10 - El Cairo

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6 de Diciembre de 1194: Esta zona se encuentra bajo el control de la dinastía ayúbida. El gran líder, Salah al-Din, ha fallecido recientemente y su hermano al-Adil gobierna como sucesor suyo. Su imperio, arrebatado a la dinastía fatimida del Cairo y conservando con devota fe contra los asaltos de los cruzados europeos, ha comenzado a descomponerse en pequeños fragmentos aliados que controlan sus parientes y vasallos. Aún así, los ayúbidas siguen manteniendo el control sobre el fértil río Nilo, las ciudades santas de la Península Arábiga, Jerusalén y otras ciudades de Tierra santa. La mayor amenaza a su dinastía siguen siendo las
fortalezas de los cruzados en la costa.

El viaje desde Al-Qayrawan hasta El Cairo fue largo, ya que comprende más de 2400 kilómetros por la cuenca oriental del Mediterráneo. Soportamos algunas tormentas algo intensas, pero no las recuerdo, puesto que me refugié en el letargo todo el trayecto, agradecido por el descanso después de descargar aquella desagradable mercancía. Me desperté cuando Sanjar comenzó a agitarme insistentemente... algo que nunca es de mi agrado, y nunca deja de ser peligroso. Después de un intento fallido de partirle el cuello, escuché su inquietante historia.

El constructor de barcos contó que debía armar el gemelo de este barco en el mar de Qulzum, y al cual pagaron un generoso adelanto para material y mano de obra, ha desaparecido. La embarcación prometida, de igual forma, no aparece por ninguna parte. Saldré esta noche a buscar en persona a nuestro díscolo armador, pero no albergaba demasiadas esperanzas de encontrar alguna información que llevase a nada. Esta desgracia bien puede dificultar seriamente mi viaje. Necesito tanto velocidad como seguridad, y es poco probable que pueda conseguirlas con cualquier barco que pueda encontrara a la venta en El Cairo. Mi inusual itinerario hace que no pueda saber si podré hacerme con un pasaje, por lo que debo encontrar otra opción.

El Cairo en si es una maravilla. Posiblemente sea la mayor ciudad del mundo, compitiendo sólo con Constantinopla y la gloriosa Bagdad por éste honor. También es la ciudad más moderna que visitaré en mi trayecto. Hasta la llegada de los conquistadores musulmanes el núcleo político del valle se encontraba en la costa, en Alejandría. Fueron los fatimidas los que construyeron el corazón de El Cairo, la mezquita de Azhar, y lo rodearon de una próspera metrópolis que sirviese como capital. Normalmente me agrada llegar a El Cairo. Incluso aunque los Walid Set dominen la zona con su número, en esta ciudad llevan las serpientes guardadas en las magas. Prefiero mil veces hablar con un Setita cómodo y displicente que con uno que se sienta amenazado. Sin embargo el asunto del barco me ha amargado el humor, lo resolveré con la mayor celeridad posible para poder volver y disfrutar de la ciudad.

7 de Diciembre de 1194: He encontrado mi barco y a su constructor y no me agradan en absoluto. El maestro armador desapareció tal y como me habían informado al principio. No llegaron a adquirir la suficiente cantidad de materiales para construir el barco, y el aprendiz del nuestro, aterrorizado por la impropia desaparición de su mentor y plenamente consciente de la importara que tenía el contratante de este barco, intentó completar la responsabilidad de su maestro con materiales inferiores y destreza insuficiente. El resultado es inaceptable.

