La Llegada del Apocalipsis

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Me llamo Magdiel, y soy un ángel caído. Soy uno de los elegidos de Lucifer, y vuelvo a ser libre en el mundo. Estuve aquí cuando se creó este lugar, y aquí seguiré cuando sea destruido. No soy Anila Kaul, aunque me parece bien ser ella hasta que pueda comprender este mundo y encuentre mi lugar en él. Cuando parezco humana, soy mucho más que eso. Este cuerpo sólo contiene una de mis facetas, una simple extrusión de algo mucho mayor. Existo desde el principio de los tiempos, y he visto cosas que la mera mente humana no podría comprender. Hay veces en que me cuesta creer lo reducida que es la sección de la realidad que pueden percibir. ¿Cómo sobreviven comprendiendo tan poco? Para mi sorpresa, no obstante, encuentro atractivos los sencillos placeres de sus vidas. No debo sucumbir a esa atracción. No me importa lo seductores que sean los recuerdos y las sensaciones de Anila. No me importa la pasión que siente por su marido y sus causas. Soy un Ángel de la Muerte, y seré más que humano.

Sé que tengo que permanecer en este cuerpo si quiero permanecer en este mundo, pero sus limitaciones son exasperantes. Esta mente no puede asimilar mis recuerdos, y a veces debo esforzarme para conservarlos. Voy a plasmarlos sobre el papel, con la esperanza de que estos apuntes me permitan retener más de lo que cabe en este cráneo. Admito que me tientan la vida de Anila y sus emociones. No se parecen a nada que haya experimentado antes. Tras milenios en el frío vacío del Infierno, cualquier experiencia es bien recibida, pero no perderé lo que soy por una patética mujer humana cuyo espíritu fue roto en cualquier apartamento cochambroso. Soy un demonio. Anila ha dejado de existir.

La Oscuridad Infinita

Me acuerdo perfectamente de la guerra. Las cosas que no consigo recordar probablemente sea mejor olvidarlas. Entonces hice cosas que lamento todavía hoy. Pero no quiero olvidar mi encarcelamiento. No quiero olvidar lo que me hizo Dios, porque si lo hago, tal vez nunca consiga entenderlo. Por aquel entonces no comprendía el concepto de encarcelamiento. Ninguno de nosotros lo conocía. No fue hasta que hubimos perdido la última batalla y nos hubieron cargado de cadenas de fuego que supimos lo que significaba ver verdaderamente impotente. Estábamos preparados para sufrir dolor e indignidad a manos de nuestros enemigos, pero la venganza del Cielo fue mucho más cruel de lo que podíamos imaginar. Íbamos a ser olvidados, consignados a una bóveda de tinieblas hasta el fin de los tiempos.

Aunque seguiríamos pudiendo intuir el mundo del más allá y sentir las aflicciones de la humanidad, nos sería imposible intervenir. Anila no tiene palabras para describir el horror y el miedo que nos embargaron cuando los ángeles del Cielo nos arrojaron a la noche eterna. El Infierno era un lugar frío, un vacío absoluto en el que no había nada salvo nosotros. No podíamos hacer nada por aliviar nuestro encierro, puesto que no había materiales con los que trabajar. Estábamos completamente solos. Lo único que nos quedaba eran nuestros recuerdos y nuestros arrepentimientos. Quizá Dios nos hubiera confinado para obligarnos a lamentar nuestra rebelión.

Si ése era Su objetivo, jamás podría haber estado más equivocado. Sin nada más que nuestro dolor y frustración, encerrados en un limbo sin vida sin, sin esperanza de liberación, incluso los más fuertes de nosotros se rindieron a las visiones de cólera y los sueños de terrible venganza. Aun entonces, se podría haber evitado nuestro descenso a la locura. Con el tiempo, tal vez hubiéramos aprendido a hacer las paces con nuestra suerte. Pero el único espíritu que podría habernos librado de aquella pesadilla e inspirado para encontrar la manera de soportarlo, no estaba con nosotros.

El Misterio del Lucero del Alba

Lucifer era el mayor de todos nosotros. Parte de mí, probablemente la parte corrompida por Anila, quiere llamarle el más hermoso, pero eso no es exacto. Ella sólo podría entender el amor en términos humanos. Amábamos a Lucifer debido a la pureza de su misión y su propósito. Era capaz de articular lo que sentíamos con una claridad que pocos de nosotros podíamos igualar. Cuando salía al campo de batalla, nunca contemplábamos la posibilidad de la derrota. Su ira y su misericordia no tenían parangón, y cada uno de nosotros aspirábamos a ser dignos de su liderazgo. Me uní a la rebelión por Lucifer tanto como por mi propia necesidad.

Él me hacía sentir que mis esperanzas por la humanidad eran tan importantes como las suyas, y cuando decía que juntos prevaleceríamos, le creía. Aun cuando comenzó la guerra, y empezaron a morir los humanos, mi fe en el Lucero del Alba no vaciló. Él era un príncipe entre nosotros, y Dios terminaría por comprender su postura. Ni siquiera al término de la guerra, cuando los ángeles del Cielo dictaron sentencia contra nosotros, vaciló mi fe. Si temía algo, era por nuestro príncipe. ¿Cuánto peor sería el castigo de Lucifer que el nuestro? Sin él, dudo que hubiéramos reunido el coraje necesario para desafiar al Todopoderoso. Cuando las paredes del Infierno se cerraron sobre nosotros, descubrimos que lo habíamos perdido cuando más lo necesitábamos.

