De  forma  muy  similar  a  sus  contrapartidas 
occidentales, los aparecidos y los ghoul, los dhampyros son 
proscritos,  servidores  y  enemigos  ocasionales  de  los 
Catayanos.  A  diferencia de los  tristes  y  frágiles 
sirvientes occidentales, estos seres no precisan la 
gracia  de la  manutención  de  sus 
progenitores  Kuei-jin.  Al 
alcanzar la  edad  adecuada,  un  dhampyro  es  tan  libre  como 
cualquier  mortal,  sujeto  sólo  por  las  obligaciones  que 
quiera aceptar o por las amenazas que sus contemporáneos 
puedan esgrimir. 
Como  resultado  de  su  relativa  libertad  para 
caminar tanto por el mundo de las sombras como por el 
mortal,  estos  mestizos  son  muy  apreciados  como 
embajadores  e  intermediarios.  A  menudo  una  Corte  le 
concederá  a  un  dhampyro  el  estatus  de heimin, 
considerando  al  (nominal)  proscrito  como  una  media 
persona tanto  figurada  como  literalmente.
Así,  la  Corte 
puede  recurrir  apropiadamente  a  los  servicios  del 
dhampyro,  reconociendo  la  contribución  de  éste  a  la 
sociedad  Kuei-jin.  Por  supuesto,  no  todos  los  dhampyros 
eligen  este  camino,  y  los  de  naturaleza  bribona  y 
vagabunda  raramente  establecen  alguna  relación  positiva 
con  las  Cortes.  De  hecho,  algunos  individuos 
especialmente recalcitrantes han tenido la desgracia de ser 
declarados akuma, rehuidos y cazados por los Kuei-jin. 
Educar  a  un  dhampyro  es  una  empresa  cuanto 
menos  difícil  para  un  Kuei-jin.  Después  de  todo,  estas 
criaturas  carecen  de  la  mayoría  de  las  debilidades 
inherentes a los Catayanos. La perspectiva de llevar a buen 
puerto  a  un  niño  medio  muerto  es,  además,  bastante 
perturbadora para el Pueblo Demonio; en cualquier caso, 
las potenciales recompensas de tal curso de acción hacen 
que  algunos  Kuei-jin  lo  intenten.  La  perspectiva  de  un 
hijo  casi  inmortal  bien  entrenado  y  en  disposición  a 
cumplir  con  obligaciones  tanto  en  la  sociedad  humana 
como en la Kuei-jin tiene un evidente atractivo. 
Educar 
al niño es un asunto desalentador, sobre todo si se tiene 
en cuenta los problemas de los Kuei-jin con la Naturaleza del Fuego. Además, se requiere el más estricto de los secretos; 
después de todo, no serviría de nada tener un retoño que 
cayera en manos del gobierno o bajo la influencia de otros 
miembros de la Corte. Es muy raro (si es que ha llegado a 
ocurrir  alguna  vez)  que  los  Catayanos  se  responsabilicen 
de la tutela de un dhampyro sin que este tenga algún papel 
importante en algún plan preconcebido, plan que, por lo 
general,  define  la  naturaleza  de  la  formación  que  la 
criatura  recibirá  a  lo  largo  de  los  años.  Un  dhampyro 
puede  ser  un  peón  en  un  juego  político,  un  medio 
humano  que  ocupe  una  necesaria  posición  intermedia 
entre comunidades entrecruzadas o incluso un medio para 
obtener  el  afecto  que  nunca  se  recibió  en  vida,  pero  lo 
cierto  es  que  estos  mestizos  casi  nunca  nacen  por 
accidente. Sean cuales sean sus funciones, los dhampyros 
son,  ante  todo,  herramientas  antes  que  hijos.  En 
consecuencia,  la  maduración  de  estas  criaturas  es... 
intrigante... cuanto menos. 
Crecer es difícil para los dhampyros. Sus pasiones 
les  separan  de  sus  parientes  y  amigos  humanos.  Sus 
progenitores Kuei-jin les utilizan como objetos sin tomar 
en consideración sus sueños y ambiciones. Uno de estos 
seres solo tiene dos opciones: aceptar un papel perpetuo 
como sirviente o funcionario o romper con sus mayores y
elegir su propio papel, construyendo su Dirección y su vida 
a partir de una elección personal al haber sido concebido 
como una herramienta. Debe convertirse en una persona. 
Cuando el dhampyro abandona el nido paterno 
para  construir  su  propia  vida,  el  lugar  que  ocupa  en  la 
sociedad  Catayana  es  incierto.  No  ha  regresado  de  la 
tumba para completar su karma, así que no se le permite 
participar en las Cortes. Al mismo tiempo, su lento proceso 
de  envejecimiento,  sus  insólitos  poderes  y  sus  apetitos 
infrahumanos  le  apartan  a  menudo  del  contacto  mortal. 
Puede elegir entre viajar de Corte en Corte o esconderse en 
el extrarradio de la sociedad mortal, pero no será aceptado 
en  ninguno  de  los  dos  mundos.  No  es  de  extrañar  que 
muchos dhampyros sean solitarios y vagabundos tanto por 
elección como por naturaleza. Vendiendo sus servicios al 
mejor  postor,  los  Caminantes  de  la  Penumbra  tienen  la 
libertad  de  forjarse  un  destino  libre  de  los  grilletes  del 
Dharma o la mortalidad. 
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