He enviado un mensajero a mi sire con las nuevas. Puede que sea una sencilla cuestión de avaricia humana, pero también puede suponer una intromisión no deseada en nuestros asuntos. Sea cual sea la verdad, debo continuar con el viaje planeado y dejar las investigaciones a otros indudablemente más capacitados. He dispuesto que maniobren mi nueva nave lo más adentro posible Nilo arriba, la desmonten, y luego la transponen mediante góndolas en piezas al mar. Al principio me desagradaba la perspectiva de hacerlo, pero el aprendiz de armador me aseguró que esta era la manera tradicional de transportar barcos del delta del Nilo, que cuenta con madera para la construcción de embarcaciones, al mar de Qulzum, que no tiene ninguna. De hecho, los faraones construyeron el canal que transportará mi barco con esa misma intención. El aprendiz, bajo la supervisión de Karif, la escoltará, la reensamblará y se asegurará de que está preparada para fletarla cuando volvamos a navegar. Todo esto llevará su tiempo.

Mientras tanto continuaré por la costa hacia Jerusalén. Damasco y Alepo. Me preocupa viajar por tierras en disputa sin la espada de Karif como protección, pero se requiere su presencia aquí y yo, al contrario que la mayoría de las Ashirra, no tengo tiempo que perder. Tengo cuestiones más agradables que resolver en El Cairo. El mercado de especias y esclavos de la ciudad pasa casi por
completo por manos influenciadas por los Setitas, así que se debe acudir a ellos para hacer negocios. Son comerciantes astutos y regatean duro, pero al menos no tengo que ingeniarme excusas para mis hábitos nocturnos ni merodear por el suq para llevar a cabo mis negocios. No buscaré al sultán, o al menos aún no. ¿Qué es un Ashirra más en este lugar de morales y Cainitas? Si me fuese necesario anunciar mi presencia al Sultán Antonius lo haría con presteza.

8 de Diciembre de 1194: Ha sido una noche productiva, pero inquietante. Mientras me encaminaba por las calles oscurecidas, me encontré con un rostro familiar, un jovial Set llamado Bilaal. Le conocí en una pasada visita a la ciudad, y estoy seguro de que me recuerda con tanta claridad como yo a él, aunque me trata en cada encuentro como lo hizo en el primero: como un visitante, un peregrino, alguien que viene aquí por el paisaje. También estoy seguro de que lo hace para comprobar si pude enojarme con una estratagema tan sencilla. Bilaal ofrece tours por la ciudad, garantizando la seguridad de quiénes desean contemplar los lugares de reposo de los faraones muertos y otros lugares sagrados en decadencia. Su tarifa por tales servicios es bastante razonable, y aún no he oído que nadie sufra ningún daño mientras está bajo su protección. Sin embargo, no tengo interés en volver a hacer una visita al lugar por el que ya me condujo hace décadas a cambio de dinero: la Ciudad de los Muertos que bordea los limites este y sur de la ciudad. No llegué, ni lo haré nunca, más allá de las pirámides de Gizeh. Le expliqué, como siempre, que sólo deseaba visitar los templos a Husayn y Fátima, y sé perfectamente donde se encuentran: a un tiro de piedra de la mezquita de Azhar.

Bilaal se carcajeó, lo cual hizo agitarse su gran masa de forma perturbadora, y me deseó buenas noches y una agradable visita a El Cairo. No creo que a un Cainita le sea posible ponerse más corpulento, pero parece que Bilaal lo haya logrado desde la última vez que le vi. Su tez era rosada, y apestaba a sangre fresca. Podría considerarlo otra provocación, si no fuese por el hecho de que seguramente el apetito de Bilaal no le abandonó al morir. Lo que me llama aún más la atención es que al marchame bamboleándose se unieron a él tres jóvenes Cainitas: sus chiquillos puedo suponer. Me resulta difícil imaginar que el sultán lo permita, pero Bilaal es uno de los Setitas más respetados de El Cairo, y su conocimiento sobre la ciudad y sus tesoros no tiene parangón.

