Por supuesto, nadie quiere acabar en la punta de la estaca de un cazador y eso sirve como un control natural sobre nosotros. Pero muchos son, como ya he dicho, suficientemente jóvenes como para tener familia y amigos vivos. Incluso a nosotros, los viejos rebeldes, la tumba no nos ha enfriado tanto como para no querer hablar con los mortales, ni compartir con ellos lo que podamos. Seguimos estando más fascinados que aterrorizados por su cambio, su color y su ruido. Ésta es la ventaja que los jóvenes siempre han tenido sobre los viejos, pero también es una espina persistente que nos impele a cuestionarnos las férreas leyes que dicen “no debes”, “es impensable”, “ellos nunca lo harán”.
Siempre hemos tenido Vástagos que lo cuestionan todo, pero la diferencia es que en eras pasadas, quienes rompían la Mascarada o buscaban conocimientos sobre la Golconda o proclamaban verdadero amor hacia los mortales no sólo desafiaban las voces de los Antiguos, sino las de sus propias cabezas que les prometían condenación, castigo y catástrofes por infringir la justa maldición de Dios. Ahora parece que los Anarquistas finalmente podríamos haber tenido éxito en crear una generación que en realidad ni siquiera escucha esos demonios interiores.
También culpo a los mortales. Son principalmente (principalmente) los que están escribiendo todos esos libros y películas en los que los vampiros son héroes trágicos que viven en paz con sus presas y todo eso. Incluso en la Torre de Marfil están comenzando a oírse herejías inocentes que podrían sacudir los mismísimos cimientos de la sociedad procedentes de Neonatos destetados con todo esto. Pero entre nosotros, que siempre hemos intentado enseñar a nuestros jóvenes la libertad de pensamiento, es mucho peor. ¿O mucho mejor? No puedo decidirme.
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