06 de Octubre de 1991

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No estoy segura de por dónde comenzar este diario, que será el testimonio de las cosas sorprendentes y sí, demenciales que me han sucedido y me seguirán sucediendo mientras continué mi búsqueda. Recordaran el nombre de Barrington asociado a muchos círculos influyentes y poderosos y a una visión de los negocios práctica y dura. Es un nombre que algunos reverencian porque representa todo lo que es grande en el espíritu americano. Y esa es una de las razones de que este diario sea un documento secreto, al menos mientras yo viva. No podría vivir con la inevitable lacra que caería sobre el nombre de mi familia si se descubriera públicamente la verdad sobre mis actividades. Pero hay otra razón más importante para mantener en secreto este diario, a pesar de que la información que contiene es de vital importancia para la misma supervivencia de la humanidad. Aunque suene melodramático es completamente cierto. Sencillamente, el contenido de este diario no lo creería nadie que no hubiera pasado por una experiencia similar. Si alguien lo creyera sin haber tenido tal experiencia no me parecería una persona razonable ni digna de confianza.

Lo que vacilo tanto en revelar es que este diario trata de la existencia, en la realidad que conocemos, de los vampiros. Los vampiros han sido temidos durante mucho tiempo por mitos de la sabiduría popular, y como tales han sido tratados por la ficción en los dos últimos siglos. Pero no son ficticios y nunca los han sido. La humanidad re descubre en los últimos tiempos la importancia e incluso las verdades inherentes a los mitos y las leyendas. Pero al acercarnos velozmente al milenios, espero (y temo) que descubra que, de hecho, son ciertos no como metáforas, sino como pura realidad.

Supongo que debo empezar este relato por la historia que me ha empujado a escribirlo. No suelo ser una mujer emotiva, pero me cuesta revivir de nuevo aquel momento y hasta recordarlo. Pero debe ser contado, pues si no, mis actividades sólo se entenderían como una demencia. Tengo buenas razones para hacer lo que hago ya que existe un deber sagrado hacia la propia familia y en especial hacia un hermano gemelo.

Todo empezó hace dos meses, cuando me di cuenta de que Robert parecía enfermo. Robert es mi hermano gemelo, el menor por cosa de quince minutos. Siempre me he sentido protectora hacia él, por ser la mayor, pero también porque él ha sido siempre de naturaleza débil, y prefería las artes al duro mundo de los negocios familiares. Aunque papá lo desaprobaba, yo le defendí. Ahora que lo pienso, quizá hubiera algo de egoísmo en todo ello. Si Robert hubiera seguido el otro camino, aunque yo fuera la mayor seguramente habría sido él quien recibiera el favor de nuestro padre por ser el retoño varón, al darle el apoyo que necesitaba para oponerse a los esfuerzos de mi padre por conducirlo hacia el negocio familiar, no sólo le ayudaba a él, sino también a mi misma.

Pero volvamos a su aparente enfermedad. Lo veía pálido, como si sufriera un profundo agotamiento, o quizás una enfermedad. Yo acababa de volver de un viaje por la costa oeste y no había estado para ver los primeros síntomas de su mal. Cuando le expresé mi preocupación, pareció sorprenderle que pensara así. Aseguraba sentirse mejor que nunca. Dijo estar cansado por haber estudiado mucho para sus exámenes finales. Esto alivió mis preocupaciones, pues le veía más contento de lo que le había visto en mucho tiempo. Después de algunas preguntas, me dijo que había conocido a alguien en la escuela. Entonces lo comprendí, pues la pasión puede alterar fácilmente un organismo débil como el suyo. Le hice prometer que cuidaría más de su salud y luego volví a otros asuntos. No le vi mucho el mes siguiente, ya que estuve atareada leyendo los asuntos de mi padre para su jubilación a fin de mes. Pero una mañana temprano acerté a verle cuando volvía a casa.

Se le veía horrible, al borde de la muerte. Me entran escalofríos al pensar de nuevo en ello. Lo único que dijo fue que había tenido una noche difícil y se fue a su habitación. En aquel momento me enfadé muchísimo. Nunca pude culparle de nada; yo siempre hacía recaer sus culpas en algún otro. Ahora comprendo que en esta ocasión sólo huía de mi propia responsabilidad. Acusé a su novia, aunque ni siquiera conocía su nombre. Ella había encendido su pasión de aquel modo. ¿Cómo podía no ver lo que estaba haciendo?. Decidí seguir a Robert la próxima vez que la visitase, para poder contárselo a ella lo misma.

Durante algún tiempo, Robert había estado durmiendo por la mañana, y sólo se levantaba por la noche. Atribuí en parte su mala salud a este mal hábito. La siguiente noche, cuando se levantó yo le aguardaba en la calle con el coche de unos de los empleados de papá, para que Robert no viese que le seguía. Se dirigió a un edificio de apartamentos cerca de la universidad, uno de esos edificios de alquileres baratos que pueden permitirse los estudiantes con menos ingresos. Esperé media hora después de que se hubiera ido, ya que no deseaba interrumpir su encuentro.

Subí al apartamento, e iba a llamar a la puerta cuando descubrí que estaba entreabierta. Podía oír los besos que venían de adentro. Entonces me sentí incómoda, pero no quise volver por si ya habían oído, así que abrí la puerta y entré. Nunca ha exhalado otro quejido de angustia como lo hice al ver lo que entonces vi. Robert estaba en el suelo de la salita, sentado sobre unos cojines tomados de un sofá cercano, mientras le besaba y le acariciaba.... un hombre.

