08 - Túnez

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30 de Octubre de 1194: Llegamos a Túnez en tres semanas, un ritmo bastante respetable para la estación en la que nos encontrábamos, según me aseguró el capitán Abu Raghid. Nuestra embarcación debe permanecer amarrada en Halq al-Wadi, el puerto fortificado que guarda el brazo marino de entrada al Lago Túnez. Las mercancías, y en raras ocasiones los pasajeros como yo, se transportan a la ciudad por medio del canal. No hubo ningún problema, a excepción de la desorbitada tasa que me cobraron por llevar sólo una pequeña cantidad de mercancías y tres pasajeros por el canal después de anochecer.

La próxima vez que visite Túnez debo recordar enviar los bienes y los ansar durante el día y desplazarme yo mismo por la noche para ahorrar alguna moneda. Túnez en si es una ciudad más pequeña de lo que había imaginado por su posición preeminente entre las masas oeste y este del mar Mediterráneo. La importancia de la ciudad se ha acrecentado desde que los romanas la arrasaron junto con Cartago y la reconstruyeron, pero su población no ha crecido al mismo ritmo, lo cual parece ideal para los residentes de la misma: la ciudad está repleta de artesanos y mercaderes que viven con comodidad, e incluso los pescadores parecen bien alimentados y rodeados de grandes familias. Mis aposentos encima del suq están inundados por el perfume de miles de raros aceites y especias tiempo después de que los vendedores se hayan ido a casa a pasar la noche. Debo averiguar quién vende esta desconcertante variedad de mercancías y estará dormido durante el día. Estoy seguro de que encontraré los últimos ingredientes extraños de la lista que trajo el mensajero espiritual en algún lugar de esta mezcolanza de estoicismo.

Me han prometido que la sultana de Túnez, la Dama Sofoniba, será la anfitriona de una reunión de bienvenida para los viajeros, entre los que se cuentan un puñado de Cainitas europeos de visita. Como debo presentarme entonces no puedo rechazar esta invitación, aunque quisiera. Seguro que será una tarde instructiva y llena de acontecimientos.

2 de Noviembre de 1194: Dejad que empiece con esta nueva página con un aviso importante: cuando estéis en Túnez no habléis de Cartago. Los Cainitas de esta ciudad son mucho más antiguos que la ciudad misma, más antiguos que los edificios de los romanos y los árabes en los que se cobijan. Han sobrevivido a tres guerras púnicas y no aprecian demasiado los panegíricos por la gloria de la caída de Cartago. La reunión de la pasada noche tuvo lugar en los baños, y a cada invitado se le asignó un lugar privado en el que asearse y se le proporcionó ropas que nuestra anfitriona consideraba apropiadas, una especie de túnicas de estilo anticuado teñidas con el glorioso tono púrpura que sirvió para pagar los barcos fenicios. Necesité la ayuda de sirvientes para vestirme de forma apropiada. Estos mismos siervos de dedos ágiles se aseguraron también de que me alimentara bien antes de la reunión.

En la cámara principal de los baños presentaron a la dama Sofoniba, al igual que otros Cainitas de aparente edad; el vapor que impregnaba el aire no hizo que se enrojeciesen lo más mínimo sus extremidades. Ya que yo era el más antiguo de los visitantes (situación sorprendente, podéis estar seguros) me presenté con tanta fanfarria como pude, y me dieron la bienvenida grácilmente a la ciudad.

Los visitantes europeos no lo llevaron tan bien. Eran un hatajo variopinto de jóvenes Brujah recién salidos del cascarón que habían decidió celebrar su libertad peregrinando a la localización de Cartago. Sus nuevas ropas no les sentaban muy bien y tenían la cara enrojecida. No hablaban ni la actual lengua franca, el árabe, ni el idioma perdido de los fenicios (que admito que yo mismo ni hablo ni leo), obligando a nuestros anfitriones a comunicarse con ellos en latín. Su comportamiento juvenil basta para haber dañado bastante sus reputaciones. Sin embargo su líder, con el estómago henchido de sangre y la cabeza llena de filosofía barata, creyó necesario darle una lección a estos ancianos venerables acerca de la gran conspiración Ventrue y la trágica muerte del sueño Brujah. A medida que se encendía su discurso la intranquilidad de los jóvenes comenzó a disiparse, pero no acertó a percatarse de los rostros fríos y los ojos nublados de su público. Sin previo aviso Sofoniba rompió su terrible quietud, y con un movimiento raudo, invisible, le partió el cuello al chillón Brujah y dejó el cuerpo caerse en la piscina caliente, donde se disolvió en una mancha carmesí. Los demás europeos huyeron. Me excusé (espero que de forma educada) no mucho después. Esta tarde desperté y me encontré con que un mensajero me había traído un pergamino hermosamente escrito que contenía un poema de disculpa para con el sire de aquel desgraciado, traducido como es lógico al latín. Los demás también lo han recibido, y me han pedido que lleve una copia en el caso de que se dé la remota posibilidad de que me encuentre con el sire al que se dirige, ya que la dama Sofoniba no tiene claro que los restantes peregrinos Brujah vayan a sobrevivir lo suficiente como para completar la entrega.

Ahora debo calmar mis nervios para adquirir algunas cosas en el suq; los vendedores de las mercancías que debo comprar raramente restringen sus actividades a las horas normales de negocios. Sanjar ha enviado varios botes de regreso al puerto llenos de alfombras y telas: rodearme de ese tono púrpura me recordará esta noche durante muchos años. Saldremos de Túnez con la primera marea.
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