Parte 01: La Posesión

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—De acuerdo. Siguiente pregunta: ¿Qué es un huésped? —pregunta Hannah.

—Asumimos forma mortal poseyendo personas, tomando prestados sus recuerdos y peculiaridades. Nos ayuda a aclimatarnos a este mundo y nos devuelve el sentido. Por lo general buscamos los cuerpos de aquellas personas cuya voluntad sea débil o cuyo espíritu esté maltrecho.

—¿Ocupas el cuerpo de un policía blandengue?

—Sería más adecuado decir que la voluntad de Liebner había sido machacada por tantos años de presenciar violencia y corrupción. Eso habría dejado un boquete en su mente y su alma por el que yo pude colarme. Profundizaré en eso enseguida.

—Vale. Dices que sus recuerdos os devuelven el sentido. ¿Cómo?

—Un inesperado efecto secundario de la posesión es que te embarcas en los recuerdos de otra persona. Los recuerdos especialmente fuertes existen en forma de imperativos emocionales, recordándonos los sucesos según el modo en que los sintieran. Si la persona ha soportado una emoción que le cambió la vida, como la pérdida de un amor, una decepción extraordinaria o un rencor enconado, nos sentimos inclinados a comprender esa sensación. Si ese alguien posee una chispa intocable de nobleza, una chispa que no pueda ser eliminada, también nos afecta. Reconocemos la emoción y la nobleza porque las sentimos por primera vez cuando hace eones Dios nos volvió la espalda. Por primera vez en eras, las asociamos a algo ajeno a nuestra miseria, y eso nos recuerda a los seres que fuimos una vez.

—Bueno, entonces qué problema hay con, er...

—Golgohasht. El problema es que, esta... restauración es más una excepción que la norma. Las emociones y la fuerza de carácter deben ser lo bastante pronunciadas para sacarnos de nuestros milenios de tormento.

—¿Es eso lo que te pasó a ti?

—Yo... —Me interrumpo. La pregunta me pilla desprevenido y me siento desconcertado. Mi salvación se produjo a expensas de otra persona. ¿Cómo se expresa eso de forma sencilla? Vuelvo a Jeremy—. Los recuerdos del muchacho sólo proporcionan a Golgohasht instrucciones referentes a cómo funciona este nuevo mundo, pero nada parece indicar que Jeremy sea otra cosa que un mocoso malcriado.

—¿Por qué? Sonrío.

—Gerhard tenía mucha experiencia con personas como Jeremy. El chaval era un drogadicto que esnifaba pegamento y disolvente de pintura. Sus padres intentaron ayudarle, pero se rindieron antes que él. Terminaron lavándose las manos y lo abandonaron a su autodestrucción. Así encontró Golgohasht su vía de entrada.

Carne Fresca


—Entonces, ¿poseéis a aquellas personas que hayan perdido sus almas?

—Metafóricamente hablando, sí. Nos atraen las personas cuyos espíritus hayan sido corroídos por la desesperación, la ira, la adicción... mortales que hayan perdido la chispa esencial de humanidad que los distingue de cualquier otro ser vivo. Cuando encontramos a una de estas personas, invadimos su cuerpo, expulsamos su alma para que se enfrente al olvido o la enterramos en los rincones más oscuros de su mente, donde no puedan interferir.

—¿Es eso lo que le ocurrió a Jeremy? —Es posible que la adicción de Jeremy afectara a su alma, pero en estos momentos eso no son más que conjeturas. Si Jeremy murió de sobredosis, es probable que esa última acción obedeciera a la pura indulgencia; hedonismo gratuito sin más ambición que su subidón. Probablemente no sintiera ningún reparo en alimentar su adicción a pesar del precio físico y mental que tuviera que pagar, sin dejar así trazas de humanidad que mantuvieran a raya la locura y el odio de Golgohasht.

—Eso es mucho presumir —dice Hannah.

—Bueno, la segunda opción es que Jeremy se suicidara por sobredosis.

—En cuyo caso su vida no sería más que arrepentimientos y Golgohasht podría haber recuperado el buen juicio. Meneo la cabeza.

—Tú no has visto la escena del crimen. Si Golgohasht lamentaba algo, era el hecho de que no habían víctimas suficientes para saciar su apetito.

—¿Cabe alguna otra posibilidad?

Los Desalmados

Bueno, no hay que descartar la muerte cerebral. Jeremy, por ejemplo, había erosionado paulatinamente su capacidad de razonar y había destruido su cerebro. En esencia, se había privado a sí mismo de su libre albedrío y de cualquier esfuerzo consciente. Otros podrían ser víctimas de accidentes que se vuelven vegetales por culpa de una lesión en la cabeza o en la médula...

—...O de una enfermedad que les bloquee el cerebro, como la meningitis bacteriana —dice Hannah—. No puedes decirme que estas personas no tienen alma.