Pero eso no era lo horrible, pues el hombre alzó la cabeza y vi la herida por la que había estado chupando el cuello de Robert. La sangre de Robert corrió por la barbilla de aquel extraño al abrir su boca, sorprendido al verme. Robert no hacía sino gemir y ni siquiera abrió los ojos, tan abandonado se hallaba a su sopor, debilitado por la perdida de sangre.

Grité de nuevo. El hombre depositó a Robret con cuidado y se levantó. Temblaba de furia. Yo ya había tratado con hombres furiosos. Es uno de mis puntos fuertes. Quería chillarle, aplastarle verbalmente contra el suelo por su perversidad. Pero no pude.

Estaba paralizada por el terror, pues sus ojos habían empezado a brillar, a palpitar con un profundo color rojo. Y sus manos se habían vuelto garras. Hacía un momento eran manos normales, humanas y al siguiente tenían las uñas de una bestia. Salí corriendo de la habitación. Él me perseguía, gritándome incoherentemente. En medio del terror, recordé mi entrenamiento y justo cuando se estiraba para agarrarme y arrojarme de la escalera, tomé la pistola eléctrica del bolso y le disparé a la máxima potencia. Su cuerpo se contorsionó en una sacudida espasmódica al correr la electricidad por él. Pero siguió de pie. Parecía aturdido, más confuso por la naturaleza de lo que había pasado que temeroso de otra sacudida.

Corrí hacia mi coche mientras él salía de su aturdimiento y seguía persiguiéndome como si sólo le hubiese tirado agua en vez de corriente eléctrica. El coche arrancó y pisé hasta el fondo el acelerado al tiempo que su... garra... arañaba la ventanilla. Al salir disparada de allí, pude ver por el retrovisor como abandonaba la persecución y corría de vuelta al apartamento.

Me dirigí directamente a la comisaría de policía, y tan pronto les dije quien era, no perdieron tiempo en despachar un equipo de operaciones especiales para rescatar a mi hermano. Acompañé al jefe de policía en su coche poco después de que salieran los de operaciones especiales. Cuando llegamos, el equipo ya había entrado en el apartamento y no habían encontrado ni al agresor ni a Robert.

He perdido el recuerdo de algunos momentos desde entonces, seguramente debido a la naturaleza intensamente emotiva de lo sucedido, unida al miedo por la vida de mi hermano. Cuando recuperé parte de mi compostura, no ahorré esfuerzos de convencer al comisario de policía  que acababa de llegar de que le diera a este caso prioridad absoluta, recordándole la financiación de la campaña que le había dado su puesto.

Luego fui a casa y lloré. Mi hermano estaba en manos de un monstruo psicópata. Ni siquiera me permití insistir en los ojos y las garras de aquella cosa. Traté de organizar los asuntos del negocio para dejar de pensar en Robert, pero por primera vez en mi vida, no trabajé. Prácticamente había crecido con un maletín en la mano, pero eso ya no significaba nada para mi mientras no supiera dónde podía estar mi hermano. Para aumentar mi desconsuelo, alguien había filtrado la noticia a la prensa. Mi declaración de lo que había ocurrido se introdujo en un matinal. Estaba furiosa. Tan pronto me tranquilicé, tomé algunas notas para ocuparme del asunto con el director. Pero me interrumpió una llamada a la puerta.

Abrí para ver a un hombre muy extraño. De inmediato lo califiqué como uno de esos profesores liberales excéntricos y extravagantes de las universidades californianas. Desde entonces he tenido tiempo de cambiar de opinión acerca del Dr. Bartholomew White. Pero en aquel momento, al ver que llevaba un periódico bajo el brazo, creí que buscaba una historia, así que le dije que no quería hablar de esa basura del periódico y empecé a cerrar la puerta. Él protestó pero ni siquiera le escuché hasta que, muy forzadamente dijo: "Sé qués es lo que ocurre señorita Barrington". Eso me detuvo y por un momento aquella noche horrible llenó de nuevo mi mente. Abrí la puerta y le invité a pasar.

No relataré aquel torpe primer encuentro, pues no conseguiría más que dar mala impresión del Dr White a quien lo leyera. Sólo diré que fue el Dr. White quien me hizo tomar el camino que ahora sigo decididamente. Me convenció de la evidencia de mis propios sentido, pues sus propias experiencias eran demasiado parecidas a la mía. Supe entonces lo que había temido aceptar durante toda la noche: que mi hermano estaba en manos de un muerto andante. Más aún; estaba en poder de unos de los príncipes de los no muertos, el vampiro.

Al ser finalmente consciente de este mal, me eché a llorar por Robert, a quién di por muerto. Pero el Dr. White me convenció de que aún podía estar vivo, pues parecía ser costumbre de esas criaturas la de tomar esclavos humanos. Dice que son muy selectivos a este respecto, y que aún no sabe cuál es su criterio, pero que estaba seguro de que si este vampiro había ido tan lejos como para mantener a Robert durante tanto tiempo, no lo abandonaría tan fácilmente. Puede que ahora tenga prisionero a Robert.

El Dr White mencionó otra posibilidad, pero es demasiado horrible siquiera considerarla. No, no la diré. Simplemente rogaré que no sea cierta. Pero juro aquí ya ahora, siendo esta página mi contrato, que no abandonaré la búsqueda de este vampiro hasta que encuentre a Robert, vivo o muerto. Con la ayuda del Dr. White, creo que podemos hallar su pista y descubrir pronto su cubil.
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