07 - Marrakech

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10 de Septiembre de 1194: Hemos llegado sanos y salvos a Marrakech después de un arduo viaje de un mes de duración, a la semana de viaje unos bandidos amenazaron nuestro pequeño grupo de bestias de carga y monta al sur de Fez, pero la presta espada de Karif y nuestros medios aparentemente modestos detuvieron un asalto a gran escala. Si los rufianes hubiesen conocido los tesoro de filigrana envueltos cuidadosamente en las grupas de aquellos animales desaliñados, con toda seguridad hubiesen intentado un segundo asalto con más fuerza.

Al llegar a esta ciudad tan distante, un auténtico oasis, me costó al principio recordar por qué había viajado tanta distancia y durante tanto tiempo para llegar aquí. La ciudad no era demasiado grande ya en los tiempos en que servía como capital de la dinastía Almorávide, y desde que los almohades se la arrebataron ha experimentado un firme declive. Marrakech sigue siendo un núcleo comercial concurrido: los beréberes de las altas montañas y los áridos desiertos se reúnen en esta fértil llanura irrigada para intercambiar sus mercancías polvorientas por frutas de los huertos. Sin embargo todo lo que puede encontrarse aquí es fácil de encontrar también en el norte, en Fez y de hecho la mayoría del comercio se ha desplazado a aquella ciudad más accesible. Estoy aquí, recordé cuando me sacudí el polvo del camino del rostro, para investigar si vale la pena pagar los gastos de llevar la caravana todo el trayecto a Marrakech y de vuelta a las costas del Mediterráneo sólo por lo barato de las precios en la ciudad. Reclinado por primera vez en semanas en blandos almohadones limpios, mi primera impresión es que los precios deberían ser realmente excepcionales como para que yo recorra este trayecto de nuevo. Aún no he visto indicios de presencia Cainita en la ciudad, lo cuál me resulta un tanto peculiar. Me esforzare más mañana en encontrar a los habitantes de esta ciudad. Cuestión de educación y de hacer lo que debo.

11 de Septiembre de 1194: La madina de Marrakech, su famosa Ciudad Roja de murallas de arcilla batida y edificios del mismo material y coloración, bullía de vida bien entrada la noche. Parece que los arrieros y comerciantes del desierto que allí acuden están más que dispuestos a llevar a cabo sus negocios muy tarde, durante las horas más frías, siempre que los mercaderes del Jema al-Fna, el suq más grande de la ciudad, estén dispuestos a pagar el aceite de las lámparas. Las grandes puertas talladas de la madina se cierran finalmente horas después de la puesta del sol. Los comerciantes caminan sin preocuparse, entre el palmeral agitado levemente por el viento que rodea el centro de la ciudad para regresar a sus caravanas y rebaños, mientras los mercaderes recogen sus tenderetes y carritos y emprenden al camino de regreso hasta sus casas, donde les aguardas sus familias. Ni siquiera en toda esta actividad pude percibir señales de Cainitas y quizá sea está la razón de que los habitantes de Marrakech se sientan libres de disfrutar de la noche.

Los olivares y los vastos jardines amurallados de Agdal también estaban en silencio. Pensaba que al menos podría encontrar a una criatura Mutasharid acechando entre los cientos de acres de canales de irrigación, pero no fue así. Por tanto perdí la tarde, y sólo la aproveche con una visita a la mezquita de koutoubia, construida hace tan poco tiempo que el polvo de arcilla rojo de la zona aún no ha manchado los mosaicos del suelo y el perfume de las maderas preciosas (traídas de junglas al sur, más allá del desierto) aún conserva un ligero olor pungente a savia verde. El minarete de la mezquita se alza a una impresionante altura de más de 75 metros y debe ser todo un faro de bienvenida para los viajeros diurnos cansados del largo viaje a través de las vastas extensiones vacías.

Mañana por la noche me aprovecharé al máximo del insomnio de los ciudadanos de Marrakech para concluir nuestros negocios e investigaciones en la ciudad con la mayor celeridad posible. No me hace ni pizca de gracia el viaje de vuelta a Fez, pero cuanto antes lo hagamos antes estaremos viajando al este, en dirección a mi tierra natal.

12 de Septiembre de 1194: Esta noche ha estado repleta de pequeñas revelaciones. Mis dos ansar trabajaron duro todo el día. Sanjar regateando con los comerciantes y los almacenes. y Karif tanteando acuerdos con caravanas y guardias. Cuando desperté fui capaz de cerrar algunos tratos provechosos y nombrar algunos agentes locales que hiciesen posible, o eso esperaba, llevar mis negocios en la zona sin tener que viajar aquí en persona... o al menos, no con mucha frecuencia.

