Ruleta: Un Cuento Aleccionador

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Habían pasado unos dos meses desde la última incursión exploratoria del Sabbat, lo que significaba que ya nos tocaba otra. De vez en cuando, uno de los obispos ocultos en el cajón de arena del Sur de California decide que es el momento adecuado para enviar a otro par de cabezas de pala a la ciudad en una especie de excursión periodística a lo Hunter S. Thompson pero en cutre, y mi trabajo consiste en estar atento ante estas cosas. La verdad sea dicha, no es demasiado difícil. Esta ciudad está repleta de anarquistas que se creen muy duros pero que no lo son; un auténtico Sabbat sobresale como un pulgar inflamado. Así que ese es mi trabajo. Su Majestad (el Príncipe Benedic, no ese tal Giovanni Rothstein de baja estofa que pretende dirigir la ciudad desde Bally’s) me manda que vigile a los infiltrados del Sabbat, y eso hago. Cuando uno (o dos, o tres, he averiguado que les gusta moverse en grupos) de los miembros del otro bando aparece, preparo mi informe para el príncipe, llegamos a un acuerdo y decidimos qué hacer.

La resolución depende del caso, pero habitualmente tenemos que andarnos con ojo a la hora de aplastarles en cuanto asoman sus narices. O sea, los espías del Sabbat no son necesariamente estúpidos; mandan a los mejores. Eso quiere decir que si Tzammy Tzimisce tze pretzenta... estoo... se presenta va a hacerlo con un imperdible atravesándole la nariz para que pueda pretender ser un anarquista, no un Sabbat. Así que si saliera con mi escuadrón y cazara al impostor, bueno digamos que los auténticos anarquistas a los que el infiltrado hubiera conseguido engañar se rebelarían por “la opresión de las altas esferas”. En ese punto, los neonatos comenzarían a montar bronca y a mandar a tomar por saco la Mascarada,’ y eso supondría más trabajo para mí y para los míos. A Su Majestad, por si os lo estáis preguntando, no le gusta pagar horas extras. No, tiene mucho más sentido seguir el juego al espía, y después clavarle una estaca mientras se dirige a su “audiencia privada” con el príncipe, o pasar al sujeto información falsa acerca de nuestras defensas, efectivos, disposición, etc. Envía de vuelta a tres grupos de exploradores con tres informes diferentes y probablemente puedas escuchar desde aquí cómo se destrozan entre sí cuando alguien se tome la molestia de comparar las notas. Es un placer a tener en cuenta. Como puedes ver, Vegas es una ciudad muy volátil. Esta urbe sobrevive gracias al turismo, lo que significa que si empiezan a desaparecer turistas, la cantidad de visitantes desciende y el lugar se va a la mierda. Pero si controlamos el número de capturas, asegurándonos que los únicos afectados sean los solitarios o los insociables, bueno, entonces este lugar es un paraíso para los nuestros. Si crees que los casinos tienen buffet durante toda la noche, deberías ver el aspecto de las calles. Por eso la gente como yo (y empleo el término “gente” con poca exactitud) tiene que asegurarse que se cumplen todas las reglas y normas. Si alguien se vuelve glotón, o caza demasiado, o hace algo estúpido en público, todo el tinglado podría irse a hacer puñetas. Me gusta este sitio, y a Su Majestad también, demasiado como para permitir que eso suceda.

El teléfono rojo suena. Sólo suena cuando está a punto de pasar algo. Suspiro mientras la maldita cosa sigue berreando, y después cruzo la habitación para cogerlo. El príncipe me proporciona una bonita habitación en el Mirage como parte de mi plan de incentivos (bromeamos con que dentro de poco vamos “ a tener también incluido el dentista), y me parece bien. Nunca pude permitirme un lugar así cuando estaba vivo, y está bien que Benedic aprecie lo suficiente lo que hago como para concederme esto como muestra de su estima. Me pongo el teléfono en mi oreja y hago un ruido evasivo. Duke, el ghoul que trabaja de agente de seguridad del hotel, responde, “¿Sr. Montrose?” Como si pudiera contestar otro en mi línea directa. Nunca ha sido fácil encontrar a buenos empleados.

