Los Anarquistas no tienen respeto ni por la tradición ni por las Tradiciones y se regodean en las vulgares modas pasajeras del ganado, manteniendo la compañía de mortales y usando sus juguetes tecnológicos para devaluar la larga y distinguida historia de la raza de Caín. Son charlatanes y demagogos y venden una barata filosofía de igualdad cuando la misma naturaleza de la Sangre demuestra la falsedad de sus deseos. Los Anarquistas son todas esas cosas y muchas más, mientras imponen un contexto moderno a una reluctante y venerable aristocracia que patalea y grita. A los Anarquistas les excitan las paradojas de su condición porque son agentes del cambio. Suya es una historia gloriosa de romper grilletes de opresión, e igualmente suya es una ignominiosa letanía de potencial desperdiciado y principios vendidos al mejor postor. Como revolucionarios y pandilleros, criminales y cruzados, los Anarquistas son, a fin de cuentas, lo que deseen ser, individual o colectivamente.
Tema y atmósfera
El tema de Anarquistas Liberados es la hipocresía del cambio. En la sociedad de los Condenados todo permanece estático y la presencia de los Anarquistas desafía el poder de la tradición. Hasta la Revuelta Anarquista, la gerontocracia existente había funcionado bien, aunque sólo para los poderosos de la Estirpe que se habían beneficiado de ella. Pero esos jóvenes vampiros tuvieron la intención de defender sus derechos y desde entonces han desafiado los tradicionales pilares de la sociedad vampírica. Cuando ocurren esas rebeliones, el resultado suele ser reemplazar una tiranía por otra, derribar a un odiado Príncipe o Arzobispo y cambiarlo por un Barón cuyos modos son igualmente autocráticos, pero sin la sanción o la supervisión de la Camarilla o el Sabbat. Ciertamente, existen algunos dominios que defienden los auténticos ideales de la Revuelta Anarquista: igualitarismo y una oportunidad razonable para que todo Vástago se abra camino y reivindique un dominio, pero son excepciones en lugar de la norma. Demasiado a menudo el Movimiento devora a sus Chiquillos o los ve comprometer sus ideales a cambio de privilegios. Parece algo endémico a la condición vampírica.
Anticipación y sospecha son básicos en la experiencia Anarquista, y por tanto sus atmósferas más recurrentes. Los Anarquistas siempre están a punto de lograr el siguiente cambio. Incluso en sus propios dominios, la inmovilidad equivale al peligro de llegar a ser como la Camarilla (o puede que como las demás Sectas, en circunstancias menos frecuentes). Los golpes de estado Anarquistas son como la Revolución Francesa: prenden por un evento o momento clave y después se vuelven más y más radicales hasta que alguna reacción entre los Anarquistas estabiliza el caos. Y, por supuesto, los Anarquistas que son agentes de este orden son objeto de sospecha por parte de sus compañeros aún radicales por querer establecer ese orden, porque el orden es el Enemigo, el constructo de los poderes corruptos que los Anarquistas deponen. Los Anarquistas son los oportunistas políticos definitivos que luchan por la “pureza” de lo que mejor les viene y desprecian la tiranía de cualquiera salvo ellos mismos.
La Historia
Con el beneficio y la claridad de la retrospección, los Antiguos de todo el mundo se han preguntado con frecuencia si podrían haber evitado que ocurriera la Revuelta Anarquista. La desagradable verdad es que la revolución fue el clímax de una serie de eventos que se habían puesto en movimiento siglos antes de la noche en la que el Viejo Mundo estalló en llamas. Ningún momento en particular, si se hubiera evitado, habría cambiado el curso de la historia. La revuelta se interpretó sobre un escenario bañado en aceite cuyas tarimas descansaban sobre barriles de pólvora a la espera de que una chispa lo prendiera todo. Si los Antiguos hubieran apagado sólo una chispa, habría sido cuestión de tiempo que otra hubiera provocado el mismo resultado.
