La unión es sólo el comienzo de la dura lucha a la que ha de enfrentarse la esperanzada momia. Aunque las dos almas se han convertido en una, el cuerpo sigue muerto y el khu va perdiendo poco a poco su conexión con el cadáver. Con una fuerza surgida de la necesidad, el tem-akh hace volver atravesando el Manto a su nuevo espíritu dual. Penetrar la barrera entre mundos provoca la ruptura del khu, por lo que , sin una placenta que mitigue el trauma de la reciente muerte o el trayecto entre los reinos, casi todos los nehem-sen, excepto los más fuertes, se retraen en una especie de hibernación psíquica. Los tem-akh poseen la fuerza para retener su conciencia sólo gracias a varios milenios soportando las penurias del mundo subterráneo. Con una tremenda oleada de energía espiritual y de voluntad, el tem-akh devuelve el cadáver a una apariencia de compostura y le pone en pie, tambaleante. Aunque el alma moderna sigue traumatizada, el espíritu ancestral lucha a olas para transportar el cadáver animado desde el lugar de su fallecimiento hasta un lugar que brilla como un faro: las Tierras de la Fe.
Debe hacer ese trayecto en un mundo que ha cambiado de forma drástica y además el espíritu completivo sabe que debe llegar a las Tierras de la Fe dentro del tradicional plazo funerario de 70 días, o el cuerpo que anima comenzará a pudrirse y el Hechizo de la Vida será inútil. Así comienza la hajj, o peregrinación. Para los muertos recientes, este viaje es a la vez espiritual y mental. Perdiendo y recuperando alternativamente la conciencia, lucha por aceptar su muerte, pero quizá lo más difícil es el lento proceso de asimilación de otro espíritu (y de ser asimilado por él). Para el tem-akh, el trayecto es arduo desde todos los puntos de vista. El espíritu completivo, al igual que el alma moderna, debe alcanzar cierto equilibrio con su nuevo compañero. Además, el antiguo fragmento egipcio debe conducir un cadáver andante a través de un mundo que ya no reconoce por el paso de los milenios Al no poseer el cuerpo fuerza vital activa, el tem-akh debe mantener firme su recipiente solo con su fuerza de voluntad, sellando las heridas abiertas y soldando los huesos rotos como pueda sin la capacidad real de curarlos. Suele haber barreras lingüísticas infranqueables y las circunstancias que rodearon la muerte del anfitrión pueden complicar aún más las cosas. Un mortal que muriese en los bosques inexplorados de Canadá podrá comenzar su viaje con más facilidad que alguien que muriese por disparos de un policía en Hong Kong.
A pesar de todo, ser un cadáver ambulante puede convertirse en una ventaja para el tem-akh. Los humanos normales no pueden soportar la visión de un cuerpo muerto alzándose, ni abarcar la idea de que algo que claramente no está vivo pero se mueve. Ser testigo de tal horror es suficiente para sumir incluso al más decidido en un estado de parálisis temblorosa o de racionalización desesperada. Sin embargo, a la larga una presentación en público tan impresionante puede causar problemas a la momia si vuelve alguna vez a terreno conocido. El hecho de que existen enemigos que pretenden destruir a toda Amenti con la que se topan complica aún más la cuestión. Algunos mortales, molestos simplemente por la perspectiva de que haya cadáveres caminando por la tierra para hacer vete tú a saber que maldad. Cazan momias. Los sirvientes de Apofis como los Asekh-sen y los Amkhat, que saben más y son rivales más peligrosos, desean destruir a las Amenti antes de que reciban el Hechizo de la Vida. Defenderse de los enemigos o escapar de ellos no siempre basta ya que los más arteros prefieren rastrear al desesperado cadáver ambulante hasta su destino con la esperanza de destruir a todo un grupo.
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