“¿Sí? ¿Deduzco que tenemos visitantes?”
“Oh,  tenemos  a  un  vivo,  señor.”  Un  vivo.  Eso  es  lo  que Duke consideraba una broma. La había estado usando cada vez que veía a un Vástago desde hace 15 años, y todavía no se había dado cuenta que ningún otro empleado del Príncipe encontraba la gracia particularmente divertida. Aún así, era bueno combatiendo, y leal. Además, tiene un buen olfato para detectar infiltrados. Un talento útil.
“¡Sólo uno!”
“En realidad, dos. Un hombre y una mujer. Ahora él está dando guerra a la recepcionista, afirmando que se llama Tom Cruise. Es demasiado alto para que la imitación sea creíble, pero es uno de los intentos más ingeniosos que he visto últimamente.
“Entérate de su habitación y asegúrate de que nadie entre o salga en cuanto su amiguita y él se hayan instalado. Haz que uno de los especiales se encargue de aparcar su coche, y busca artillería en el maletero. Revisa también el parqué del suelo por si intentan meter algo de contrabando, y haz que tus amigos de la policía comprueben la matrícula para ver si el coche está limpio.”
El disgusto de Duke es patente cuando responde, “Aparcaron ellos mismos, Sr. Montrose. Por eso me percaté de su presencia. Por lo demás, realizaré los preparativos habituales, según nuestro procedimiento de actuación estándar. ¿Tiene  alguna otra instrucción?”
Me encuentro frunciendo el ceño. Algo me huele mal en este embrollo. “Nada más. Pon especial atención en este asunto, ¿de acuerdo? Tengo un pálpito.”
“Usted siempre tiene un pálpito, Sr. Montrose,” dice Duke mientras cuelga. Sin embargo, tiene razón.

Siempre he tenido el mismo mal presentimiento en lo que solía ser mi estómago, y siempre le he dado las mismas órdenes en cuanto se registra un personaje sospechoso o aparece en escena de cualquier otra manera. Aún así, ese es uno de los puntos fuertes del equipo: la rutina. Tradición. Saber que esta vez vamos a hacerlo bien, porque ya lo hemos hecho bien cien veces antes. Una hora después, Duke está sentado en el casi excesivamente relleno sillón beige del rincón de mi habitación, preparándose un brebaje horrible al que llama Clavo Oxidado. Afirma que el aroma de uno de esos monstruos le permite esperar con ilusión el sabor de la vitae que recibe cada mes del Príncipe Benedic, aunque yo creo que simplemente tiene un gusto asqueroso.

