21 de Octubre de 1991

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Han pasado muchos días desde esa noche y creo que ya me siento preparada para relatarla. No puedo pensar en indicación alguna para prolongarla. Lo que sigue es mi mejor reconstrucción de los sucesos de la noche aquella.

El Dr. White y yo llegamos a la universidad a las seis menos cuarto. Llegamos pronto. El sol se pondría hacia las siete y medía. Y antes queríamos asegurarnos de estar bien situados. Reunimos nuestro equipo y nos dirigimos hacia la casa en la que D'Arcon organizaba sus parrandas.

Si aún no había llegado, emplearía ese tiempo en examinar el terreno, incluido el sótano (no voy a dar la dirección de la casa. Desde entonces se ha incendiado y ardió hasta los cimientos. No lo hice yo. Y no quiero pensar en quién pudo hacerlo). Nuestro plan era que yo fuese a la puerta y entrase declarando ser una inspectora de viviendas de la ciudad que inspeccionaba todos los edificios alrededor del campus. Mientras tanto el Dr. White intentaría entrar por una de las ventanas del sótano.

Mi truco funcionó, entretuve al joven que cuidaba la casa durante bastante tiempo como para permitir que el doctor entrase. Sospecho que el joven que soporto mi "inspección" no era consciente de la auténtica naturaleza del dueño de la casa. Suponía que el dueño, un tal Sr. Jacque D'Arcon, era un profesor retirado o un mecenas de alguna clase que permitiría la utilización de su casa como una especie de local para las reuniones sociales y las fiestas de los estudiantes. Le pregunté si el Sr. D'Arcon visitaba alguna vez la casa. El contestó que creía que DÁrcon aparecería aquella noche por allí. Pensé que aquélla era la excusa perfecta para volver a entrar de noche, así que le dije que volvería más tarde para hablar personalmente con el Sr. D'Arcon acerca del estado de su propiedad. Me fui antes de que pudiera preguntarme nada.

Anduve alrededor de la casa sin hallar señales del Dr. White, como sospechaba que ocurriría si yo tenia éxito. Esperaría dos horas y volvería con la excusa de buscar al señor D'Arcon. Si aún no hubiese llegado, emplearía ese tiempo en explorar más a fondo la casa incluido el sótano. Según se iba desarrollando, mi plan funcionaba a la perfección. D'Arcon aún no había llegado, lo que me libró de enojos retrasos para evitar el enfrentamiento hasta que pudiese encontrar al Dr. White. Los estudiantes celebraban una fiesta de Paso del Ecuador y la casa estaba abarrotada de estudiantes de todas las clases sociales, aunque sobre todo eran estudiantes de arte y literatura, como atestiguaban sus ruidosas conversaciones.

Me abrí paso hacia abajo, tablilla en mano y garabateando notas mientras "examinaba" las paredes y los marcos de las puertas. Mi aspecto profesional les impresionó y nadie me impidió bajar las escaleras. Como sospechaba por sus primeras reacciones, allí tenían lugar actividades menos legales de los estudiantes. Pude oler que se fumaban sustancias ilegales, y percibí fragmentos de la jerga de los drogadictos mientras pasaba por las distintas habitaciones. Encontré una puerta que conducía a lo que un estudiante me dijo que era una bodega, me advirtió que no bajara, pues lo prohibía el propietario. Le dije a que me dedicaba y él se encogió de hombros.

Abrí la puerta y le di al interruptor. Una débil bombilla de veinticinco vatios iluminó desde algún lugar al final de las raquíticas escaleras. Comencé un cauto descenso. Si el Dr. White hubiera entrado, como debió de hacerlo, pues no estaba en la furgoneta, habría bajado hasta aquí. Entré en una gran habitación. La pared estaba toda cubierta de anaqueles. Había cajas de botellas de distintos tamaños repartidas por todas partes. Iba a ir hacía la puerta del fondo cuando oí un susurro tras de mí. Me volví y descubrí al Dr. White, escondido en la oscuridad debajo de la escalera. Fui hacia él silenciosamente y le pedí un informe. Estaba muy nerviosos y le alivió verme. Hacía un rato que había evitado por muy poco ser descubierto por un esclavo de sangre y desde entonces no había salido de la oscuridad bajo las escaleras. Estaba convencido de que el lugar de descanso de D'Arcon estaba tras la puerta del fondo, donde otro par de escaleras serpenteaban hacia abajo. Sólo había bajado la mitad cuando el esclavo de sangre empezó a subir.

Le animé con un discurso encomiando su valor. Luego nos dirigimos hacia la puerta del fondo. La abrí lentamente, tan en silencio como pude. Estaba bien engrasada, señal de que el propietario tampoco quería hacer ruidos innecesarios. No había nadie en las escaleras, ni pude ver sombra alguna a la parpadeante luz de abajo. La luz parecía ser de velas o de lámparas de aceite. Mucho más bonita que la luz eléctrica pensé, pero también un peligro de incendio. Quizá pudiéramos usarla a nuestro favor. Empezamos a bajar las escaleras. Al primer crujido de las tablas de madera, nos quedamos helados conteniendo la respiración. Pero no pasó nada. Así que seguimos adelante.

Al final de la escalera, un pasillo con candeleros de bulbos de cristal seguía hacia adelante. Había puertas a ambos lados. Las paredes eran de madera, de buena ebanistería. Daba la impresión de ser un distribuidor que diera a un recibidor victoriano. Ahora oímos voces que provenían de la puerta más alejada, que estaba medio abierta. Hablaban en francés y me increpé por no haberlo tenido en cuenta en mi educación. Si se hubiera tratado de alemán o de japonés, habría estado prevenida.

