04 - Revolución

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A medida que pasaban los años y el tesoro de los Omeyas crecía, hubo más gente que menospreciaba en voz alta la avaricia de Uthman y afirmaban que sus acciones no respondían a las palabras del Profeta. La voz que más se oyó entre estos disidentes fue la de Muhammad ibn Abu Bakr, firme partidario de Alí, ahora más maduro pero decidido aún a obtener el califato que creía suyo por derecho propio. Muhammad ibn Abu Bakr fue a Medina con 500 hombres y tomó la mezquita, pidiendo al califa que abdicase.

Suleiman, considerado por muchos el imán o líder espiritual de los Ashirra, dudaba desesperado con aquel desafió a la autoridad de Uthman, pero finalmente creyó que no tenía más elección que unirse a Alí y sus partidarios. Estaba claro que si continuaba la corrupción de Uthman, el imperio se desintegraría a la larga, y lo que es aún peor, entre las muchas revisiones que había hecho Uthman al Qur'an se contaba la eliminación de la oferta de redención a los Cainitas pronunciada por Muhammad. Nadie sabe qué impulsó a Uthman a hacer aquel cambio, pero el resultado fue que Suleiman hubo de apoyar la rebelión para que los Ashirra pudiesen sobrevivir como miembros de la comunidad musulmana. Estos vampiros no actuaron en contra del califato, pero tampoco lo protegieron.

Uthman intentó negociar con Muhammad ibn Abu Bakr, personándose en la mezquita para hablar con los disidentes. Cuando le exigieron que dimitiese Uthman se negó, alegando que no podía deshacerse de una responsabilidad que le había encargado Dios. La multitud, enfurecida, lanzó piedras al califa, hiriéndole de gravedad y obligándole a regresar a su casa. Posteriormente, los rebeldes esperaban alguna señal de que el califa abdicase, pero no hubo ninguna. Después de enviar a un grupo a distraer a los guardias frente a la puerta del califa, los rebeldes se colaron en el interior de la casa de Uthman y se abalanzaron sobre él mientras leía el Qur'an en presencia de su familia. Pese a todos sus defectos, Uthman se enfrentó a la muerte de forma apacible. Los asesinos le abatieron, salpicando con su sangre las páginas del libro sagrado. Aunque Suleiman y los otros importantes Ashirra no hicieron nada para ayudar a los atacantes, ciertamente sabían del plan, y la culpa de su inacción aún atormenta las noches de los antiguos de la secta.

Alí había puesto cuidado en mantenerse alegado de los rebeldes, y en ese momento hizo aparición para reclamar el califato. Pero su sucesión de ninguna manen estaba asegurada, a pesar de sus cuidadosos planes. Muchos en Medina quedaron horrorizados por el asesinato de Uthman. Mu'awiya, gobernador de Siria y pariente del califa asesinado, exigía justicia. A'isha, la tercera esposa de Muhammad e hija de Abu Bakr, puso en duda la valía de Alí en público y reunió a su propio ejército para oponerse a él. Si bien Alí había esperado acceder a la sucesión de forma sencilla y directa, ahora él y sus aliados se enfrentaban a la posibilidad de una guerra civil. Alí aceptó el título de califa de los fieles en Medina y luego partió a su hogar en al-Khufa, a la ribera del Éufrates, para fundar una nueva capital sin relación con el recuerdo del caído Uthman. Suleiman y el resto de los antiguos Ashirra partieron de Medina con Alí, llenos de remordimientos y sin saber muy bien que hacer, y de esta forma privaron a los Cainitas del Islam de un liderazgo claro en el tumultuoso periodo que les aguardaba.

Después de instalarse en al-Khufa, Alí se enfrentó a A'isha y a su ejército derrotándola en una sangrienta batalla el año 656 en Basora. A'isha fue capturada durante la batalla y obligada a exiliarse por razones políticas en Medina, quedando solo Mu'awiya, gobernador de Siria, que había reunido un enorme ejército por su cuenta. Las dos fuerzas chocaron en las llanuras de Siffrin, Irak, en 657, ambos ejércitos estaban muy igualados, y ninguno deseaba dar comienzo a la contienda. Alí Intentó negociar con el enemigo, diciéndole que seria mejor para el imperio que se uniesen bajo su gobierno, pero muy a su pesar Mu'awiya se negó, alegando que no habría paz hasta que se vengase el asesinato de Uthman. Las negociaciones finalmente se rompieron y una serie de escaramuzas pasaron a ser toda una batalla campal.

La lucha duró tres días, pero justo cuando parecía que Ali iba ganando, uno de los generales de Mu'awiya concibió un plan para acabar con el conflicto. Sus tropas pegaron páginas del Qur'an en los extremos de sus lanzas y las sostuvieron en alto, y ambos bandos interpretaron que pedían a Dios que intercediese y actuase como juez en la disputa. La lucha cesó y le arrebataron la victoria a Alí. Ambos ejércitos regresaron a sus capitales (al-Khufa y Damasco), y cada bando envió un mediador a un lugar neutral pana discutir sus situaciones respectivas. Por desgracia los consejeros de Alí le persuadieron de que escogiese a un hombre de fuerte convicción pero poca destreza política, mientras que Mu'awiya envió a un representante muy astuto que logró engañar al mediador de Alí para que aceptase que ningún bando tenía más derecho a reclamar el califato. La decisión puso a ambas bandos en un punto muerto, pero eso favoreció a Mu'awiya. Cuanto más tiempo se dejase sin resolver la situación, más débil parecería Alí. Durante un tiempo el imperio tuvo dos califas, uno que gobernaba en Siria, Egipto y Palestina, y otro que gobernaba en Arabia, Irak y Persia.

Finalmente resultó que Mu'awiya no tuvo que esperar demasiado. El precedente de insurrección armada que habían sentado Alí y sus seguidores engendró más sectas de rebeldes enfadadas, que incluían a los Khawarij (o "secesionistas"), que se opusieron violentamente a la división del imperio e intentaron vengarse de los dos responsables. Fallaron en su intento de asesinar a Mu'awiya pero tuvieron éxito con Alí. El hijo adoptivo del Profeta fue asesinado el 24 de enero de 661, después de un problemático reinado de sólo cinco años. Su asesinato le confirió una cierta gloria que nunca alcanzó en vida, y sus defensores le convirtieron en un mártir de dios y santo a la altura (si no por encima) del propio Muhammad. Le enterraron a las afueras de al-Khufa. Sus seguidores (los chiítas, y, por extensión, los Ashirra) aún peregrinan hasta su lugar de reposo.
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