¿Por dónde empiezo, Sr. Montrose?” dice, mientras me coloco en el sillón de enfrente.
“Empieza por lo básico. Como siempre.”
“El viejo y sufrido Duke. Completamente previsible. “El coche fue nuestro primer objetivo. Es, para mi sorpresa, totalmente legal. No tiene nada de particular, salvo que puede alcanzar los 320 km/h en un instante, engulle gasolina a lo bestia y tiene el tipo de chasis de acero sólido que puede servir para tumbar postes telefónicos.” Emití un ligero silbido. “Impresionante. Supongo que en el maletero había equipo para actuar de día. Duke tosió incómodo. “Delgado no pudo comprobarlo, Sr. Montrose.”
“¿No pudo? Bueno, ¿por qué coño no pudo?” Tiré un posavasos (¿por qué cojones se empeña el servicio en poner posavasos en mi habitación?) cabreado.
“Por el Vástago que se interpuso, Sr. Montrose”
“¿El qué?
“Aparentemente había un Cainita Abrazado recientemente, un joven adolescente afroamericano, encerrado en el maletero. Delgado lo abrió, y el pasajero sin registrar empezó a revolcarse. Cerró el maletero y me informó de ello.”
“¿Dónde está ahora?”
“Está en su casa. Le he sacado del turno para que nuestros visitantes no vean su cara, la confronten con la descripción que pudiera darles el chaval del maletero, y sumen dos y dos.”
“Ah. Quiero hablar con él. Haz que me llame aquí. ¿Qué hay de nuestra pareja de tórtolos?”
Duke removió sus papeles y localizó otra página en sus notas. “Están en la habitación 1413, y estamos razonablemente seguros de que han hecho algunos preparativos rudimentarios para impedir que entre luz. Por los sonidos en la puerta, están durmiendo en el aseo, muy probablemente en la bañera. Los preparativos no son nada del otro mundo, si quisiéramos sacar a nuestros visitantes silenciosamente. Ni siquiera han contactado con ningún Vástago del lugar, con lo que nadie les echará de menos.”
“Hmm. Déjame pensar. ¿Tenemos sus descripciones?”
Sin una palabra, Duke me entrega un sobre que contiene imágenes ampliadas de la pareja de las cámaras de seguridad del vestíbulo. Dos son primeros planos, mientras que la tercera es una panorámica en gran angular. “Vale, veo que la mujer es bastante atractiva, y ese sombrero de vaquero parece estar soldado. Probablemente haya salido de debajo tierra con él puesto. El otro, no veo nada interesante. ¿Qué pasa con la tercera foto? ¡Apenas puedo ver sus caras!
“Si me permite, Sr. Montrose.” Duke recupera la fotografía en cuestión, con sea sonrisilla presumida que indica que está a punto de enseñarme algo. “Si se fija, esta fotografía fue tomada desde la cámara cuatro, que realiza un largo barrido por el vestíbulo y destaca a los que se están registrando ” “contra los espejos de aquellas columnas.”
“Exactamente, Sr. Montrose.” Duke está asintiendo con la cabeza, y todavía tiene esa sonrisa falsa en su cara. “Creo que sugerí que se instalara la cámara cuatro precisamente para eso, para que pudiéramos ver si alguno de nuestros invitados era un Lasombra. Esta vez han enviado a un Lasombra. Maravilloso.”
Duke pierde la sonrisa y parece algo alarmado cuando río entre dientes. “Sr. Montrose, ¿no deberíamos informar al Príncipe Benedic? Si hay un Lasombra en la ciudad.
Le interrumpo de nuevo. Está empezando a ser una costumbre. “Informaré al príncipe a su debido tiempo. Mientras tanto, creo que vamos a realizar un trabajo de desinformación con este tipo. Quiero que me traigas a... veamos... , a Cantor, que reúna al equipo y que se presenten aquí en una hora.”

Ahora estoy levantado, paseando con entusiasmo. Podría ser una buena oportunidad. Duke también se levanta, dirigiéndose hacia la puerta mientras murmura alguna despedida impecablemente cortés y semánticamente vacía. En cuanto Duke se marcha, voy al otro teléfono, el que comunica directamente con la línea privada de Benedic. No se nos ocurre mantener nuestras conversaciones a través de teléfonos móviles —una conversación particularmente delicada fue interceptada por un chaval que había localizado la frecuencia de Benedic con una especie de cacharro de pirateo, y tuve que simular un accidente en muy poco tiempo para ocultar la evidencia. En estas noches, preferimos recurrir a la física del estado sólido. Eso no quiere decir que no escuche las conversaciones de los teléfonos móviles de otros Vástagos: Simplemente no soy lo suficientemente tonto como para usarlos yo mismo. El teléfono de Benedic suena exactamente tres veces antes de que el príncipe conteste. “Si?” Su respuesta siempre suena indecisa, como si tuviera miedo de que el receptor le fuera a morder la oreja. Teniendo en cuenta lo viejo que es Benedic, no me sorprende que siga sospechando algo de la tecnología. ¿Su Majestad? Soy Montrose. Tenemos dos infiltrados en el Mirage, con un tercer implicado escondido en el maletero, de su coche. Uno de nuestros dos invitados es un Lasombra, mientras que su amigo pudiera ser cualquier cosa. Por su aspecto, yo me decantaría por un Toreador antitribu, pero sólo es un presentimiento.”
“Interesante,” ruge Benedic, y se queda callado durante un momento largo. “¿Cuáles son tus planes?” Le suelto mi rollo. Este plan podría implicar una traición, y va a costarle a Benedic una valiosa posesión. “Bueno, el hecho de que un miembro del equipo sea un Guardián cambia las cosas. Si desaparece, alertaremos a quién esté sujetando su correa. Preferiría montar un buen espectáculo y que volviera con la cabeza llena de información falsa antes que eliminarle. Sin embargo, para que el plan funcione va a hacer falta un buen montaje. Será mejor que estemos preparados para ir hasta el’ final, o va a pensar que pasa algo.” Benedic hojea algo al otro lado de la línea, mueve algunos papeles y hace algunos otros ruidos que ni siquiera puedo empezar a identificar. “Estoy interesado en escuchar la clase de mentiras que quieres pasar a nuestro visitante, y qué quieres decir con “hasta el final”. Me preocupas cuando dices esas cosas, Montrose. Suelo ser el que paga la factura de tus excesos.” “Lo dice siempre, pero ¿acaso le he fallado alguna vez?” Es una vieja discusión. A Benedic le encanta que mantenga su ciudad segura, pero le gustaría que pudiera hacerlo por un poco menos. Sin embargo, cuando el trabajo es importante prefiero no escatimar en detalles. Puedo escuchar al príncipe riéndose entre dientes en el otro extremo. “Todavía no, y espero que no empieces ahora. ¿Cuánto me va a costar?” Tomé aliento, de manera tranquilizante aunque innecesaria. “¿Qué opina de Duke?”

