ciertamente espías del norte o de reinos rivales menores. Un buen número de Majanin y de Malkavian europeos se han infiltrado en Córdoba. Éste es un asunto de gravedad que concierne a aquellos que desean pasar sus no vidas en este lugar. La llegada de lunáticos en tales cantidades se interpreta como un augurio de inminente fracaso. Ciertamente, en cualquier caso, su llegada presagia un cambio, el cual, para los más lentos de mente en nuestra estirpe también puede suponer el fracaso. En la práctica este ingente número de recién llegados está añadiéndose a la ya vasta cifra de población y sumándose a los palpables niveles de temor que engendra el hecho de vivir al borde de la guerra.

Cuando pregunté el porque del elevado número de Cainitas nativos, Enam el-Dimshaq puso objeciones, diciendo solamente que de hecho habían sido creados un gran número de Ashirra y muchos otros en noches recientes. Soy libre de extraer mis propias conclusiones acerca de este asunto y mi opinión es que el Sultán Hilel posee un corazón guerrero, incluso siendo un sultán, así que, naturalmente, empleó el peso de su influencia en los asuntos militares de la ciudad. Gran parte de su influencia ha desaparecido, dejándole poco tiempo para consolidar la restante, debido a la rápida sucesión de sultanes mortales y dictadores a lo largo de la galería del poder en Córdoba (una sucesión que debe de haber ocurrido a velocidad relámpago para las ojos de un Cainita tan antiguo como el Sultán). Como astutos depredadores que somos, las otros residentes nocturnos de la ciudad se han apresurado a hacerse todo el poder que puedan. Embravecidos, han comenzado a hacer alarde de los derechos del sultán sobre la progenie. El Sultán, aferrándose a todo el poder del que es capaz, ha elegido aprobar tal comportamiento de forma tácita, esperando transformar la desobediencia en el apoyo debido. No creo que sea una sabia elección, mas yo no soy el consejero del sultán.


Antes de guiarme a una lectura de poesía, la cual prometió que me resultaría entretenida, mi anfitriona me pidió lo que ella consideraba un gran favor. Accedí encantado, quizá por mi actitud. Me pidió que en caso de que estuviera presente en el acto un Cainita latino llamado Junius, no hablara con él acerca del estado político actual. Parece que el milenario Ventrue el cual ha sobrevivido aquí a las invasiones de los Visigodos y de los moros, se ha enamorado del Islam en los siglos recientes, pero no en un sentido religioso que pudiera animarle a convertirse. Más bien, experimentaba un aprecio intelectual por el arte de construir edificios, y ve que nuestra religión, nuestras leyes y nuestra comunidad han proporcionado un firme marco para un imperio que compite con el de Roma. Junius, inmerso en sus cavilaciones, todavía no se ha dado cuenta de que ahondan los califas y los imanes. Sus amigos y aliados Ashirra prefieren, por el momento, dejar las cosas como están. Debo mostrar mi acuerdo en que es prudente no mezclarse en las extravagancias de los muertos milenarios.

Entonces nos internamos en la noche para festejar en honor de Aighar akhu Quzman, un poeta que había sido recientemente liberado del tutelaje de su sire. El atípico nombre del joven cainita no rinde homenaje a su sire, sino a su mentor, el magistral poeta mortal ibn Quzman, fallecido desde hacia muchas décadas. Aighar, joven en ese momento, fue arrancado de entre los vivos por un Ray'een al-Fen en una mezcla de rabia y pánico por haber dejado escapar la oportunidad de haber inmortalizado al gran cantante en persona. Por fortuna para los Ashirra, el estudiante poseía un talento innato del que seguramente su maestro ya se percató en su momento. Ibn Quzman era tan solo el poéta más novedoso y admirado de toda Córdoba: la afortunada combinación de cultura berebere, europea y árabe en esta zona han dado lugar a una fuente de formas poéticas nuevas y estilos musicales admirados y adoptados por todo del mundo islámico.

Esta comunidad artística tan dinámica ha atraído a Ray'een al-Fen a la zona desde hace años, donde conforman una parte respetable de la comunidad Ashirra. También hacen las veces de anfitriones de los visitantes de la Europa Cristiana, trovadoruchos que han venido a aprender estilos exóticos de escritura en verso arriesgando sus no-vidas. Aighar akhu Quzman nos recitó extractos de sus obras y de las de su mentor. Como había prometido Enam al-Dinshaq, disfrutamos la noche. Tal y como me había advertido, me encontré con el antiguo Junius, con el cual charlé brevemente acerca del tiempo y de la arquitectura.

