Lhiannan

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Hubo un tiempo en el que los Lhiannan eran un linaje poderoso y numeroso, el igual de muchos de los clanes vampíricos que habitaban Europa en la antigüedad. Sin embargo de aquel período de esplendor hoy sólo quedan ruinas y los orgullosos druidas y bardos del pasado han dejado lugar a brujas de aldea, buhoneros y charlatanes, o monstruos que acechan en las profundidades de bosques encantados. Un aura de tristeza, resignación y cinismo envuelve a muchos Lhiannan. El mundo que recuerdan sus antiguos y que a menudo idealizan exageradamente ha desaparecido, y las viejas costumbres son olvidadas o degeneran, mezclándose con supersticiones sin sentido o peor todavía, adaptando prácticas del aborrecido dios crucificado. Los demás clanes de la Edad Oscura contemplan a los Lhiannan y ven en ellos una reliquia caduca del pasado, y una advertencia de lo que puede ocurrirles si no saben seguir las corrientes del cambio y el tiempo.

Algunos antiguos que todavía recuerdan las noches paganas observan con regocijo cuán bajo han caído los arrogantes Druidas que exigían tributos y sacrificios, mientras que otros los observan con cierta comprensión y nostalgia, y aunque añoran los buenos viejos tiempos en que los Cainitas eran adorados como dioses paganos o sus representantes, saben que esas prácticas ya no tienen lugar en el nuevo orden de las noches medievales. Y sin embargo, los Lhiannan mantienen ciertas esperanzas. Algunos aguardan con un anhelo fanático el regreso de la Anciana, desaparecida hace siglos, mientras que otros comprenden que deben adaptarse para sobrevivir…si ya no es demasiado tarde. Sin embargo, en conjunto el linaje se encuentra en una situación demasiado débil y sus enemigos demasiado poderosos, por lo que el futuro resulta cada vez más incierto.

Los Lhiannan se consideran en parte espíritus, cuando no dioses, una condición heredada de la Anciana y de su consorte. Sea o no cierta esta afirmación la marca de su naturaleza sobrenatural es muy intensa, mucho más que en otros vampiros, hasta el punto de que los propios mortales sienten una sensación de vaga incomodidad cuando se encuentran en su presencia. Esta sensación varía, pero puede ir desde un escalofrío a simplemente una sensación de que hay algo extraño. Para los vampiros y criaturas que pueden utilizar Auspex u otros poderes sobrenaturales de percepción resulta incluso más evidente. Esta naturaleza mística y espiritual también se manifiesta en una intensa territorialidad, muy similar a la de los vampiros Tzimisce. Tras el Abrazo los Druidas se sienten vinculados a una zona de forma variable, cuyo centro suele ser una arboleda, un lago o algún lugar de carácter “sagrado,” al menos para los propios Lhiannan. Habitualmente el territorio de los Druidas se extiende en un radio de unos 80 - 100 km en torno a este punto, aunque la maldición se manifiesta de forma diversa en algunos individuos, que pueden reclamar como suyas áreas mayores o menores. Un Lhiannan siempre es consciente de si se encuentra dentro o fuera de su territorio, y de hecho cuando lo abandonan se sienten inquietos y molestos, debilitándose progresivamente con el paso del tiempo a menos que regresen a sus refugios.

No siempre fue así, y se cree que esta territorialidad que se extendió en la línea de sangre no comenzó hasta que la Anciana se desposó con su consorte espiritual, tiempo después de que la línea de sangre se hubiera extendido por toda Europa. La expansión de los Lhiannan se redujo tras la aparición de esta debilidad espiritual, pero en algunos Druidas se manifiesta de forma menos intensa, siendo capaces de evitarla a semejanza de los Tzimisce, transportando de alguna manera la esencia de su territorio con ellos, bien en forma de varios puñados de tierra o de un bastón o elemento tallado en la madera de un roble sagrado. La debilidad de la línea de sangre ha limitado su expansión, pero de alguna forma sus miembros han encontrado maneras de extenderse más allá de sus territorios. Como se ha mencionado, cuando los Druidas son expulsados de sus refugios algunos se sacrifican voluntariamente, viajando y concediendo el Abrazo a un chiquillo en otro lugar, dejándose diabolizar en el proceso. En otras ocasiones, cuando los adoradores de un lugar lejano acuden buscando un “dios de la sangre” o un “protector” para sus comunidades, los Druidas les entregan un chiquillo, que es transportado ceremonialmente hasta el lugar deseado, donde transmite la sangre y se sacrifica bajo los colmillos de su nueva progenie.

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