Poco después llegué al hospedaje de Bek, un mercader Walid Set que conozco, de hace mucho. Dada nuestra historia de negocios que nos beneficiaron a ambos, la mayoría de mis adquisiciones en El Cairo estás últimas décadas se han realizado a través suyo. El nivel de confianza entre nosotros es inusual para los clanes a los que pertenecemos, y seria del todo imposible si tuviésemos las edades y recuerdos de nuestros antiguos. La larga historia de conflictos es sólo teoría para nosotros, no algo personal, y es fácil dejarla a un lado. Una esclava de lo más completa me dio paso al hogar de Bek. Mientras esperaba a mi anfitrión en el patio pude observar una actividad sorprendentemente intensa, incluso para el refugio de un Cainita, mientras esclavos de todos los colores de piel se afanaban en sus tareas por toda la casa. Cuando Bek llegó a saludarme estaba vestido con las mejores telas y engalanado con joyas, con tantos anillos en los dedos que dudo que pudiese doblar por completo la mano. Bek ya era rico antes, pero desde luego el comercio debe estar favoreciéndole estas noches.

En verdad mi anfitrión regateó con fiereza, al modo de alguien que sabe que van a comprar antes o después sus mercancías al precio que él dicte. Le respondí prolongando la duración de nuestro acuerdo, una condición que de alguna manera parece que Bek aceptó aún a regañadientes. No veo indicio alguno de que sus precios vayan a bajar en el futuro próximo, y de esta forma me aseguro un poco de que para mi no encarezcan aún más. Evidentemente no poseo más que su palabra de que no deshonrará este trato. Las cortes de los qadi supuestamente no poseen ningún dominio sobre los Walid Set.

Al concluir nuestros tratos con especias y mercancía humana, mi anfitrión me anunció que deseaba hacerme una orden especial en honor de nuestra larga relación. Poseía un cuarteto de esclavos extremadamente valiosos, todos ellos hermosos y diestros en música, recitación y artesanía femenina. Como yo me había percatado su hogar estaba repleto y me vendería por tanto estas mujeres a precio enormemente reducido. Acepté, pues no quería dar la impresión de ser un desagradecido ni tacaño. Lo organizamos de manera que llevasen los esclavos a mis aposentos cuando Bek considerase oportuno presentarlos. Por estos dos encuentros y la simple observación del número de Cainitas presentes en la ciudad queda claro que los Setitas de El Cairo han acrecentado sobremanera su poder, tanto económico como político. Me pregunto por qué dejará el sultán Antonius, un Ventrue: de origen romano, que tal poder aumentase sin control alguno. Lleva manteniendo el dominio durante tantos años y ha pasado por tantas guerras que resulta irónico que esta época tan próspera vaya a convertirse en semejante desafió a su gobierno.

11 Diciembre de 1194: Las noche anteriores en esta ciudad habían sido meramente intranquilizadoras, pero esta me ha sacado de quicio. Mis disculpas para los escribas que deban transcribir esta misiva; me tiembla tanto la mano que apenas puede leer mis propias palabras.

Hace noches que me encontré con el mercader Bek. Un joven chiquillo llegó hoy al calor del atardecer con un mensaje avisando de una entrega esta tarde: suficientes especias para llenar el pequeño casco de nuestro barco y las cuatro esclavas que había adquirido. Sanjar comenzó de inmediato los preparativos: según parece había olvidado informarle de que había adquirido mercancía humana que no puede simplemente apilarse en un almacén hasta que no dispongamos a partir. Me desperté con el ruido de carromatos descargándose en el patio de abajo, las protestas de los guardias a los que pedían que abriesen las cadenas del almacén caída la noche, y un suave golpeteo en la puerta de mis aposentos. Evaluando la situación abrí la puerta para recibir a mis adquisiciones. Hicieron pasar a las cuatro mujeres, que portaban velo y estaban suavemente atadas con cadenas decorativas de plata. Su escolta me puso en la mano una llavecilla, hizo una amplia reverencia y se marchó. Las esclavas se arrodillaron delicadamente a la espera de mi juicio.

