Creados por los Reyes Yama específicamente con el propósito de guardar la Muralla que rodea al Mundo Yomi, esos espíritus son combinaciones terribles de los depredadores del Reino Medio y los demonios infernales.
El guardián típico se yergue sobre seis patas llenas de escamas y con garras. Su cuerpo sinuoso está cubierto por parches de jade negro que le sirven de armadura, la cual tiene la cualidad de absorber la energía mágica que intenta penetrarla, dejando inútiles a muchos hechiceros. A lo largo de su espina dorsal, una cresta de púas de obsidiana se eriza cuando perciben una amenaza, actuando como un disipador de almas que les permite detectar intrusos por su mero temor.
La cabeza de la bestia es corpulenta y tiene dos ojos dorados justo al frente de su cráneo. Estos orbes no solo ven en la oscuridad absoluta del Yomi, sino que también emiten un brillo tenue que paraliza a sus presas con un terror psíquico, fijándolas en su sitio antes del asalto final.
Cuando cazan, o persiguen a alguien, gritan y rugen en una voz demoníaca, una cacofonía que rompe el silencio del inframundo y resuena en los huesos de los vivos y los muertos por igual. Sus mandíbulas gotean un icor ácido que no solo disuelve la carne y el hueso con rapidez aterradora, sino que deja una marca espectral en el espíritu, impidiendo que la víctima pueda ser resucitada o encuentre paz en cualquier otro reino.
Además, cada guardián es intrínsecamente inmune al fuego infernal y puede desplazarse entre las sombras con una velocidad sobrenatural. Su presencia genera un frío antinatural que congela la voluntad de luchar.
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