Las dinastías surgen con frecuencia en dominios en los que un profeta o figura carismática que sabía cómo generar masas de fanáticos con la liturgia Anarquista orquestó un sangriento golpe de estado. Con el júbilo de la victoria, a nadie se le ocurre asentar su autoridad en nada que no sea el amado líder y mientras éste pueda mantener alto el ardor popular, la pesada tarea de formar un gobierno al margen de su guía parece una absurda pérdida de tiempo. Entonces muere, y que Dios ayude a ese dominio si no tiene un heredero obvio. Pero casi siempre lo tiene, ya sea un Chiquillo de su propia Sangre o un discípulo ungido.
Puede que ese heredero acceda a su cargo decidido a promover los ideales de su predecesor o que sea un desvergonzado timador o un incompetente títere. Pero, sin importar su personalidad, su reinado estará siempre bajo la sombra de su célebre antecesor y no tendrá más remedio que lidiar con ese pesado legado. Si el revolucionario original era tenido en alta estima por el Movimiento, como suele ocurrir, puede que Anarquistas de todas partes acudan a su heredero para que interprete sus escritos y promover su legado. Preocupados porque el dominio no deje en mal lugar a la causa, pueden interferir constantemente en sus asuntos internos. Con frecuencia, los herederos de dinastías Anarquistas (que, por cierto, suelen ser llamados Barones, les guste o no) se convierten en tristes caricaturas de los cruzados a los que tratan de emular y sus dominios caen en la tiranía o el caos.
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