A primera vista ya resultaba evidente que las mujeres eran tan adorables como Bek había prometido. Les quité el velo una por una para echar un vistazo a su rostro: una nubia, con la piel más oscura que la caoba pulida; una chica de pelo oscuro y piel cobriza que supuse procedente de las islas al este de la India: y una mujer sorprendentemente pálida con el pelo del color de la paja procedente del mar de Aral. Cuando le arrebaté el velo a la última mujer, el corazón me dio un vuelco en el pecho como si sus ojos castaños fuesen una estaca de madera. El rostro, hermoso como la luna, sus mejillas rosas fragantes... era el rostro de una mujer que hacía tiempo que murió y perdí. Cuando sus labios se curvaron dulcemente pura sonreír esa fría presa sobre mi pecho se aflojó, y en su lugar descendió sobre mi una neblina roja de furia, por lo que temí volverme loco. Me aparté de su rostro de forma temeraria, atravesando la ventana cerrada para caer en las balas de especias del suelo, causando gran consternación entre los trabajadores. Entonces hui cegado por el pánico para volver en mí horas más tarde en la alcantarilla de un barrio bajo de El Cairo bajo la lluvia helada del invierno. Dios me perdone por lo que he hecho esta noche: ni siquiera se qué es lo que debe perdonárseme.

Se han llevado a las mujeres. Sanjar debe encargarse de matar a la mujer árabe de la forma más rápida e indolora que pueda. No está contento con mi decisión, pero no puedo dejar arriesgarme a que sea una espía o una asesina, ni puedo soportar su presencia. Karif no está, así que la responsabilidad recae sobre Sanjar. Me pregunto constantemente por qué lo haría Bek. ¿Desea verme destruido, o simplemente intranquilo? ¿Cómo lo hizo... peinaron el desierto en busca de la viva imagen de mi amor, o poseo enemigos invisibles con el poder de retorcer la carne para darle la forma de un fantasma? Debo pensar en estas cuestiones, tan importantes, tan vitales... pero sólo puedo concentrarme en que en algún lugar de las calles de El Cairo perdí aquella llavecilla de plata. Partiremos de El Cairo mañana por la noche.

12 de Diciembre de 1194: He retrasado nuestra partida otra noche, pero mereció la pena. Justo después del ocaso esta tarde, mientras Sanjar preparaba nuestro transpone al norte decidí visitar los templos de Husayn y Fátima. Aunque no soy una criatura devota por naturaleza, pensé que algo de contemplación ayudaría a mi espíritu. El rostro de la esclava de Bek me atormentó ayer mientras dormía, y no me hacía ni pizca de gracia un nuevo día de terrores.

No llegué a los templos, sino que mientras atravesaba las angostas calles (abandonadas en general por la noche) me percaté de que un nubio se movía con la callada confianza que he aprendido a asociar con la maldición de Caín. Era, como yo, un depredador contenido. Pensé que quizá se tratase de otro Waild Set, incluso un conspirador colega de Bek, y decidí seguirle. Tras unas cuantas vueltas por el laberinto de calles escuché la llamada del muecín convocando a los fieles a la oración, pero al contrario que la mayoría de las otras noches, en las que las llamadas del muecín evoca una pequeña sensación de miedo en mi corazón condenado, en esta ocasión me sentía bienvenido. Aquel ulular renovó las fuerzas de mi alma. Me encaminé a él, deseando en verdad rezar por primen vez en muchos años.

Sólo después de estar perdido sin remedio encontré por fin al muecín en lo alto de un minarete que de alguna manen no podía ver desde cualquier otro ángulo, la túnica blanca y rostro lleno de cicatrices del ser que me convocaba a la oración le delataban como uno de los Hajj, los santos Ashirra del Bay't Mutasharid. Al igual que sus hermanos salvajes y los guerreros de mi clan pueden desvanecerse de la vista, lo cual debe explicar lo oculto del minarete. Esto lo pensé después con la ventaja de la perspectiva: en aquél momento una auténtica calma se apodero de mi y me metí en la mezquita.