Después de enviar a la cama a uno de mis nuevas colegas, se me acercó un joven que no era de origen berebere, sino nativo de la península ibérica, algo no imposible en estos lares, pero poco común. Una inspección más minuciosa me recompensó al comprobar que era el primer Cainita que veía en este lugar por lo demás desierto. Se hacia llamar Aratz Labarde y hablaba árabe con un acento que no pude localizar. Afirmaba que había viajado tan lejos de su hogar siguiendo a miembros de su familia, traídos aquí por los conquistadores almohades como mano de obra esclava para construir la gran mezquita nueva y el minarete. No se contaba, como podrá adivinar mi lector, entre los Ashirra, y de hecho dadas las indignidades cometidas contra los miembros de su familia por sus señores musulmanes, dudo que pueda convenírsele en lo que dura una vida humana.

Aun así, se vio atraído a mí porque había percibido que yo era honesto y por mi manera abierta de tratar con la gente, y deseaba mi consejo sobre cómo sobrevivir en la zona. Le di mi opinión: que la supervivencia aquí debe estar casi asegurada, a menos que puedan hallarse en la zona flacuchos lupinos desérticos hambrientos u otras bestias errantes. El me aseguró que tales preocupaciones no eran aquí más acuciantes que en otros lugares, pero que lo que si le turbaba era que algún antiguo Cainita pudiese surgir del suelo arcilloso para atacarle por su atrevimiento al habitar en esta ciudad. Le aseguré, y espero no haberme equivocado, que los Matusalenes en letargo no eran un gran peligro, y que si uno de ellos se despertase seria una ocasión tan peligrosa y fortuita como una monstruosa tormenta de arena huracanada. Esto pareció tranquilizarle y me preguntó si yo creía que debiera reclamar el título de sultán de la ciudad. Su comportamiento entonces cambió ligeramente, y los músculos de su rostro se contrajeron y comenzaron a moverse a espasmos sin que el pareciera percatarse ni quererlo: preferí no responderle directamente, diciendo que son los Cainitas de la ciudad los que deben nombrar a su sultán.

Caprichosamente desperté a Karif y le envié al barrio de los esclavos antes del amanecer para que hablase con el supervisor para adquirir a esos trabajadores. Quizá fuesen baratos ya que no los necesitan más después de completar la construcción. El supervisor habría estado encantado de hacer un trato, pero muchos de los cautivos de al-Andalus perecieron misteriosamente la noche en que concluyeron el trabajo, algunos de ellos asesinados por un asaltante desconocido. Quizá Labarde no es el único Cainita de la ciudad, o quizá Marrakech tendrá un sultán loco y solitario. No lo sé, pero no enviaré a ninguno de mis agentes de sangre ibérica a hacer negocios aquí.

8 de Octubre de 1194: El viaje de regreso a Fez y Sebta fue mucho más fácil que el arduo viaje al sur. Dejando la fila de animales de carga en Marrakech, ya que había intercambiado o dejado por los servicios prestados todas las mercancías que habíamos traído con nosotros, mis dos compañeros y yo hicimos el viaje sin compañía ni cargas. Logramos llegar a la línea costera en menos tiempo del que nos había llevado viajar desde Fez hasta el interior. Ahora estamos de vuelta a bordo de nuestro barco y nos dirigimos a Túnez. Es poco probable que, incluso en las peores condiciones, esta porción de nuestro viaje requiera el mes de viaje del anterior tramo, aunque está a una distancia de hasta cuatro veces la que recorrimos entre Marrakech y Fez. Este es el placer, amigos míos, de volar sobre el agua.

Pero las desventajas del viaje en barco también son numerosas. No debe emprenderse ningún viaje a la ligera. Me veré obligado a alimentarme de Sanjar y Karif, y no actuar de ninguna manera que pueda esquilmar la fuerza de mi sangre. No veré más que el interior del casco y la cubierta sobre mi durante interminables días... prefiero mil veces que los miembros de la tripulación me consideren un mercader excéntrico, arrogante o mareado que despertar sus sospechas saliendo a cubierta cada tarde al ponerse el sol. Para aprovechar mejor las capacidades de nuestro barco y los vientos predominantes no nos acercaremos a la costa, cosa que podría permitir a un hambriento Cainita asaltar las ciudades costeras y aldeas de pescadores para hacerse con el sustento necesario, sino que nos adentraremos en lo más profundo del Mediterráneo. En un viaje más largo que este me pensaría el entrar en la ensoñación del letargo, pero si los vientos nos favorecen en este trayecto puede que no me despertase hasta un tiempo después de alcanzar nuestro destino. Leeré, escribiré y caminaré de arriba abajo hasta llegar a Túnez.
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