Los Líderes que Merecemos

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En las otras Sectas, aunque los Príncipes y Obispos suelen depender de sí mismos, hay una estructura global de autoridad que apuntala sus reinados, como el Círculo Interior, Regentes y Prisci, Justicar y Arcontes, Templarios e Inquisidores. Dado que en sus dominios se reconoce el mismo formato estandarizado de las Tradiciones para toda la Secta, también pueden afirmar que están sosteniendo la única  Ley verdadera, que se aplica allí donde opera la Secta.

Pero en nuestros dominios somos más confederales que federales y nos tomamos libertades con las Tradiciones. Los Anarquistas maltratados tienen más poder para irse y encontrar un orden social distinto que nuestros congéneres no Anarquistas. A diferencia de los Príncipes de la Camarilla, nuestros líderes suelen estar encantados de acoger refugiados políticos. Aunque no actuamos para aplastar ni siquiera las Baronías más brutales a no ser que debamos (especialmente cuando esos dominios sirven de parachoques entre nosotros y el territorio enemigo), es habitual que nos neguemos a cooperar con ellos.

Más bien podemos jalear o incluso ayudar a cualquier revuelta interna que surja, esperando, por supuesto, nuestra debida recompensa a cambio. Como resultado, nuestros aspirantes a autócratas dependen de métodos informales, al menos al principio. Lamentablemente, pueden emplear muchos trucos bien documentados para retorcer la democracia. Enciende la tele, conecta un navegador y allí están todos: desde Kim Jong Un con mejor corte de pelo que su padre, pero el mismo guardarropa de villano de James Bond, hasta los asesores de campaña estadounidenses que se pasan un año desinformando e ideando estrategias para impedir que la gente vote, y el siguiente presumiendo en libros sobre cómo lo hicieron. Incluso los reality shows sirven como una buena iniciación a las puñaladas traperas y la demagogia. La fascinación y creatividad de los mortales con la realpolitik es más que suficiente: la perfidia Cainita apenas puede competir y nuestros agitadores lo saben.

Más importante aún, saben que todo sistema tiene un punto débil. El voto secreto protege la identidad del votante, pero también hace que el fraude sea más difícil de detectar. Por el contrario, allí donde los votantes deben votar públicamente, las tácticas de intimidación son más poderosas. La guerra u otras crisis pueden usarse como excusa para retrasar votaciones y debates o como una presión sutil para votar por quienes ostentan los cargos. Por encima de todo, una limitación adecuada de las alternativas puede ser lo mismo que la total falta de elección. Por ejemplo, un Barón puede sencillamente prohibir la inmigración de todo aquél cuyos talentos rivalicen con los suyos, o bien puede permitirla y luego orquestar su caída en desgracia, tras lo cual todo candidato que se enfrente a él en las elecciones parecerá demasiado débil para el cargo.

Si es listo, empleará el poder obtenido durante su largo tiempo en el cargo para que todos los ciudadanos importantes le deban algo y anclarlos al dominio de forma que, incluso con algún vuelco poblacional, mantendrá un núcleo de votantes que están en deuda con él y le apoyarán contra viejos o nuevos rivales. Cuando en alguna ocasión deba ensangrentar algunos colmillos, contratará para el trabajo, si es posible, a un secuaz que pueda ser fácilmente sacrificado después al tiempo que niega tener conocimiento alguno del hecho, o a “extranjeros” vagabundos. De esta forma, un Barón puede terminar por consolidar un control que muchos Príncipes envidiarían.
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