Entrar al servicio de un Rey Yama no es moco de
pavo. Aunque los Reyes Yama están siempre dispuestos a
corromper a los Kuei-jin (la ironía de volver a los Pueblo
del Ocaso contra su oficio original nunca palidece), no
todos los Kuei-jin tienen algo que ofrecer a los Señores
del Infierno. ¿Poderes? Los Reyes Yama y sus esbirros ya
tienen más poder del que ninguna Disciplina podrá jamás
comprender. ¿Almas? El alma de un Kuei-jin ya fue
prisionera del Yomi una vez, y los Reyes Yama consideran
tales almas suyas por derecho. Servicio: el Kuei-jin debe
estar en posición de ofrecerle al Señor lo que él y sus
secuaces no pueden alcanzar fácilmente. Así se hacen los
pactos: el Kuei-jin implora la ayuda del Rey Yama o de sus
intercesores, y a cambio promete completar tareas en
nombre de su maestro demoníaco. En muchos casos,
ambas partes llevan un regalo inicial a la mesa de
negociación (el Rey Yama concede algún pequeño favor o
dádiva al suplicante, quien, a su vez, ofrece alguna hazaña
ya realizada o tesoro ya adquirido). Se llega a un acuerdo,
se firma un contrato y el Kuei-jin se convierte en akuma de
pleno derecho.
Con el fin de asegurarse la lealtad, los Reyes
Yama deben ser duros e inequívocos; así, nunca dejan de
cumplir sus partes de los contratos infernales. Esta
promesa de satisfacción de los deseos lleva un flujo
continuo de Kuei-jin desilusionados y codiciosos a
engrosar las filas de los Infiernos. Por el contrario, los
Reyes Yama son implacables en sus castigos por el fracaso;
ningún miserable akuma puede permitirse pensar que
puede escapar de la servidumbre reteniendo los dones del
Infierno. Prometa lo que prometa un Rey Yama, éste lo
cumplirá… aunque lo que parezca prometer sea algo
completamente distinto.
Ya que a muchos akuma se les requiere el
cumplimiento de un servicio particular, los Reyes Yama
ponen mucho cuidado en modelar sus halagos para tentar
a los Catayanos para que vuelvan por más.
Muchos pactos
incluyen algún factor temporal; la concesión de un favor
únicamente por la duración de la misión es habitual,
como lo son las concesiones infernales de un solo uso y los
pactos por un año y un día o incluso por 99 años. (Los
eruditos Kuei-jin conscientes de estos usos tienden a mirar
con recelo al tratado de Hong Kong). A causa de estas
cláusulas de “uso limitado”, los Kuei-jin que se confían a
la asistencia del Infierno se vuelven dependientes de estos
poderes y dones, y deben devolver los favores con nuevos
contratos y servicios. En teoría, un akuma podría dar
marcha atrás después de haber trabajado como “freelance”
(N del T.- término aplicado a los periodistas que venden
su trabajo a los periódicos sin necesidad de ninguna
relación formal vinculante entre ellos, como si fueran una
especie de mercenarios) para el Infierno, pero las
circunstancias que le llevan a uno a hacer un primer pacto
(el deseo por algo de otro modo) hacen que esta
posibilidad sea, cuanto menos, improbable; una vez adicto
al “subidón” del poder infernal, no hay marcha atrás.
Un pacto típico incluye la búsqueda del aspirante
a akuma de los medios para contactar con los Reyes Yama,
una tarea temeraria en la que el Kuei-jin podría llegar a
morir a manos de espíritus secuaces irreflexivos. A partir
de ahí, el Catayano debe demostrar su valía y su utilidad
para los Señores de los Infiernos; esta “entrevista” podría
consistir simplemente en una mirada a los impresionantes
logros de un Kuei-jin ya infame o (más probablemente) en
un cuidadoso proceso de evaluación de la utilidad
potencial del recluta. Si se estima que el interesado posee
las habilidades adecuadas en un momento y lugar
efectivos, entonces podría ofrecérsele un contrato; de
cualquier otro modo, el Chi del Kuei-jin alimentará a los
hambrientos esclavos del Rey Yama y su alma regresará a
los Mil Infiernos. Si el Catayano suplicante sobreviviera a
esta fase, ya no habrá vuelta atrás… se convertirá en un
akuma.
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