Y así empieza…
Los cimientos de la Revuelta Anarquista se asentaron la noche en que cayó Cartago. Los Ventrue de Roma contemplaron allende los mares a los Brujah de Cartago y consideraron con desconfianza sus intentos de coexistencia con el ganado. La desconfianza se volvió odio cuando los Ventrue se dieron cuenta de que la ciudad nunca sería suya. Así que la destruyeron en la creencia de que si no podían tenerla, nadie debería. Las mentiras que hilaron para ocultar la verdad se convirtieron luego en la base de la propia Mascarada. El trueno de la opresión resonó por todo el cielo nocturno y aún puede ser escuchado por los Brujah de todo el mundo. Hacia el siglo XIV, tras siglos en los que los Antiguos construyeron sus imperios a expensas de los jóvenes, el escenario estaba listo y finalmente se abrió el telón. Los actores se reunieron y el primero en entrar fue el papa Gregorio IX, padre de la Inquisición.
Encargada de extirpar y destruir la herejía, la Inquisición estaba formada por jueces eclesiásticos que recorrían el Viejo Mundo sancionados por la autoridad papal. En medio de su cruzada, emergió una amenaza distinta a cualquier otra vista antes por los Cainitas: la Sociedad de Leopoldo. Estos inquisidores osaron golpear directamente a las criaturas de las tinieblas y se esforzaron en purgar el mundo de la plaga Cainita. Hasta entonces, había sido inimaginable para muchos Antiguos que el ganado se convirtiera en tal amenaza. Europa acababa de ser devastada por la mayor epidemia que el mundo hubiera visto jamás (la Peste Negra), la cual había amenazado con acabar con los Cainitas al destruir sus rebaños. Mientras la población se recuperaba y la sociedad mortal se reconstruía, la Inquisición desencadenó una nueva oleada de terror sobre los Cainitas.
Algunos Antiguos se ocultaron en la seguridad de sus dominios y dejaron atrás a sus Chiquillos para que los masacraran, mientras otros arrojaron intencionadamente a sus Retoños a los fuegos de la Sociedad de Leopoldo para poder salvarse. Para preservar el poder y la seguridad de los Antiguos, el fin justificaba los medios. A medida que se desarrollaban los acontecimientos, las palabras del Toreador Rafael de Corazón, que reclamaba que los Cainitas se unieran bajo el estandarte de la Mascarada, resonaron por los dominios europeos. Otra voz se alzó en medio del coro creciente, la del Ventrue Hardestadt, quien llamaba a la formación de una nueva sociedad llamada la Camarilla.
Aseveraba que la unidad y la fuerza que ofrecía esta Camarilla era la única defensa que permitiría a los Cainitas sobrevivir a las purgas de la Inquisición. A través de sus Tradiciones, reforzadas por un Círculo Interior de Antiguos e interpretadas por los Príncipes en sus dominios, podrían capear el temporal. Más de un “Vástago” desafiante vio la Camarilla y la Mascarada como herramientas para que los Antiguos consolidaran su control a expensas de los Neonatos y muchos plantaron cara. El Brujah Galaric se mostró en desacuerdo con la tiranía que creía que los Antiguos proponían y reabrió las viejas heridas de Cartago. Hardestadt ordenó asesinar a Galaric para silenciar al agitador, pero el Chiquillo del Brujah escapó y los rumores de su martirio pronto llegaron a los oídos de Patricia de Bollingbroke.
Patricia era una Neonata que había liderado ataques contra la monarquía inglesa, la encarnación de todo lo que despreciaba, hasta que se dio cuenta de que tal acción nunca haría caer todo el sistema feudal. Huyó a España, donde fue testigo de primera mano de cómo los Antiguos sacrificaban a sus Chiquillos en los fuegos de la Inquisición. El asesinato de Galaric la lanzó a la acción. Junto a Neonatos abandonados por sus Antiguos para enfrentarse a las llamas de la Sociedad de Leopoldo, Patricia asaltó el castillo de Hardestadt. El Ventrue no tuvo dónde esconderse, pues la audacia de aquellos miserables muchachos lo había pillado por sorpresa. El peso de los siglos (¡milenios!) de desigualdad llegó en el momento en que Patricia Diabolizó al arquitecto de la Camarilla. Ésta fue la chispa que prendió el barril de pólvora y el fuego iluminó la noche de España. Pronto toda Europa descubriría qué había pasado. La revuelta había comenzado.
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