7 de Julio de 1194: Han pasado muchas noches desde aquella agradable velada vespertina de poesía. Mis negocios aquí han concluido, tomando un cariz insospechado. Se ha extendido la noticia de que estoy en el mercado buscando artículos de calidad. Un librero del palacio suq se acercó a Sanjar durante el día con la intención de preguntarle si yo estaría interesado en algunos tomos que tenía en su tienda. Mi socio concretó una reunión vespertina y me dirigí al palacio tan pronto como se puso el sol. El edificio construido por los Omeyas, el Maddinat al-Zahara, se encuentra en la otra orilla del Guadalquivir. Los vestigios de un gran puente romano han sido reconstruidos al estilo árabe. Ha sido tradicional, desde tiempos de ese gran califato, que los políticos y los militares poderosos se instalen recluidos a escasa distancia de las ciudades que gobiernan, puede que para que no se desatara sobre ellos inmediatamente la ira de los hombres al hacerse eco de sus escarceos con las mujeres y con el vino. Fuera por la razón que fuese, el palacio habitualmente posee un mercado propio a conveniencia de aquellos que viven y trabajan allí. En aquellos suq se podían hallar bienes de calidad óptima difíciles de conseguir en otros lugares.

La reputación de mi contacto consiguió que pudiera ser admitido en el suq a pesar de que muchas tiendas estaban cerradas durante la noche. Al brillo de las lámparas, se me permitió acceder a la tienda del librero, el cual me mostró los artículos que había reservado para mi. Realmente me impresionó lo que había expuesto ante mis ojos. Afortunadamente, poseo más años de práctica en disimular ese tipo de emociones que cualquier comerciante que alardee de ello. Los artículos que había expuesto cuidadosamente eran obras sacras iluminadas (el texto completo del Qur'an y otros libros) que parecían haber sido elaborados por la misma mano privilegiada. Los libros estaban encuadernados de forma sublime en piel y oro grabado. Pregunté por qué primero el propietario y después el librero estaban dispuestos a desprenderse de estos objetos. Contestó que el deseo del propietario había sido que estos preciosos artefactos se sacasen de Córdoba y llevasen a un lugar seguro donde fueran admirados y usados antes de que existiera la posibilidad de que cayeran en manos de cristianos maleantes. Me vi de nuevo sorprendido cuando me dijo el precio, y comprobé que iba a la par que su noble intención, uno que yo podía pagar fácilmente pero por el que nunca soñaría vender tales obras. El trato concluyó rápidamente y de forma agradable. De vuelta a mis aposentos, con los extraordinarios libros envueltos y asegurados solo puedo desear que no haya
participado de forma involuntaria en algún delito atroz de homicidio o hurto por haber adquirido esos artículos. Me avergüenza tener esos pensamientos, más aún teniendo en cuenta que probablemente los motivos del librero son puros.

Mientras volvía del Maddinat al-Zahara, una figura detestable atrajo mi atención: un Nosferatu, pero uno que deseaba ser visto, puesto que yo no estoy a la altura de los maestros del sigilo. La criatura me indicó por señas que me aproximara a ella; ocultando mi repugnancia, avancé unos cuantos pasos por cortesía. Reconocí el rastro marcado por horribles cicatrices gracias a una descripción proporcionada por Enam al-Dinshaq. Le había llamado Al-Wali, e incluso hablaba casi con cierto cariño por ser una importante fuente de información. Tragándome mi desagrado, me acerqué a la criatura, la cual me condujo con agrado durante un corto trayecto hasta lo que parecía ser su guarida. Me ofreció una rata aún caliente pero que ya empezaba a enfriarse. Decliné el ofrecimiento y mi "anfitrión" devoró su pequeña vianda con deleite. Mientras cenaba, me hizo numerosas preguntas acerca de dónde había estado recientemente y a dónde pretendía ir. Aunque rehusé educadamente a compartir cualquier tipo de detalle acerca de mi próxima ruta, la criatura expuso ampliamente sus opiniones acerca de los difíciles momentos por los que estaba pasando Córdoba. Sugirió después de pedir disculpes a mi clan que el Sultán realmente estaba fomentando la proliferación de neonatos en la ciudad, con la intención de emplearlos contra cualquier fuerza invasora cristiana. Aunque me excusé de la delicada conversación, tan pronto como me fue posible, me pregunto si la estimación de Al-Wali sobre esta situación no encerrará algo de verdad. Solamente puedo esperar que Córdoba sobreviva al inminente conflicto. Aquí hay mucho que merece la pena proteger.
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