Parte 01: Revelaciones

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Se formó una silueta en la penumbra. Alta, atractiva, cubierta por un abrigo de pelo de camello de cuero de buena calidad. No había sombrero que le tapara el cabello muy corto, pero sí una bufanda de cachemira blanca que contrastaba con la piel de chocolate. Era un tono más claro que Matthew, tal vez, y varios más oscuro que Zola. Matthew se humedeció unos labios que sentía súbitamente resecos.

—¿Hijo? —grajeó. Tragó saliva y lo dijo de nuevo, más alto, más fuerte—. ¡Hijo! Noah no respondió.

—Oh Noah... Noah, me... —Abrió los brazos—. Te he echado de menos hijo. No sabes cuánto he rezado para que llegara este momento. La figura permanecía callada e inmóvil. Matthew sintió que se le ponía el vello de punta sobre la nuca.

—Hijo... Noah... —Vaciló—. Sé que te dije cosas horribles. Y lo siento. No me cuesta reconocer que me equivocaba. No ha pasado un solo día sin que pensara en lo que nos había ocurrido. Ni uno solo. Por favor... por favor, dime que has vuelto para quedarte.

—¿De verdad has rezado por el regreso de tu hijo? —La voz era la de Noah, pero el tono era fríamente neutral, igual que el de un juez al dictar sentencia. El reverendo frunció el ceño.

—Tú sabes que sí.

—¿Aunque la respuesta haya sido siempre “no” en el pasado?

—Eso era antes. Ahora estás aquí, ¿no es así? La figura que tenía ante sí se rió... y cambió. Donde antes había un atractivo hombre negro se revelaba ahora la gloria del fuego. Los charcos de agua bulleron y se convirtieron en vapor. El aparcamiento vacío se inundó de repente de una luz celestial y Matthew cayó de rodillas, enlazando sus manos, y con los ojos desorbitados.

—¡Cristo y Señor! —exclamó—. ¡Cristo y Señor!

—MATTHEW —dijo la aparición que antes había sido un hijo—. NO TENGAS MIEDO.

—¿Qué quieres de mí?

—¿QUÉ ESTARÍAS DISPUESTO A DAR?

—¡Lo que fuera! ¡Cualquier cosa, mi Señor! Soy vuestro siervo. ¡Estoy a vuestras órdenes!

—LO ÚNICO QUE PIDO ES LEALTAD, MATTHEW. LO ÚNICO QUE TE PIDO ES CONFIANZA Y FIDELIDAD.

—¡Soy vuestro! ¡Sabéis que lo soy, siempre lo he sido! ¡Hágase tu voluntad, Señor! ¡Hágase tu voluntad!

—¿DEBERÉ PONERTE MI MARCA EN LA FRENTE PARA SEÑALARTE COMO MÍO PARA SIEMPRE?

Con los ojos cerrados de dicha, Matthew se inclinó hacia delante, expectante, ofreciendo la frente. Podía ver tras los párpados que la luz del milagro desaparecía hasta volverse negra, y cuando abrió los ojos de nuevo, la escena volvía a estar iluminada por el naranja de las farolas halógenas y el azul de la luna envuelta en neblina. Ante él volvía a tener a su hijo, meneando desdeñoso la cabeza.

—Necio —dijo Noah. Matthew reparó de repente en la fría humedad que penetraba por las rodillas de su traje y el temor dio paso a la ira.

—¿Qué te propones con esto? —preguntó, al tiempo que se incorporaba.

—Oh Matthew... eres extraordinario. No hay mucha gente que esté dispuesta a dejarlo todo y unirse a Dios... o a alguien que dice ser Él. —La voz de Noah presentaba un dejo sardónico, pero s semblante no delataba expresión alguna. Matthew frunció el ceño.

—¿Qué es lo que he visto? Noah entornó los ojos oscuros.

—¿Qué crees tú que has visto? —He visto la gloria de Dios Todopoderoso.

Ante esas palabras, Noah bajó la mirada, pero transcurrido un momento meneó la cabeza y soltó una risita cruel.

—No Matthew, no has visto la gloria de Dios Todopoderoso. Lo que has visto era el boquete que dejó Dios al arrancar esa gloria. Eso era... la sombra de un fragmento de la grandeza del Hacedor. Eso eran sus cenizas.

—Noah... —comenzó Matthew, pero seguía confuso, incapaz de creer lo que había presenciado. La figura que tenía ante él se acercó y preguntó:

—¿Qué pensabas que era?

—Pensé que había visto a un ángel del Señor. Noah dedicó una mueca cruel a su padre.

—Prueba otra vez. —Se volvió hacia el edificio que tenían delante y leyó el cartel de la puerta—. Producciones Celestinas, S.A., hogar del Reverendo Matthew Wallace y La hora del poder de Jesús. —Sacudió la cabeza—. Ya veo que Cristo no es el que encabeza el reparto.

—¿Qué te propones? —quiso saber Matthew.