—Lo siento. La cruda realidad es que llegamos a este punto, el alma sigue unida al cuerpo, pero sólo por un hilo muy fino. Cuando el cerebro se ha ido hasta el punto de necesitar a otra persona para sobrevivir, entramos nosotros y cortamos ese último hilo sin problemas.

—Me tomas el pelo —dice, atónita.

—Piénsalo. Estás atrapada en una prisión de carne que no morirá en semanas... en años, incluso. El alma quiere irse y, a todos los efectos, ya se ha ido. La posesión, en este caso, no es más que una formalidad. Un relevo en la guardia. Veo que el semblante de Hannah se nubla mientras escarba en la pila de libros de su mesa en busca de un cigarro. Hace que me pregunte si es posible que haya perdido alguna vez a un ser querido, víctima de un coma o de una enfermedad.

—Otra posibilidad es la simple erosión de la identidad humana — digo, en un intento por avanzar el tema de conversación. Llámalo ego, o la voluntad de vivir... la gente puede perder el control de Jeremy, consumo de drogas. —Me doy una palmada en el pecho—. Mírame. Gerhard sólo tenía veintinueve años cuando sucumbió, con todo su idealismo triturado por la corrupción y el doble juego de la Polizei y la ineficacia de la labor policial. Se dio a la botella y se sumió en una profunda depresión. Al final todo aquello lo había aplastado hasta acabar casi con su espíritu. En cierto modo, era como un cadáver ambulante, y hay muchos más como él ahí fuera en las calles.

Los Dementes

—¿Qué hay de los enfermos mentales? —pregunta Hannah. Asiento con la cabeza.

—Los trastornos mentales como el autismo agudo privan al huésped de la posibilidad de ejercer su libre albedrío, lo que los hace vulnerables.

—Pero ¿qué hay de sus almas? ¿Están también... pendientes de un hilo?

—No es tanto que pendan de un hilo como que no son capaces de imponer su voluntad a la muestra. En cuando a lo que sucede con ellas... sinceramente, depende. Algunos son expulsados de su cuerpo, abandonados a la suerte que los espere, mientras que otros, sospecho, son encerrados en los recovecos de sus cerebros, impotentes para interferir con los deseos del demonio. De modo que sí, poseemos a los locos. Los encontramos en las callejuelas de la Gropiusstadt, con tantas cicatrices en las venas que ésta se han hundido y dejado largos surcos en sus brazos. Los encontramos en las salas más aisladas y oscuras de la Invalidenhaus o en los hogares de descanso para ancianos, que en ocasiones son peores que cualquier manicomio. Cuando hablamos de estos casos —admito—, somos demonios, muchas veces incluso después de encontrar un huésped.

—No dejas de hablar del libre albedrío —inquiere Hannah, con el rostro iluminado por un súbita idea—. ¿Y si Jeremy permitió la entrada a Golgohasht?

El Libre Albedrío

—¡Maldita sea! —Ha puesto el dedo en una llaga que se me había pasado por alto—. Encontramos unos cuantos libros sobre ocultismo en la biblioteca de Jeremy, pero los desestimé por considerarlos fantasías de adolescente.

—¿Qué libros tenía? Reviso mi libreta.

—Veamos... tenía el Necronomicón...

—Basura.

—La Goetia...

—Ahí hay cosas útiles, pero no demasiadas.

—El libro del amanecer dorado...

—Podría servir.

—Cómo invocar a los espíritus...

—Ése es.

—¿Me tomas el pelo? Le he echado un vistazo y no son más que incoherencias sobre los principios enoquianos, cabalísticos y goéticos. Vale, incluye alguna perla que otra, pero había demasiadas lagunas.

—Como ocurre con casi todos los libros, pero ahora muchos paganos recurren a Internet para tapar esos agujeros.

—¿La gente publica rituales de invocación en Internet?

—Internet es Internet. ¿Tú qué crees?

—Pero si no encontré nada de parafernalia ocultista. Ni velas, ni altar...

—Cuando yo llevo a cabo un ritual, confío en un círculo de apoyo. El altar podría estar en la casa de otro. Agarro a Hannah por la muñeca y salgo por la puerta arrastrándola.

—Supuse que Jeremy no tenía las luces necesarias para invitar a Golgohasht, pero si alguien le había proporcionado la información deliberadamente, es posible que Jeremy se hubiera convertido en un receptor voluntario, y Golgohasht habría salido ganando con el cambio. Ésa es la ventaja de la posesión voluntaria. Permite que el demonio se aclimate más deprisa y desarrolle antes sus habilidades. El inconvieniente de las posesiones voluntarias, desde el punto de vista del demonio, es que la mayoría de los mortales lo hacen a cambio de favores o de un pacto. Si Jeremy firmó un pacto con Golgohasht...

—Tendrás que descubrir cuáles son sus términos.

—Exacto —digo mientras bajo las escaleras y corro hacia el coche.

—Bueno. ¿Adónde?
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