Ingrid Deitz es una Lammasu, y le gusta distraerme mientras hablamos.
—¿Visita de negocios o de placer? —pregunta, sentada a horcajadas
sobre mis caderas.
—Golgohasht está aquí. Encarnado.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —dice, restregándome por la
cara sus senos blancos como la leche.
—Necesito que me ayudes a encontrarlo.
—Tú eres el poli, Ahrimal —ronronea, pasándome las manos por el
pecho—. Ese tipo de cosas no encajan con mi trabajo.
—Y un cuerno. —Le aparto la mano de una bofetada cuando intenta
deshacerme el nudo de la corbata—. Tengo información que ofrecerte a
cambio.
Deja de girar y me mira fijamente a los ojos. Su lado mortal le está
diciendo que no debería confiar nunca en un poli que le ofrezca un trato,
y tiene razón.
—¿Información de qué tipo?
—La Polizei va a hacer una redada en este sitio dentro de poco, en busca
de drogas. Quizá mañana, o la semana que viene. ¿Te interesan los detalles?
Ingrid se yergue con un resoplido y se sienta a mi lado.
—Mierda. Acabemos cuanto antes —dice, toda profesionalidad de
repente—. ¿Qué quieres saber?
El Origen del Tormento
—Serviste en la misma legión que Golgohasht durante la guerra.
¿Qué hizo que perdiera el control?
Es una pregunta sencilla. Cuando comenzó la guerra, todos nosotros
éramos unos idealistas determinados a convencer a Dios de la justicia de
nuestra causa. Pero no volvimos a verlo directamente en mil largos años.
Nos enfrentamos a la Hueste Celestial, nuestros antiguos hermanos y hermanas, y con cada golpe que descargábamos, cada vez que temblaba la
tierra o se llenaba el firmamento de llamaradas, sentíamos el mismo dolor
en nuestra alma. Todavía me cuesta mirar la faz de la luna, surcada de
cicatrices, sin sentirme vacío por dentro.
—¿Perder el control? —Ingrid se ríe sin gracia—. ¿Quién te ha dicho
que perdiera el control?
No podíamos comprender por qué seguían enfrentándose a nosotros
Dios y los ángeles leales a Él. ¿No veían que teníamos razón? ¿Acaso estaban ciegos? La confusión y el temor dieron paso a la frustración y la ira.
Cuanto más se resistían los otros, más decididos estábamos a demostrarles
que se equivocaban. Aquel fue nuestro primer escarceo con las emociones
que Dios nunca había querido darnos. La creciente rabia y la hostilidad nos
afectaron físicamente porque no estábamos diseñados para soportarlo. Era
como un cáncer arraigado en nuestro pecho, un tumor maligno que crecía
con el tiempo.
—Pero, ¿los ángeles que consumió...?
La creciente hostilidad nos atemorizaba, pero también nos hacía sentir bien. La marcha de la guerra iba en nuestra contra. Empezábamos a cansarnos, estábamos resentidos. Después de algún tiempo, la ira era lo único
que nos sustentaba. De modo que dejamos que el tumor se extendiera.
—Golgohasht siempre cumplía sus órdenes, Ahrimal, a cualquier
precio.
—¿Alguien le ordenó que devorara las almas de sus congéneres ángeles?
—Estábamos perdiendo la guerra. Nuestra amargura y nuestra furia
estaban alejando a los mortales, privándonos así de su preciosa fe. Así que
a alguien se le ocurrió la idea de arrebatar su poder a nuestros enemigos
consumiendo sus almas.
Nos habíamos corrompido antes del Abismo, y nuestra desesperación
no hizo sino empeorar las cosas. Cuando Dios nos arrojó a aquel negro
vacío, habíamos perdido la guerra, y habíamos perdido la confianza de los
mortales que intentábamos proteger. La rabia y el miedo se dispararon,
igual que las acusaciones. Sin Lucifer, culpábamos de nuestra desgracia al
primero que veíamos. Aquel germen de odio, nuestra angustia interior, creció como la mala hierba para alimentar nuestra paranoia y suspicacia. Nos
llevó a olvidar quiénes éramos y por qué estábamos allí.
Los Planes del Alma
—Mierda. Eso significa que Golgohasht sigue recibiendo órdenes. ¿A
quién sirve?
—Ah, no —dice Ingrid con una sonrisa—. Se te ha agotado el crédito, Ahrimal. Si quieres más, tendrás que pagar.
Cuando huimos del Abismo y llegamos aquí, nuestra rabia era un millón de veces más fuerte que cuando nos había expulsado Dios. Muchos de
nosotros pensamos que habíamos venido aquí para desencadenar el caos
y castigar a la humanidad por habernos olvidado, destruyendo la tierra de
Dios en el proceso. No comprendimos que nuestros huéspedes mortales
podían actuar como un dique que contuviera nuestra ira. Para unos pocos
afortunados como Ingrid y yo, nuestros huéspedes poseían cualidades como
la compasión, el coraje y la generosidad, y eso hizo que nos paráramos a
pensar. Nos detuvimos y meditamos acerca del lugar del que procedíamos y
lo que habíamos hecho hasta la fecha.