—Entremos y hablemos de ello. —Noah buscó las pesadas puertas con ambas manos... y siseó. Matthew abrió mucho los ojos cuando escapó una columna de humo blanco entre los dedos de Noah, que apartó las manos de golpe y frunció los labios al examinarlas. El reverendo se sintió desfallecer cuando vio cómo surgían las ampollas, cómo se agrietaba la carne chamuscada, la sangre... Noah se arrodilló y sumergió las manos en un charco aceitoso. Cuando las sacó, tenía las palmas sucias de motas de sangre y piel carbonizada.

—Qué interesante —dijo, mirando la puerta del estudio con respecto y cautela—. Supongo que tendremos que hablar en otra parte.

—¿Qué eres?

—Bueno, bueno, aquí hay alguien que no las coge al vuelo. —El Noah que conociera Matthew no tenía por costumbre chasquear la lengua y poner los ojos en blanco para reflejar su exasperación. Este nuevo Noah aparentemente sí, y a Matthew no le hacía ninguna gracia.

—Veamos... —Noah empezó a contar con los dedos ensangrentados—. Aparición gloriosa con alas de fuego. No es un ángel del Señor. Intenta seducir a los mortales para que le juren lealtad... y sufre daño en suelo sagrado. ¿Qué opciones crees tú que nos deja eso? Un hombre de menos fe se habría mostrado escéptico, pero Matthew, pese a sus defectos, era alguien que creía de veras.

—Aléjate de mí, Satanás —musitó. Noah soltó un bufido.

—¿No sería más fácil que te alejaras tú de mí? Matthew saltó hacia delante, asió a Noah por las solapas y lo levantó hasta ponerlo de puntillas.

—¿Qué le has hecho a mi hijo? —rugió.

La figura (¿el demonio?) no dijo nada, se limitó a esbozar una media sonrisa con los ojos entornados. De haber sido Matthew una persona realmente violenta, le habría sacado los ojos y habría tirado el resto al pavimento. De haber pertenecido aquel rostro a alguien que no fuera su propio hijo, lo habría lanzado contra las puertas del edificio con la esperanza de herirlo con el fuego sagrado. Pero Matthew era un hombre de palabras y gestos, así que se quedó plantado, agarrado al abrigo de Noah y sintiéndose cada vez más estúpido.

—Parece que se ha producido un malentendido —dijo en voz baja el rostro que tenía delante—. Esta chaqueta es para mí uso personal. Te agradecería que la soltaras. Matthew entrecerró los ojos y apartó a la figura de un empujón.

—Ahora, si pudiéramos... De repente el reverendo levantó las manos hacia el cielo plomizo.

—¡Oh Cristo Señor, escucha mi plegaria! ¡Sálvame de este demonio! ¡Protege a tu siervo de esta figura del pozo! —Su voz resonó en las paredes de cemento de los edificios de alrededor.

—¡No hagas eso! —¡Te lo ruego Señor, salva a tu humilde siervo! ¡Eres mi pastor, no me faltará de nada!

—¡Te lo advierto! —El rostro de Noah se retorció de odio... y también de temor. —Te lo ruego Señor Jesucristo, rezo en tu nombre... Antes de que Matthew pudiera decir nada más, Noah se plantó frente a él, con los dientes a escasos centímetros de su nariz.

—¿Rezas a Jesús mientas te follas a la líder del coro? ¿Le rezas para que la meta en tu cama? ¿Te pones de rodillas y rezas, “Oh Señor, por favor, no permitas que se entere mi esposa”? Matthew vaciló. Intentó comenzar de nuevo.

—Tú eres mi abrigo y mi pan...

—¿Qué es lo que tiene reverendo? ¿Te la chupa cuando tu esposa se niega? ¿Rezas pidiendo perdón cada vez que te escapas para echar un polvo con ella o te lo ahorras para la gran confesión mensual?

—¡Cierra la maldita boca! La figura ante él se relajó, se enderezó el abrigo y se sacudió las manos, súbitamente tersas e ilesas.

—Ahí tienes tu exorcismo. Matthew agachó la cabeza.

—Aléjate de mí. Déjame en paz. —Pero ya no eran una orden, sino un ruego.

—¿Es eso lo que quieres? —La voz de Noah era inesperadamente amable—. Si quieres que me vaya, me iré. No volverás a verme el pelo. —Al ver que Matthew no respondía de inmediato, Noah sacó algo de un bolsillo y lo sostuvo en alto—. En tal caso, será mejor que te devuelva esto. Matthew vaciló, pero cuando reconoció el objeto, extendió la mano instintivamente. Era una Biblia; una Biblia de Good News, marrón, con tapas de cuero y bordes dorados. La reconoció. Se la había dado a Noah cuando el muchacho hizo la Primera Comunión. Al abrirla, leyó, Ve siempre con Dios. Te quiero, hijo.

—¿Por qué haces esto? —susurró Matthew.

—Porque supuse que podrías ayudarme —respondió el otro, antes de dar media vuelta.

—¡Espera! Noah se giró.

—¿Quieres acompañante? —preguntó Matthew.
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