La Muerte de Lasombra

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Este documento anónimo narra los últimos instantes de Lasombra y su extraña ultima jugada, realmente, lejos de arrojar luz sobre el suceso, se desprende que Lasombra aun existe.

El castillo era presa de las llamas, sus una vez orgullosas defensas se inclinaban al paso del ataque de los anarquistas. Las tropas de Montano, llamadas ahora sardónicamente "victoriosas", habían sido vencidas, empaladas, decapitadas, en algunos casos incluso habían desertado.

Los miembros del clan que no eran anarquistas, o al menos los que no habían atravesado el umbral de la muerte definitiva, fueron encadenados, pero no con simple hierro, sino con cadenas de espíritu, forjadas por los anarquistas Tremere, cadenas que robaban cualquier esperanza de los corazones de los cautivos.

Graciano sonrió descaradamente ante la visión de su "hermano", Montano, con su piel oscura rota y desgarrada por la violencia requerida para capturarle. Pero su sonrisa desapareció, cuando Graciano vio que el fuego y el odio seguían vivos en aquellos ojos oscuros.

Se dio la vuelta, y miró la tendida forma de Lasombra en persona, drenado de su sangre, privado de su vitae, desvalido, destruido. Él había ayudado a los anarquistas a ser lo que eran, y la recompensa era esta.
"Milord, ¿Qué deberíamos hacer con el cuerpo?", un joven chiquillo, recién creado por su Sire, estaba a su lado.

Graciano pensó, luego sonrió de nuevo. "Echadle al fuego, aseguraos de que ellos", señalo a los Vástagos encadenados, "vean que es destruido".

"A su voluntad, Milord".

Un par de chiquillos anarquistas arrastraron descuidadamente el cuerpo del antediluviano a través del empedrado suelo del patio de armas, asegurándose de que se golpeara con el mayor número de obstáculos posible, entre cascotes y vigas rotas. En frente de la derrotada progenie de Lasombra, aún crepitante, un pequeño cobertizo ardía lentamente, prendido aún en llamas.

"1, 2, 3, ahora!", el cuerpo maltrecho voló y aterrizó en la madera ardiente. Uno de los Tremere hizo un gesto, y las llamas se avivaron, iluminando las sombras del patio. Un gemido apagado surgió de los cainitas encadenados, y su esperanza final murió, mientras las llamas engullían a su fundador.

Pero una voz no era parte de los lamentos. "Traidor", rugió Montano. Se levantó, estiró sus brazos, y las místicas cadenas que le sostenían reventaron como seda china. Montano se abalanzó, Graciano gritó de terror. Y desapareció. Las mismas sombras se tragaron al chiquillo africano de Lasombra.

Graciano jadeó fuertemente, como reacción al temor repentino. Había visto las manos de Montano enroscarse en su corazón, y entonces desaparecer.

Un palo se quebró, bajo el peso del cuerpo que estaba sobre el. El cuerpo de Lasombra estaba chamuscado, prendido por las llamas. Isabella quitó las manos de su cara, mientras tintineaban sus cadenas. Y entonces...

Miro hacia arriba, no a la pira misma, sino a la sombra ondulante, la sombra de un Graciano arrogante y sonriente. Las sombras se movieron de nuevo, y lo vio. El mismo Lasombra estaba ahí, quemado, pero entero, y consciente. Sus ojos buscaron los de Isabella, y su cabeza se inclino una sola vez, en una seña de complicidad.

Y se fue.

Ella comprendió en ese momento las acciones de Montano. Los hechizos sobre las cadenas en sus muñecas se derritieron y disolvieron, y su alma se sintió de nuevo libre.

Isabella comenzó a mover su Vitae, que le dio fuerza, y destruyó las cadenas que la sostenían. Las sombras sólo estaban a un pensamiento de distancia...
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