El Desaparecido

Recuerdo nuestro temor. La oscuridad nos cubría como una mortaja, y cuando buscamos al Lucero del Alba para solicitar su consejo y su sabiduría, no encontramos nada. Nunca buscamos otro líder. Nunca se nos había ocurrido que pudiéramos necesitarlo. Lucifer era el único entre nosotros que realmente creíamos que pudiera desafiar a Dios. Al principio sus tenientes, los que habían combatido a su lado y comandado sus legiones durante la guerra, asumieron que se uniría a nosotros más tarde. Parecía evidente que Dios reservaba otros castigos para Lucifer: luego lo encerrarían con nosotros. No sé cuánto tardaron en aparecer los primeros murmullos. ¿Y si Dios había destruido a Lucifer? Habíamos visto perecer a los ángeles en la contienda; ninguno de nosotros se hacía ilusiones acerca de su inmortalidad. Había quienes creían que, al ser nuestro líder, Lucifer era el único que había sido condenado a la destrucción.

Otros sugerían que lo habían relegado a una prisión especial, lejos de sus soldados por miedo a que encontrara la manera de conducirnos a la libertad. Aún había quienes creían que el Lucero del Alba podría haberse sacrificado a fin de obtener una cierta clemencia del Señor, asegurando así vuestra eventual liberación. Nadie lo sabía. Así que esperamos. No sé de dónde partió la idea, pero sí que una vez pronunciada, no hubo forma de silenciarla. Quizá surgiera en los consejos de los grandes poderes; quizá entre las filas inferiores; su origen no era importante. Lo importante era que la idea se propagaba entre nosotros como un cáncer, y para cuando uno de los tenientes de Lucifer hubo dado voz al pensamiento, las semillas de lo que considero nada menos que una segunda rebelión ya se habían plantado. —Lucifer nos ha abandonado.

Fue Belial, principal teniente del Lucero del Alba, el primero en decirlo. Algunos de los grandes duques corroboraron sus palabras, declarando que debíamos buscar la manera de huir y vengarnos sin Lucifer... o quizá a pesar de él. Abadón, aquel merodeador de negro corazón, se atrevió a decir incluso que Lucifer era el culpable de nuestra derrota. Hubo quienes alzaron sus voces en protesta, debido a su inamovible fe en nuestro príncipe. Muchos debatieron con sus creencias e intentaron evitar decantarse por uno u otro bando. Yo me quedé con los leales. Pocos tenían tanta fe en Lucifer como yo, y mi voz devolvió el buen juicio a muchos caídos menores. Otros tantos demonios, si no más, permitieron que la rabia los consumiera, y despotricaron contra nuestro príncipe con la misma vehemencia con que habían arremetido contra Dios.

Las Facciones

Sin un Lucifer que nos uniera, los susurros de la disensión que habían surgido durante los últimos días de la guerra no hicieron sino cobrar fuerza. El conflicto era inevitable; cada facción se atrincheró en sus ideas e intentó convertir al resto, a veces con palabras, a veces por medio de la fuerza. Sin duda la primera y la más numerosa de estas facciones fue la de los llamados Verdaderos Creyentes, los caídos que habían formado parte de la Gran Cruzada de Lucifer y creían que la humanidad era la clave para desafiar la voluntad del Cielo. Nuestro terrible exilio hizo poco por socavar las convicciones de la secta; al contrario, la furiosa respuesta del Cielo al final de la Era de Babel no logró más que reafirmar sus convicciones. No obstante, conforme transcurría el tiempo y el dolor seguía creciendo, su fe en la gloria de la humanidad adoptó un cariz más sombrío. En vez de desencadenar el potencial de la humanidad, los Verdaderos Creyentes declaraban que los caídos deberían haberlo dominado, como una lanza apuntada al inmisericorde corazón de Dios.

Ahora que las puertas del Abismo yacen desvencijadas me pregunto cuántos Creyentes habrá ahí fuera, paseándose entre las multitudes y cargando las almas de la humanidad de nuevas cadenas. Se hacían llamar los Guardianes de Babel durante el exilio; ahora estoy seguro de que se abstendrán de ostentar títulos que pudieran apuntar a sus verdaderos planes. Anila tiene una palabra para estos confabuladores, un nombre extraído de la literatura humana que está relacionado con el robo del alma: Fáusticos. Los más precavidos o contemplativos de los nuestros intentaban mantenerse al margen de las luchas por el poder, buscando respuesta a las numerosas preguntas que nos acuciaban. Aspiraban a comprender mejor nuestra derrota y exilio antes de tomar cualquier decisión sobre Lucifer. Eligieron dudar y cuestionarlo todo. Se excluyeron de los acalorados debates que sacudían nuestra prisión y hablaron con los que habían estado junto a Lucifer en la guerra, con quienes lo habían visto encadenado a los pies de Dios.