—Mira, Ingrid. Te deberé una, ¿vale?
—¿Que me deberás una? ¿Eso es todo lo que se te ocurre? Permite que
te acompañe hasta la puerta.
En mi caso, Gerhard quería ser policía para marcar una diferencia,
pero el mundo pudo con él. Con otros caídos, es la pérdida de un amor, el
fracaso de una ambición, la nulidad de una esperanza o simplemente el final
de una vida antes de tiempo lo que les inspira piedad. No sé muy bien por
qué, pero estos recuerdos nos obligan a no pensar sólo en nosotros por un
momento, y eso es suficiente para sacamos de nuestro ensimismamiento.
—De acuerdo. Puedo conseguir que la Polizei no vuelva a molestarte,
si lo que tienes que decirme merece la pena.
—Oh, sí que la merece. ¿Alguna vez has oído hablar de una jerarquía
piramidal?
Este tipo de salvación no sirve para todos, pero sí para mí, por lo que
me siento agradecido. Gracias a que los recuerdos de Gerhard actúan como
un filtro, puedo tamizar mi ira. Eso está bien, porque la angustia demoníaca
se perpetúa al herir a los demás. De hecho, cuanto más tormento acumules en tu interior, más querrás herir y castigar a los demás. Cuanto menos
tengas acumulado, más fácil será que ayudes a los demás y ejerzas una influencia positiva. Lamentablemente, es mucho más sencillo infligir dolor y
sufrimiento que inspirar y ofrecer esperanza.
—¿Qué tiene eso que ver con Golgohasht?
—Bueno, admito que no es lo mismo que enviar una carta en cadena,
pero hay un grupo de Voraces que ha diseñado una especie de jerarquía
piramidal, y Golgohasht trabaja para ellos.
Nuestro tormento nos afecta de diversas maneras, desde nuestra apariencia a nuestro comportamiento. La miseria engendra miseria porque
cuanto más tormento posees, más lo reflejan nuestros pactos y evocaciones. Nuestros pactos apelan más al reverso oscuro o negativo de la gente.
Fomentan el vicio y los deseos puramente materiales, convirtiendo a nuestros esclavos en viles caricaturas. La corrupción disfruta contribuyendo a
la falta de moral y la degradación, y muchos pactos nacidos de demonios
atormentados reflejan esta filosofía.
Nuestros poderes también son dañinos,
no conscientemente, sino debido a que ésa es la energía que consumimos;
fuerza para herir a alguien, conocimientos para volver loca a una persona,
infligir dolor en lugar de sanar o satisfacer, y asustar a nuestras víctimas en
vez de darles esperanza. Más evidente aún es nuestro aspecto, retorcido
y demoníaco porque reflejamos cómo nos sentimos, nuestra amargura y
rechazo. Somos los elementos manifiestos del calor abrasador y el frío paralizador. Más aún, somos el espejo de todo lo que hemos visto y sentido
en los últimos miles de años, milenios de miseria y brutalidad amasados en
una forma aterradora.
—iQué traman? —pregunto, sabiendo que no puede tratarse de nada
bueno.
—Es simple si lo piensas. Llega un Voraz a la tierra y empieza a obligar
a sus víctimas a forjar pactos destructivos. Las drena sin piedad hasta que
están tan pervertidas y deformadas...
—Oh, mierda.
—...que se convierten en candidatos de primera para ser poseídos por
el siguiente desembarco de Voraces, que pasan a forjar sus propios pactos
a su vez.
—Me he equivocado desde el principio. Lucifer nos proteja. Ingrid,
tengo que irme.
—Espera. —Tira de mí y me susurra algo al oído. Musita unas rápidas
sílabas que me dejan sin aliento—. Ahora me debes una —dice, y sé que
tardaré mucho tiempo en saldar mi deuda con ella.
La esperanza le da la vuelta a todo. Si un demonio puede liberarse
del ciclo de rabia y odio y ayudar a la gente, esa esperanza se trasluce en
sus acciones y su aspecto. Naturalmente, no es tan sencillo, pero cada buena acción impulsa la siguiente, consiguiendo que resulte mucho más fácil
ayudar a otras personas. Pronto, nuestros poderes reflejan nuestro estado
y hacemos más bien que mal. Podemos tocar a alguien y curarlo porque no
tenemos que engendrar desdicha para sentirnos mejor. Podemos ofrecer esperanza en lugar de dolor porque sabemos qué diferencia hay entre ambos.
Incluso nuestra ánima recupera parte de su antigua gloria. Paulatinamente, las imperfecciones desaparecen y atisbamos a ese alguien del que hacia
milenios que nos habíamos olvidado. Es una sensación extraña, igual que
ver antiguas fotografías en las que uno pesaba cien kilos menos y pensaba
que su alegría no acabaría jamás. Todo lo que haces, y eres, alimenta esa
sensación de bienestar. La ira sigue ahí, esperando a que flaquees y cometas
algún acto cruel o beligerante, pero ya no es tu única compañera.
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