La Edad de la Ira fue larga y difícil. Muchas buenas personas y valientes
Elohim sufrieron y murieron. Se perdieron las ilusiones. El honor sucumbió
ante el pragmatismo, que a su vez pereció bajo el peso de la venganza, la
rabia y la pura desolación. Los hombres descubrieron el mal, y los ángeles
aprendieron a abrazar el odio. Al final de la guerra, muchos caídos se habían
convertido en poco más que máquinas vivientes de destrucción, pervertido
su gusto por la creación, en un amor exclusivo por la aniquilación.
Se habían vuelto locos, feroces y perversos antes de perder la guerra.
Antes de que les arrebataran la mayor parte de su poder. Antes de que los
condenaran a un enloquecedor Infierno de pérdida y aislamiento, durante
una temporada que se les antojó eterna aun tratándose de seres inmortales.
Ahora, estos Elohim resentidos y furiosos han escapado a las eras pasadas sin más distracción que el dolor que les producía su propia cordura al
devorarse a sí misma... y se encuentran con un mundo tan repugnante y corrompido como ellos.
Miran un planeta agostado, una humanidad perversa
y cruel, y un cosmos reducido a una cáscara marchita de su antigua gloria,
y sólo ven un curso de acción lógico.
Destruir.
Destruirlo todo.
Arrasar esta cruel caricatura del Paraíso que ellos mismos diseñaron.
Dar a la humanidad el clemente silencio de la tumba. Destruir las obras de
Dios siempre y en todo momento, con la esperanza de provocarlo hasta el
punto de obligarlo a destruirlos a ellos.
La victoria es imposible para los caídos, pero quizá sean lo bastante fuertes
para destrozar el trofeo —el mundo— antes de que se lo quiten de las zarpas.
Rivales: Al tratarse de la facción más radical, los Voraces son los que
más enemigos tienen.
Odian los Luciferinos por dejarse engañar. Si fue Lucifer el artífice de
la Gran Evasión, ¿dónde diantre se encuentra? Es repugnante ver cómo
unos seres que fueron los señores de la Creación, corretean ahora de aquí
para allá buscando un nuevo patriarca barbudo que los conduzca a la gloria,
machaque a los malos y los arrope por la noche. Les daría lo mismo esperar
a Godot que a su preciado Lucero del Alba.
Quizá el único espectáculo más repulsivo que ver a unos Elohim
comportándose como críos, sea ver a unos Elohim comportándose como
padres. Los Fáusticos han pasado de servir a Dios, a oponerse a Dios, a ser
maltratados por Dios... ¿a pesar que pueden suplantar a Dios? Los Voraces
encuentran risible este razonamiento, sobre todo porque luego los Fáusticos
les llaman locos a ellos.
Aunque los Fáusticos y los Luciferinos estén locos al pensar que aún
pueden lanzar un asalto serio contra Dios, al menos comprenden que hay
una guerra en marcha, y que no se ha detenido simplemente porque uno de
los bandos se haya pasado un millón de años fuera de combate. Los Reconciliadores son tal vez los vencedores del reñidamente disputado concurso
“¿Cuál es la facción que más aborrecen los Voraces?” por el mero hecho de
ser los más optimistas.
La única facción que casi toleran los Voraces es la de los Crípticos, y
sólo porque no parece que pinten nada (todavía). Los Voraces suponen que
a la larga se aburrirán de preguntarse “¿Por qué?” y empezarán a romper
cosas. Es lo que se espera naturalmente de alguien realista.
Casas: El Devorador Voraz es un estereotipo, y con motivo. Los Devoradores tal vez sean los menos inclinados a la reflexión deliberada, y los
Voraces son la facción de la acción. A diferencia de cualquier otro grupo,
los Voraces no albergan ninguna esperanza de alzarse con la victoria final,
de modo que ¿para qué molestarse en trazar planes para dentro de cien
años, o diez, o uno? Vivir al límite y morir aún más al límite son las metas
honorables del Devorador que se precie.
Los Voraces más sutiles son aquellos Corruptores a los que la guerra
y el exilio inculcaron un resentimiento por la belleza. Dedicados ahora a
coger un mundo feo y volverlo todavía más feo, son el guante de terciopelo a
menudo invisible que se mueve en la sombra del puño de hierro de un Devorador. El Devorador Voraz que te encuentre probablemente te destruya sin
más. El Corruptor Voraz seguramente te convierta en alguien que se destruya a sí mismo... después de socavar directamente todo aquello que aprecies.
La mayoría de los Malefactores se enfrentan a los Voraces. Quizá su
conexión con las profundidades de la Tierra consiga que la degradación
de la superficie les parezca menos ofensiva. Quizá sus naturalezas sobrias
y tradicionales, acostumbradas a funcionar a escala geológica, se sientan
incómodas con la espontaneidad de la facción. O quizá no puedan reprimir
lo suficiente su naturaleza creativa para comulgar con la destrucción.
Liderazgo: Sauriel el Libertador recibe el respeto y la obediencia de
sus camaradas Voraces. Es uno de los pocos Verdugos que sigue la filosofía
Voraz, y uno de los pocos que puede ejercer venganza y crueldad aún después de la tumba. Antiguo archiduque de Lucifer, gobierna por medio de la
amenaza y la intimidación en detrimento de la persuasión.
Suphlatus es su contrapartida. Antes era la Dadora del Agua Corriente, pero ahora es la Duquesa del Polvo. Cree (y proclama a los cuatro
vientos) que el fracaso de la rebelión se debió a una traición interna... más
concretamente, la traición de un rebelde que, sospechosamente, nunca
pisó el Abismo. “El que te traiciona una vez te puede traicionar dos veces”,
declara, y se ha propuesto frustrar los esfuerzos de hombres, ángeles y demonios por igual. El odio que la enfrenta a Nazathor es tan potente, que
inmiscuirse entre ambas equivale a arriesgarse a salir escaldado por su ira.
Objetivos: Aunque tienen fama de carniceros irracionales, lo cierto
es que suelen escoger con cuidado a sus víctimas para atacarlas cuando
no haya testigos, sin dar pie a represalias. Los Voraces son especialmente
activos en las regiones en guerra, donde su ferocidad puede atribuirse fácilmente a cualquiera de los bandos (o, lo ideal, atribuida a un bando por el
otro). Para llevar a cabo estas misiones se necesita un centro de operaciones
seguro al que regresar. Las bases de los Voraces están siendo construidas en
estos momentos en el norte de Iraq, Macedonia, las montañas de Méjico
y Cachemira. Muchos son enviados al este de África, las montañas de los
Andes de Suramérica y las zonas que dividen el Mar de Aral y el Caspio.
Los Voraces operan en Norteamérica, pero en menor número y de forma
más sutil que en ninguna otra parte.
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