Interrogaron a quienes habían trabajado con él antes de que el pensamiento llamado rebelión hubiera cobrado forma. Al final comprendieron que mientras estuviéramos atrapados en el Abismo no se podría conocer la verdad, pero aun así siguieron elucubrando diversas teorías. Con el tiempo llegarían a ser conocidos como los Crípticos, los buscadores del misterio. Algunos, como yo mismo, nos opusimos a la idea que difamaba al Lucero del Alba. Nos enfrentábamos en todo momento a los indecisos y los herejes, esforzándonos por mantener con vida la visión de Lucifer. Él era nuestro campeón, nuestro líder y nuestra esperanza. Si seguía con vida, era nuestro deber liberarnos y encontrarlo para que pudiera comenzar la lucha de nuevo. Mientras hubiera uno solo de nosotros que creyera en el sueño de Lucifer, la guerra no estaría completamente perdida. Muchos se burlaron de nosotros y nos tacharon de Luciferinos, pero nosotros aceptamos ese nombre orgullosos. Otras almas más débiles sucumbieron a la desesperación.

Consideraban que la ausencia de Lucifer indicaba su destrucción o su tradición, y creían que estábamos condenados para toda la eternidad. Su rabia era feroz, y la volcaron sobre todas las obras de Dios. Juraban que algún día serían libres y destruirían todo lo que Él había hecho. Si Dios nos negaba el cosmos que habíamos creado y las personas que amábamos, tampoco Él las tendría. Ellos eran los Voraces, y vi desolado cómo aumentaban sus filas conforme transcurrían las épocas de agonía. Otros caídos volvieron su atención hacia el exterior. Aunque no podíamos interferir con el mundo que habíamos perdido, sí podíamos percibir nociones de lo que en él acontecía, mediante las punzadas de dolor o los pensamientos insinuados de los humanos que lo habitaban. Al principio, pensamos que esto era una señal de la piedad de Dios, un don que nos permitía un cierto contacto con el mundo que conocíamos. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo llegamos a pensar que era el mayor de Sus castigos. Esta facción pugnaba por llegar a sus aliados humanos de la rebelión, asegurarles que no habían sido olvidados.

Este último grupo me resultaba el más difícil de comprender. No consiguieron nada. Tras mil años de esfuerzos, se rindieron a la pasividad. Era como si la derrota a manos de Dios hubiera sofocado todo su fuego. Una vez en el Infierno, se limitaron a esperar. Aceptaban el castigo de Dios y aguardaban el momento en que nos liberara para trabajar de nuevo en Su nombre. Decían que tendríamos ocasión de reparar lo que habíamos hecho y recuperar Su favor. Se hacían llamar Reconciliadores, pero eran tildados de necios, incluso traidores, y sus creencias y entrega no contribuyeron a protegerlos durante la eternidad que sobrevino. A medida que los siglos se acumulaban igual que la arena en la playa, también ellos sucumbieron al dolor y se volvieron tan monstruosos como el resto de nosotros. Ya no logro recordar los detalles de lo que ocurrió. No consigo acordarme de ninguna de las proezas que realicé en nombre de Lucifer. No obstante, no puedo olvidar que la guerra declarada en el Infierno nunca acabó.

Los Príncipes del Infierno pelearon entre sí desde el mismo momento en que se expresó en voz alta el embuste de la traición de Lucifer. Estoy seguro de que todavía combaten por alzarse con la victoria.

Los Recuerdos

Acabo de leer lo que he escrito, y una parte de mí —la parte que es Anila, creo —siente deseos de reír. Miro a mi alrededor y veo la sala de estar de la pequeña casa del este de Londres que llamo hogar, y me pregunto si todo esto puede ser cierto. Lo he vivido. Forma parte de mí más que este sitio, que estas sillas o que la mesa en la que escribo. Sin embargo, esta mesa tiene algo que parece más real, más comprensible y más importante que las riñas de los Príncipes del Infierno.  No puedo permitirme el lujo de pensar así. Sigo siendo su siervo, y aunque ya no comprenda del todo este mundo, sigo teniendo deberes con lo que cumplir. Es sólo que no sé a quién debo lealtad. ¿Debería continuar sirviendo a mi señor y conseguir su libertad, como ordenó? ¿Debería arriesgarme a incurrir en su ira y buscar a Lucifer? ¿Debería buscar a Dios y suplicarle perdón? Conservaré este libro para que me recuerde lo que era antes de adueñarme del cuerpo de Anila. Lo llenaré con mis recuerdos del Infierno y los pensamientos que puedo decir sin ligar a dudas que proceden de esa parte de mí que es ángel o demonio, pero sin duda no humana.  De ese modo, podría recordar qué soy yo y qué es Anila. Necesito su cuerpo ¿Necesito sus sensaciones y sus recuerdos? Sí. Si prescindo de Anila por completo, me convertiré en lo que era antes. Me convertiré en un ser de ira y desesperación. No quiero volver a ser así. Era un ángel: Siervo de Dios y portador de muerte. Algo de eso de permanecer en mi interior. ¿Podré ser lo que era antes?

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