03 - Medina

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El Profeta de Alá, expulsado como un ladrón de su hogar en La Meca, gobernó como un rey entre los judíos de Yathrib, la cual Muhammad rebautizó con el nombre de Madinat Nabi Allah "la ciudad del Profeta de Dios".

La primera mezquita de la ciudad, que el Profeta ayudó a construir, no era más que un tosco recinto con muros de barro y pilares erigidos con troncos de datileras. Muhammad pronunciaba sus sermones a los fieles recostado con informalidad contra un tronco de palmera. Aconsejó a sus seguidores rezar tres veces al día en dirección a Jerusalén y que se circuncidasen, quizá con el fin de suavizar la integración de sus nuevos conversos judíos. Mientras que los cristianos empleaban Badajoz de madera y campanas para llamar a la oración y los judíos preferían las trompetas, Muhammad usaba la voz humana. El primer muecín fue el esclavo nubio Bilal, cuya voz atronadora entonaba "¡No hay más Dios que Alá y Muhammad es su Profeta! ¡Acudid a la oración! ¡Acudid a la seguridad!" Se dice que después de la llamada a la oración del alba, Bilal saltaba de su tejado y corría hasta la puerta de Muhammad, en donde gritaba "A la oración, oh Mensajero de Dios ¡A la salvación!".

Durante un tiempo la vida en la ciudad fue relativamente pacífica. Muhammad, casado ahora con su segunda esposa, Sauda, tomó en matrimonio otra mujer, la hija de nueve años de Abu Bakr, Alima. No mucho después el hijo de Abu Bakr, Alí, al que el Profeta consideraba su hijo adoptivo, se casó con la hija del Profeta, Fátima. Al mismo tiempo, Muhammad estrechó los lazos entre los que le habían seguido desde La Meca y los nuevos creyentes de Medina instando a ambos grupos a pronunciar juramentos de lealtad e igualdad entre ellos. Fue una época crucial, de formación... la nueva religión había sobrevivido a las persecuciones de los quraisíes, pero ¿tendría fuerza suficiente para prosperar?. La respuesta (o al menos parte de ella) llegó con un encuentro no muy conocido en la primera noche del mes de Rajab, cuando el Mensajero de Dios se cruzó con un Cainita árabe de nombre Suleiman ibn Abdullah.

En aquella época, los vampiros eran muy poco comunes en Arabia. Al estar situada entre Egipto al oeste y la Persia sasánida al este, los Cainitas la consideraban un páramo empobrecido, lejos de cualquier lugar con influencia o riquezas reales. Y ya que La Meca era un lugar de gran santidad, aún en esos tiempos paganos, ningún vampiro podía poner pie en ella sin arriesgarse a sufrir la Muerte Definitiva. Por tanto, los primeros 13 años de las revelaciones de Muhammad habían transcurrido sin el conocimiento de los pocos vampiros de la región. Suleiman ibn Abdullah, un proscrito de los Qabilat al-Khayal que buscaba una forma de recuperar su poder, supo de la existencia de un hombre que afirmaba ser el Mesías en la ciudad de Yathrib y viajó hasta allí desde Palestina para comprobar si Muhammad y sus seguidores podrían serles de utilidad. Incluso en el este había incontables profetas y "mesías" sui generis que servían como buenos peones en las intrigas inmortales de Bizancio, Alejandría y Ctesifón.

Pero el profético encuentro de Suleiman con Muhammad no salió como el vampiro había esperado. Impresionado por el poder del mensaje del Profeta y su palpable aura de fe, el Lasombra vio en Muhammad la senda de la redención y el paraíso en los cuales Suleiman había dejado de creer años atrás. El Cainita se rindió a la voluntad de Alá y se convirtió en uno de los devotos discípulos del Profeta. Suleiman convocó a sus chiquillos y sus fieles ansar para que viniesen de Palestina y luego les liberó de sus juramentos de sangre. Compartió las enseñanzas del Islam con ellos, pero la mayoría no coincidieron con su fe en el fin del mundo y el juicio de Alá y les dejó regresar en paz a su patria,  aunque algunos tuvieron el arrojo de creer en el Profeta, como Suleiman y dedicaron sus no vidas al Islam. Les encargó difundir el mensaje de Muhammad, primero a todas las tribus mortales vecinas, y luego al puñado de Cainitas que acechaban en la Najd.

La palabra de Muhammad y las revelaciones de Dios se diseminaron como el viento del desierto por cada rincón de Arabia.
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