El Vaticano encontró necesario cambiar el nombre de ese cuerpo por el de Santo Oficio y luego al aún más anodino Congregación para la Doctrina de la Fe, pero el fuego de los inquisidores, aunque contenido durante algún tiempo, nunca se ha apagado. De forma similar, los inquisidores seculares mantienen su verdadero propósito enmascarado tras anodinos títulos de comités. Actualmente, la Segunda Inquisición opera bajo la rúbrica de la Fuerza de Trabajo Intergubernamental para la Respuesta Extraordinaria de Contraterrorismo (FTIRECT), pero su nombre cambia con los vientos políticos y las mareas burocráticas. Así, nos referimos a la SI, o Segunda Inquisición, independientemente de su estatus oficial (o, más bien, no reconocido). Tal prestidigitación con la nomenclatura también tiene el indudablemente intencionado efecto de embarrar las aguas de nuestras marionetas y las de otros investigadores potenciales.
Por ejemplo,
la solicitud de documentos del
Grupo de Trabajo Conjunto en la
Evaluación de Amenazas Transnacionales Inusuales por parte
de la Ley por la Libertad de la
Información nunca revela que, una
vez el GTCEATI se “desbandó”
en 2007, sus principales miembros
se reagruparon inmediatamente
como el Comité de Relaciones
Multilaterales para la Planificación
de Escenarios Contraterroristas.
Este trile burocrático pasa
la Segunda Inquisición de un
mecenas a otro, haciendo que su
jurisdicción y presupuesto salpique
a diversas naciones, de civiles a
militares, pasando por la clandestinidad y vuelta a empezar. Pero el
núcleo sigue siendo el mismo:
cinco enemigos incansables que nos
cazan mediante silicio y sombras,
con una siempre creciente jauría de
perros callejeros en sus correas.
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