Ghouls de la Camarilla

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Mi amo me quiere. Lo sé porque me da su sangre. La reparte lentamente, gota a gota, y me dice que me quede totalmente quieto mientras escurre sobre mi lengua como éxtasis líquido. Si me muevo o hago ruido se detiene, y es peor que la tortura cuando se lleva la sangre.

Sé que me quiere, porque si no me quisiera no gastaría el tiempo en hacer eso por mí. Dejaría un frasco lleno de su vitae en la nevera, como hace para los demás ghouls. No me gustan. Todos creen que el amo les quiere tanto como me ama a mí, y no es así. 

Me enoja que crean que pueden interponerse entre nosotros. Soy el único a quién encarga espiar a sus enemigos, soy el único del que se alimenta cuando no puede arriesgarse a salir, soy el único en quién confía. Ellos no son mas que sirvientes. Yo soy algo más. Él me ama, ¿sabes? Y por eso, al final, me perdonará cuando vea lo que he hecho para asegurarme que nadie se interpone entre nosotros. Nunca.

Una de las diferencias fundamentales entre la Camarilla y el Sabbat es la política de la primera de actuar, siempre que es posible, mediante mortales en vez de pasar por encima de ellos. Una manifestación literal de esa voluntad por trabajar con mortales es la dependencia de la Camarilla de las criaturas semi-humanas llamadas ghouls. Mientras el Sabbat (salvo los tradicionales Tzimisce) desprecia y evita los ghouls, la Camarilla les considera piezas vitales de la maquinaria de la secta. Sin los aún vivos ghouls, ¿quién vigilaría la Mascarada durante el día? ¿Quién se ocuparía del millar de detalles pendientes que atormentan la existencia de un vampiro? Y, si no fueran los ghouls, ¿quién actuaría contra los enemigos de la secta, internos y externos, durante esas horas en las que duermen los Vástagos?

En verdad, los ghouls son parte integrante de la existencia y funcionamiento de la Camarilla. Todos los planes grandiosos elaborados por los antiguos dependen de la realización adecuada de un centenar de pequeñas tareas, tareas que son inevitablemente confiadas a los ghouls. Mantener la Mascarada también sería imposible sin la ayuda de los ghouls. La docena de diminutos desgarrones que se producen cada año en la tela el engaño se cosen mejor y de manera más sutil desde dentro de la comunidad mortal; un ghoul que sea capitán de policía o editor de periódico puede reparar una ruptura de la Mascarada reflexivamente, sin miedo a engendrar nuevos incidentes. Al fin y al cabo, sólo son humanos.

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