Una hora después, estoy en el subsótano del Mirage, el agujero donde guardamos los suministros de los conserjes, los productos de limpieza y los cuerpos. Junto a mí está un lacayo Ventrue de bajo nivel llamado Alexander Cantor, que viste un traje absolutamente inapropiado para este caos encharcado. No hace más que caminar de un lado a otro, con la esperanza de no pisar con sus zapatos los charcos viscosos. No tiene éxito. Tengo unos auriculares puestos, y están conectados con el micrófono que lleva Duke. “Estoy en la habitación y listo para entrar, Sr. Montrose. Deséeme suerte,” oigo su respiración en el micro, y después el repiqueteo de sus nudillos sobre la puerta.
“¿Sr. Cruise? ¿Sr. Cruise?”

A través del micro puedo escuchar la confusión distante, y una voz sorda quejándose. “Me temo que es un asunto de considerable urgencia, Sr, err, Cruise.” Más murmuraciones, y algo acerca de una chica. “No, Sr. Cruise, no hay ninguna chica aquí.” Duke está interpretando bien su papel. El tono de su voz  indica que sabe que la historia de la “chica”es una gilipollez, y que no le importa que su objetivo sepa que lo sabe. Entonces se escucha el sonido de la puerta al abrirse, y se levanta el telón para el número final de Duke. “En esta ciudad tenemos normas, Sr. Cruise - ¿Perdón?” Por la línea llegan más frases altisonantes indescifrables, y Cantor se retuerce para acercarse todo lo posible al micrófono sin tocarme.