Había por lo menos 30 de los nuestros, vampiros de diversos bay't. Los hombres a un lado, las mujeres a otro, todos arrodillados en dirección a La Meca y orando. Esta en una auténtica mezquita Ashirra, centro de la comunidad religiosa entre los vástagos de Caín. Al igual que en los duros rituales que pasé durante mi estancia en Alamut, fue un momento de unidad y fuerza comunal: las demás preocupaciones se esfumaron ante la hermandad del Islam.

Decidí marcharme sin hacer ruido después de la oración, ya que no deseaba que la cháchara ni las inevitables rivalidades entre los de nuestra especie arruinasen la calma que tanto apreciaba. Busqué con la mirada entre la multitud al nubio al que había seguido para llegar hasta aquí. Estaba en la parte de delante de la multitud escuchando al muecín Hajj. A su lado, envuelto en una sutil capa de sombras que le delataba como Qabilat al-Khayal se encontraba otro hombre con las confianza que da la edad y el poder. Sus morenos rasgos árabes y ojos penetrantes le daban el aspecto de un señor del desierto, uno de los príncipes tribales que habían cabalgado desde Medina con el Profeta y conquistado el mundo. Fue sólo cuando regresaba a mis aposentos que me di cuenta de que había rezado junto a Suleiman ibn Abdullah, el fundador y primer imán de la secta Ashirra. En verdad El Cairo es una ciudad maravillosa.

13 de diciembre de 1194: El camello caminaba pesadamente debajo de mi mientras las luces de El Cairo se desvanecían en la distancia a través de las sombras divididas del palanquín. Más tarde Sanjar sera el que vaya montado en él y duerna mientras yo camino por la oscuridad, para volver a refugiarme cuando el alba despunte. No se cuando descansará el conductor de nuestro camello, y no me importa. Ya dormirá cuando estemos lejos de El Cairo.

Mientras cargábamos nuestra pequeña caravana para partir, un guardia con el uniforme de una casa noble se acercó a mi y me informó de que el consejero del sultán deseaba hablar conmigo... de inmediato. Al tiempo que seguía a aquel hombre armado me estrujé la cabeza intentando recordar qué podría haber hecho para atraer la atención de esferas tan altas. Me esforcé en vano. El guardia me dejó en la ciudadela de Salah al-Din. Me esperaba en su interior el consejero, un Cainita africano cuya piel negra me recordaba incómodamente tanto la carne obsidiana de mis antiguos reverenciados como a la mujer arrodillada y encadenada de la última noche. Me dijo que me refiriese a él como Jubal con tono calmado, y luego procedió a reprocharme con cadencia menos agradable que no hubiese cumplido las tradiciones adecuadas a mi llegada a El Cairo.

Sin embargo no parecía que la reprimenda fuese su único objetivo, ni tampoco que yo hubiese cometido ningún pecado capital que no pudiese recordar. Después de que me aleccionase adecuadamente, Jubal mantuvo conmigo una conversación ligera sobre cuestiones de comercio, que el sultán había retirado su influencia sobre la política mortal tras las Cruzadas y del número cada vez mayor de Cainitas que se ven atraídos a El Cairo como ciudad cultural e histórica. Me instó educadamente a visitarles de nuevo pronto y a hacer saber al resto de los hermanos y hermanas de mi clan que siempre serían bienvenidos aquí, a la capital del Imperio de Salah al-Din. Después me deseó que mi viaje fuera raudo.

El consejero del sultán es un buen hombre en un lugar difícil. Estoy de acuerdo con él: debería haber una presencia más numerosa de Banu Haquim en El Cairo. Los Walid Set se han vuelto demasiado fuertes y atrevidos. Quizá es la hora de que destapemos de nuevo los nidos de las serpientes para que vean la luz del sol.
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