09 - El Siglo XVIII

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El siglo XVIII no fue amable con la Iglesia. El poder temporal desapareció, el poder político se debilitó, y el poder espiritual se fragmentó. Los cambios de la época también se vieron reflejados dentro de la Sociedad. Con el mundo occidental dominado por el racionalismo y la ilustración, el número de Inquisidores cayó a poco más de 50. En el vaticano, incluso se hablaba de disolver la Sociedad. Aunque la iglesia no era especialmente partidaria de las filosofías de la ilustración, no quería tener una Sociedad semi secreta de cazadores de brujas actuando en su nombre; si la existencia de la Sociedad llegaba al conocimiento general, las consecuencias serían sin duda desagradables. Cuando el pontífice comenzó las deliberaciones sobre la disolución de la Sociedad, el Inquisidor general Marcus Deluca, convocó un concilio. Para Deluca y la mayoría de sus seguidores, era obvio que la iglesia misma había caído bajo la influencia del enemigo. El concilio discutió muchas cosas, incluso la opción de romper los lazos con la iglesia y conseguir plena autonomía.

Pero desgraciadamente, la Sociedad dependía de demasiado del respaldo financiero del Vaticano. En el curso del concilio se reveló que la Sociedad llevaba sembrando la iglesia de seguidores leales a su misión. Algunos eran meros simpatizantes, pero otros eran verdaderos Inquisidores encubiertos, con la misión de fomentar el crecimiento de la Sociedad más que dedicarse a la caza. Al principio el concilio invocó el apoyo de los cardenales y altos cargos que simpatizaban abiertamente con la Sociedad. Cuando los informes demostraron que estos individuos no se mostraban persuasivos en sus intentos de convencer al pontífice, la Sociedad recurrió a su siguiente línea de defensa. Deluca pidió una audiencia directa con el Papa. Se ignora cuáles fueron las palabras exactas de la entrevista, pero supuestamente Deluca demostró tener un muy exacto conocimiento de las intenciones más carnales del Papa hacia ciertos seminaristas... un pecado bastante escandaloso, y una información ciertamente privilegiada, que sólo tenía el confesor del Santo Padre. Esta audiencia acabó con toda discusión acerca de disolver la Sociedad. Después de todo ¿qué es el pecado menor del chantaje comparado con el deber de salvar a la humanidad del maligno? Dios sería misericordioso... o al menos, eso argumentó el Inquisidor General.
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