Mientras tanto, Duke no avanza. “...parece que no le importan las normas de nuestra ciudad, y que su presencia no es bienvenida.’ Unos pies arrastrándose y unos pasos que se alejan. “...seguro que está familiarizado con nuestras Tradiciones, y que no tiene ninguna intención de burlarse de ellas. Mi patrón quiere hablar con usted, y debo acompañarle a su oficina.” Durante un segundo no se escucha nada, después un chiste y un asentimiento. Ya vienen. El ascensor se detiene con gran estruendo en el extremo opuesto del almacén. Las puertas chirrían cuando Duke y Cruise, o como quiera que se llame, salen. “Cruise” es alto, delgado y bien parecido, y está paseando sus ojos de un lado a otro buscando una emboscada. Sin embargo, no parece sorprenderse de que su reunión con una “autoridad” tenga lugar en un subsótano maloliente, entre las botellas de cera para suelos y las cajas de pastillas de jabón. En serio, esa es una de las mayores debilidades que tienen estos tipos del Sabbat. Creen que como a sus jefes les gusta vivir en letrinas, a los nuestros les pasa lo mismo. Benedic no bajaría aquí ni aunque hubiera seis latas de sangre de Caín en mitad de la habitación. Aún así, su descuido sirve a mis propósitos. Una reunión que parecería una trampa obvia para cualquier vampiro normal tiene sentido para un cabeza de pala. Duke y el Lasombra están charlando, diciendo muchas cosas acerca de nada. De repente estoy deseoso de acabar, y doy un codazo a Cantor. Durante un segundo me mira con disgusto porque me atreví a tocarlo, y después recuerda sus frases. “Duke, este no es Tom Cruise,” dice con un entusiasmo nulo. La próxima vez emplearé a un Toreador. El ghoul y el vampiro se paran, justo sobre la marca que había indicado a Duke en el suelo. Perfecto. “Ya hemos pasado por esto,” dice Cruise con petulancia. “Tu recepcionista escribió mal mi nombre.” Pone sus manos sobre sus caderas y mira a su alrededor. Es la hora del espectáculo. Retiro la Ofuscación, y mentalmente doy puntos al tipo por no pestañear cuando me ve. Incluso los otros Nosferatu piensan que soy poco atractivo, pero él se lo toma con calma. Detrás de mí, Cantor puede ser un capullo sin talento, pero al menos tiene el aspecto adecuado. “Bienvenido a Vegas,” le digo, “me llamo Montrose, y este es mi socio, Alexander Cantor. ¿Le importaría contarnos qué viene a hacer aquí?” El Guardián nos evalúa, y decide que quizá pueda con ambos. Puedo ver en su aura que está a punto de hacer algo estúpido. “Nada de negocios. Placer. Vengo de California para jugar  un poco.” “Y el Vástago del maletero?” Levantó lo que me queda de ceja. Su turno. “Conducíamos por turnos.” Su tono es defensivo. Detrás de mí, Cantor se mueve ligeramente, y sin mirar sé que está bombeando su sangre para combatir. “Le tocó la noche anterior.” Río, una señal para que Cantor se contenga. Va a suceder lo que tenga que suceder, y los actos heroicos sólo servirán para estropear las cosas. “Qué acumulación de circunstancias tan extraña, ¿no cree, Adam Stiers, del Estado Libre Anarquista?”  Pongo énfasis en cada mayúscula para que parezca que se siento orgulloso de haber desenterrado esos datos. “Quizá le convendría saber cómo mantiene a raya a la chusma el Príncipe Benedic.” Esa es la entrada para Duke, y lanza una mano carnosa sobre el hombro de Stiers. Cojo la mano de Cantor y le arrastró hacia una sombra, donde puedo volver a ocultarnos. Los ojos de Duke se abren desmesuradamente cuando nos ve desaparecer –eso no formaba parte de sus instrucciones. Stiers se gira y casi arranca el brazo del ghoul, lanzándole después contra una estantería de toallas de papel. Duke se tambalea y luego empieza a chillar mientras el Guardián manipula la oscuridad de la habitación haciendo que Duke empiece a escupir sombras por la boca, lo que está a punto de partirle por la mitad. Junto a mí, puedo sentir a Cantor tensarse como si fuera a saltar a la pelea, y tengo que cerrar mi mano sobre su muñeca para evitar que eche abajo el plan. Duke ya está fuera de combate, el Guardián rasga sus muñecas y rebusca en sus bolsillos las llaves del ascensor. Junto a mí, Cantor está temblando visiblemente mientras se contiene para no ir a por.... ¿qué? ¿la sangre? ¿el Lasombra? No quiero saberlo.  Se escucha un chapoteo –suelas de bota sobre sangre– cuando el vampiro se dirige al ascensor, después oigo el rechinar familiar de las puertas y nos quedamos solos.