Ambos sacamos nuestras estacas de madera del bolso del doctor. Dejé la tablilla y con un crucifijo en la otra me dirigí hacia la puerta. El doctor me siguió con el mismo "armamento" dispuesto. Sin problemas, dejamos atrás dos puertas, una a cada lado. Al ir a pasar a la siguiente, supuse que llegaríamos a la habitación sin oposición alguna. Pero justo al pensarlo, se vio que me equivocada cuando el doctor profirió un corto grito.

Me volví justo a tiempo de ver como D'Arcon salía de una de las puertas del distribuidor tras de nosotros y agarraba al doctor por la espalda. Me quedé paralizada al contemplar a la bestia que había bebido de la sangre de mi hermano delante de mis propios ojos. El doctor, debatiéndose con sus brazos en toda su amplitud, logró situarse un brazo tras la cabeza y poner su crucifijo en la mejilla del vampiro, mientras recitaba una liturgia en latín. El efecto fue prodigioso.

D'Arcon profirió de inmediato un grito a la vez de sorpresa y extremo dolor y saltó alejándose del doctor mientras se cubría la mejilla, en donde pude ver la marca de una quemadura. Nos miró fijamente, con incredulidad, como si hubiéramos violado alguna ley de la física, lo cual en cierto modo habíamos hecho. "¿Donde esta mi hermano?" le grité, interponiendo mi crucifijo mientras avanzaba hacia él.

Por un instante retrocedió nervioso, y luego el miedo desapareció de su rostro y se detuvo. Me miró confuso y luego miró de nuevo al doctor. Se volvió hacía mi y sonrió. Me detuve comprendiendo lo que antes había imaginado: el poder de la cruz estaba con el doctor, no conmigo. Intento sortear disimuladamente al doctor para dirigirse hacia mí, pero el doctor se interpuso entre nosotros.

Entonces habló. Me sorprendió que su pronunciación fuese perfecta, sin un rastro del francés que había oído en la habitación del fondo, aunque la voz fuese la misma. Debió de oírnos y se dirigió hacia nuestras espaldas a través de algún pasadizo que no conocíamos. Ésta fue nuestra conversación.

D'Arcon: "Sé por qué han venido y admiro su coraje. La juzgue mal, Srta Barrington. Por lo que me dijo su hermano, creí que usted era una mujer superficial, preocupada sólo de los asuntos mundanos. Pero me ha demostrado mi error."
Yo: "Dónde está él? ¿Dónde está Robert?."
D'Arcon: "Está más al fondo, en mis habitaciones particulares. Pero no creo que les quiera ver, ni usted a él."
Yo: "¿Cómo se atreve a suponer tal cosa?."
D'Arcon: "Lo digo enserio, Srta Barrington. No miento acerca de lo que es mejor para Robert."

Dijo esto último con tal furia y convicción que tuve miedo. ¿Qué ocurría aquí?. No comprendía de qué me estaba hablando. Tonta, tonta de mi. En ese momento nuestra conversación fue súbitamente interrumpida por un disparo. El doctor cayó redondo y la sangre de su terrible herida en la cabeza tiñó de rojo las paredes. Levanté la vista y vi a uno de los invitados que esta vez tomaba cuidadosamente puntería en mí con su pistola. Me agaché y corrí hacía la habitación del fondo. Doblé la esquina, saliendo de la línea de fuego. Tenía que moverme con rapidez, pues ya suponía lo que iba a hacer D'Arcon.

Apenas pude situarme a tiempo junto al pasadizo lateral que volvía para lelo al distribuidor, por el cual D'Arcon nos había ganado la espalda. D'Arcon se abalanzó sobre la habitación antes de lo que yo pensaba, de modo que le ataqué por detrás. Dirigí mi estaca a su espalda. Sólo el que se detuviese momentáneamente a buscarme me permitió apuntar con precisión. Se clavó profundamente y en blanco. Cayó, cesando su medio grito antes de haber llegado al suelo, con el cuerpo tensado por el rigor de la parálisis

Corrí por el pasadizo por que él acababa de entrar, registrando mientras mi bolso. Saqué mi revolver corto del 32 y me planté en el distribuidor por la puerta que D'Arcon había dejado abierta tras de si. Enmarcado por la puerta del fondo, contemplando a D'Arcon, se hallaba el pistolero de la escalera. Le disparé tres veces seguidas y los tres tiros le dieron en la espalda. Gorgoteó y se dejo caer y su mano muerta soltó la pistola al chocar contra el suelo. Avancé con cuidado y con mi revolver aún apuntándole. Estaba completamente muerto. Todas las balas le habían salido por el pecho. Una había atravesado su corazón y la sangre manaba por el orificio delantero de la herida. Pude vislumbrar la mirada hambrienta y desesperanzada de D'Arcon contemplando el charco de sangre sobre la magnífica alfombra.

Volví al distribuidor y recogí la bolsa del doctor. La puse junto a D'Arcon y saqué el hacha. Sus ojos se salieron de sus órbitas, suplicaron, maldijeron y rogaron al mismo tiempo. Alcé y dejé caer el hacha en un movimiento monótono aunque efectivo, separando la cabeza de D'Arcon de su cuerpo. Pero aún gritó algo más antes de que su existencia concluyera para siempre. Debió de costarle un prodigioso esfuerzo de voluntad el sobreponerse a su parálisis. Pero lo que dijo revelaba un prodigioso deseo.

Yo no había entendido nada desde el principio. Vi el secuestro de Robert como un perverso y maligno acto de maldad. Pero era precisamente lo contrario. Una mano desesperadamente desde la eternidad. Sus últimas palabras fueron: "Te querré siempre, Robert". He de detenerme, no puedo seguir escribiendo. Continuaré más tarde. Estoy demasiado cansada para terminar ahora.
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