No había visto a Bistakh Ben Fahd, una fiera guerrera kurda, desde aquella ocasión en que acompañé a mi Sire a Alamut, años atrás. En aquella ocasión, Fahd, el Sire de Bistakh, aceptó ser ejecutado por no haberse dado cuenta del infernalismo que se había adueñado de los hechiceros y visires que estaban bajo su mando. Recuerdo que mi Sire se alzó en defensa de Fahd y alabó su valiente decisión de cargar con las culpas de un crimen del que no era realmente responsable.
Bistakh apareció entre nosotros con tal facilidad que me provocó náuseas. En verdad, nuestra estirpe de guerreros tiene un gran talento para el arte del sigilo y puede resultar preocupante ver hasta qué punto somos vulnerables ante ellos. Por suerte, Bistakh acudió sin malicia: de hecho, había venido para advertirnos de que los cónclaves infernales que habían condenado a su Sire y tomado su no-vida se ocultaban en Damasco. Había venido desde Alamut para cumplir una misión de venganza y no deseaba que cayésemos en manos de los demonios Baali a los que estaba dando caza.
Sobra decir que no merecería ser chiquillo de mi Sire si no fuera capaz de cumplir sus deseos y los de Bistakh al mismo tiempo. Puesto que necesitaba hacerme con ciertas mercancías en Damasco, le expliqué que, al igual que le ocurría a ella, era mi deber honrar la confianza de mi Sire. No sin cierta frustración, aceptó encargarse de obtener dichos objetos y hacérmelos llegar por medio de intermediarios durante el día. Al fin y al cabo, no es más importante la venganza de un guerrero que un trato con un visir. Partiremos hacia Alepo mañana por la noche.
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