Cuando Cantor y yo llegamos hasta él, Duke casi está muerto. Pierde mucha sangre. Eso es en realidad una ventaja, ya que facilitará lo que viene a continuación. Me arrodillo junto a él y levanto su cabeza con mi mano izquierda. “No te preocupes, Duke. Va a salir bien. No te abandonaré. Todo va a salir bien.” Me mira sin comprender, con los ojos nublados por el dolor. Me limito a sujetar su cabeza y a murmurar idioteces tranquilizantes mientras pierde toda su sangre. Junto a mí, Cantor saca su navaja y se arremanga los puños para no mancharse la camisa cuando finalmente llega la hora de llevar a Duke al otro lado.  Todo va según el plan. Todo va a salir bien para Duke. Todo va a ir la mar de bien. Duke está sentado en el mismo sillón de siempre, hojeando los mismos papeles de siempre. Tardó una noche en recobrarse después de que Cantor le Abrazara, pero teniendo en cuenta por lo que había pasado, es una recuperación extraordinariamente rápida. Parece un poquito pálido, incluso para un Ventrue, pero por lo demás sigue siendo el mismo Duke de siempre, incluyendo el mismo traje azul que le sienta tan mal. Está comentando las repercusiones de nuestro pequeño accidente. “Hemos descubierto un cuerpo en el garaje, y un cajero muerto en la salida del aparcamiento.” ¿Os habéis encargado de él?” “Por supuesto. La familia del cajero recibió la indemnización habitual, además de algunas flores adicionales. También un turista resultó malherido cuando, al parecer, Stiers le sacudió con una llanta de hierro de un coche en movimiento, pero por lo demás, yo fui la única víctima.” Enfrente de Duke sobre la mesa hay un Clavo Oxidado, un símbolo de cómo eran las cosas. Es importante que se aferre a ese símbolo, creo, y le serví uno en cuanto entró. Los pequeños detalles son importantes. “¿Y eso es todo?” “Si no contamos las infracciones de tráfico, sí, Sr. Montrose. Hemos tapado el accidente como...”,  revuelve sus papeles de nuevo hasta que encuentra lo que quiere, “una especie de incidente entre bandas con chusma de Los Angeles. Por suerte el atraco de hace unos meses hace que nuestra historia parezca verosímil.” Asiento. “Bien. ¿Sabemos algo de la amiga de Stiers?” “Sí. Fue la responsable del cadáver del garaje. Por lo visto es bastante hábil con el mismo truco que emplea usted, y DiFelice dice que la vio aparecer de repente al lado del coche mientras yo llevaba a Stiers a verle. Aparte de eso, no dio señales de contar con capacidades espectaculares. Sin embargo, parecía tener bastante mal genio, rayano con la psicosis. La víctima era un transeúnte que se dirigía a su coche, y-ella sencillamente... saltó en cuanto pasó a su lado. DiFelice dice que parecía estar cansada de esperar.” “¿Y el chico del maletero?” “Creo que sigue allí.” Desecho el detalle por insignificante. “Bien, bien, da igual. Con lo que Stiers y su chica huyen, convencidos de que somos un puñado de idiotas y segundones, y que Cantor en realidad tiene cierto poder en esta ciudad. Es decir, si fuéramos duros, nunca habríamos dejado que se cargara a uno de nuestros estimados ghouls, ¿no?” Duke se encoge, pero forma parte del proceso de fortalecimiento. Una vez que estás muerto, no puedes permitirte estremecerte ante el hecho de estarlo. “Mientras tanto hemos averiguado el calibre del explorador que han enviado, y esa maniobra que realizó con las sombras me dice que Stiers es artillería pesada. Si el otro bando está usando tipos tan poderosos en misiones de reconocimiento, se avecina una ofensiva. Una gorda.  Pero si podemos seguir pasándoles información falsa acerca de lo débiles que somos —por ejemplo, huyendo en cuanto el Lasombra feroz sacude a un ghoul— podemos hacer que se confíen y que ataquen antes de tiempo. Antes de que estén verdaderamente preparados.”

Duke asiente, comprendiendo. Todavía no le gusta lo que le ha pasado, y no le culpo lo más mínimo, pero es pragmático. Entiende la necesidad. Mientras tanto es asunto de Cantor si potencia sus Disciplinas antes de que llegue el ataque, al tiempo que yo tengo que adiestrar a su sustituto y quizá escoger un par de refuerzos entre la multitud. Enfrente de mí, Duke llega a una página en blanco y comienza a esbozar planes para mejorar las defensas del aparcamiento. Así es como deberían ser las cosas. Servicio leal y un ascenso, una vez que te lo has ganado. Ahora depende de nosotros asegurarnos que las cosas siguen así. Incluso si podemos aguijonear al Sabbat para que ataque demasiado pronto, va a ser un baño de sangre, y voy a tener que triplicar mi turno para mantener la Mascarada de una pieza. Va a haber cuerpos y balas, sangre y muerte por todas partes. Va a ser una limpieza de tomo y lomo.Aún así, es mejor que trabajar.


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