Muchas tradiciones tienen como fin reforzar la estructura social de una comunidad, garantizando la continuidad de poder y la influencia a grupos específicos. El cambio cultural pone siempre en riesgo el orden establecido, y los grupos cuyo poder está en peligro luchan con uñas y dientes para asegurarse de que sus posiciones de privilegio sigan sin ser discutidas. Quizá la tradición cultural más generalizada y dañina de esta naturaleza sea el nepotismo, el hecho de cuidar familiares y amigos por encima de todo. Aunque no desconocido en occidente, el nepotismo siempre ha sido especialmente considerado y practicado en las culturas asiáticas tradicionales. Sus efectos sobre un sistema moderno, capitalista y burocrático son enormes. Su presencia en escuelas y universidades, en acuerdos gubernamentales e incluso en trabajos menores en ministerios, hace que conseguir una posición favorable dependa siempre del apoyo del poder y la influencia de una familia dada. Al extenderse a todos los niveles de la sociedad sus efectos van más allá de la mera corrupción. En las calles, familias enteras controlan ciertos mercados y, ciertos clanes familiares utilizan su influencia para asegurar el éxito de sus miembros a expensas de otros.
Otra tradición más esotérica es la de la ley tiránica. Muchas culturas asiáticas históricamente alaban a los mandatarios fuertes y autoritarios. Con ejemplos como la tradición china del mandarín confuciano o la figura paterna del Bapak indonesio, en Asia mucha gente acepta de manera incuestionable a líderes políticos o militares que actúen de manera autocrática, o que exijan privilegios que normalmente no sean concedidos en un sistema democrático. A cambio se espera que estos líderes traigan prosperidad y estabilidad (algo que no es necesariamente una apuesta segura, ya que las economías modernas y los mandatarios dictatoriales no suelen resultar una buena combinación). En las calles se mantiene la creencia generalizada de que los hombres fuertes son un mal necesario. Exceptuando a la clase media y a radicales inculcados con las ideas del democrático occidente, el mandato de estos hombres es normalmente aceptado.
El Demonio Más Honorable
Para los ancestros y mandarines de los Kuei-jin, los símbolos tradicionales de poder no son únicamente la manera más apropiada y recurrida de dirigir los asuntos; son también un camino fácil para conseguir influencia y poder. Pocos mortales podían competir con la experiencia y las conexiones de un mandarín no vivo de la Asia premoderna. Simplemente aprovechando su naturaleza inmortal, muchos Kuei-jin formaban vínculos con nobles y otras influyentes familias, utilizando las redes de nepotismo de sus diferentes títeres humanos para poder vigilar distintas facetas de la sociedad. Los Kuei-jin tienen también una habilidad única a la hora de emplear los símbolos tradicionales de poder, como la importancia de la edad en China, la destreza espiritual en Java o la posición social en el sistema de castas en la India. Por virtud de su naturaleza inmortal y de los poderes obtenidos con el Segundo Aliento, intimidan tanto a mandatarios como a subordinados haciéndoles aceptar el papel especial que, según ellos, el Cielo les había reservado. De hecho muchos Kuei-jin realmente creían que era este el caso y daban por sentado su influencia y posición sobre los mortales.
Sin embargo, el poder político de los mandarines se ha visto muy debilitado por la llegada de occidente, el colonialismo y la modernización. Más que la influencia de los Kuei-jin y otros shen, lo que les ha perjudicado ha sido la cambiante naturaleza de los políticos, incapaces o no dispuestos a adaptarse a los nuevos sistemas de poder. Estas democracias son especialmente confusas, incluso las dudosas y corruptas democracias asiáticas, y muchos ancianos Kuei-jin aún no pueden creer que alguien pueda permitir a la gente corriente tener una palabra sobre el gobierno de la nación. Los cambios inducidos por la modernización redujeron a la irrelevancia, de la noche a la mañana, a familias de nobles títeres que tan cuidadosamente habían sido cultivadas. Muchos ancestros habían estado ocupando importantes papeles políticos durante el último siglo.
Debido a todo esto, las cortes tradicionales han apoyado especialmente a cualquiera que tratara de derrocar a las nuevas formas de gobierno para volver a las antiguas. Aún así, el apoyo declarado de los antiguos a dictadores corruptos y supuestamente tradicionales no ha sido suficiente para hacerles volver a sus anteriores posiciones de influencia. La actual agitación dentro de las cortes es principalmente producto de la incapacidad de los antiguos para dominar a los más jóvenes Kuei-jin allí donde descansa el verdadero poder; en las calles de la nueva Asia. En las brillantes torres de oficinas y en las burdas barras americanas, los Príncipes de Bambú se sienten cómodos con el ritmo que imponen las calles y se dejan llevar con naturalidad. Los antiguos se niegan o no son capaces de comprender las calles, tratan de conseguir información y ponen en marcha sus manidas políticas, pero aparentemente siempre un paso por detrás de los demás. Al llegar las cuestiones a las cortes, es entonces cuando su maestría sobre las formas políticas de las mismas les permiten dominar, al menos por el momento, la noche inmortal.
Este equilibrio de poder constituye un punto crucial a la hora de jugar una partida de Calles Asesinas. No importa el grado de mando que tengan los Monos Corredores en las calles, los antiguos aún dominan las cortes. Así lo garantiza su poder personal, su saber Dhármico y, más especialmente, su control sobre las formas de disertación política. Inculcando a todos los novatos la tradición de la cultura política, las cortes se aseguran que los Kuei-jin comprendan los métodos mediante los cuales se demuestra la verdadera legitimidad de la misma. Un Mono Corredor puede creer que empezar una disputa política a través de una competición de caligrafía o de haiku es una absoluta idiotez, pero los poderosos antiguos siempre son seguidos cuando insisten en honrar tales métodos. En la corte, la capacidad de un discípulo para manipular docenas de hung kwan (o jefes de banda) de las Tríadas no vale para mucho. Discípulos o jina a veces agradecen también el uso de unos métodos tan suaves y refinados de la disertación política, ya que reconocen que en una guerra global de la medianoche, un mandarín sería capaz de despedazarles miembro a miembro. Los Kuei-jin de mente moderna tienen un largo camino por recorrer antes de que su poder mortal crezca lo suficiente para competir con la fortaleza oculta de los antiguos, no importa que mientras puedan burlarlos en las calles.
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