13 - Alepo

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29 de Enero de 1195: Con el desierto de Siria al este y las escarpadas montañas de la costa al oeste, viajamos hacia Alepo durante quince noches. Fue un viaje lento y prudente. Aunque la ruta que seguimos no era particularmente pesada y las montañas actuaban como, una barrera natural frente a los cruzados que permanecen acampando a lo largo de la costa mediterránea, aquellos que se han visto expulsados de sus hogares y convertidos en bandidos por los invasores acechan en el camino, buscando sustento en la tierra rocosa.

Durante el frío invierno están aún más desesperados, por lo que viajamos solo durante las noches más oscuras, ocultándonos incluso de la luz de la luna para evitar cualquier enfrentamiento. Alepo es una ciudad independiente, cuyos gobernantes descienden de las dinastías musulmanas desde el siglo X. En teoría pertenece al reino que el sultanato Ayúbida afirma gobernar, pero los cruzados suponen una preocupación mucho más inmediata. La ciudad de Alepo ha sobrevivido admirablemente bien por su cuenta: hace setenta años consiguió rechazar un largo asedio y desde entonces ha permanecido libre de invasores. Se trata de una ciudad muy próspera, y difícilmente podría ser de otra manera: su situación, a una distancia razonable tanto del mar Mediterráneo al este como del río Éufrates al oeste, ha garantizado su prosperidad durante milenios. Muchos han dado sus vidas para tomarla: amoritas, hititas, asirios, persas, griegos, romanos, bizantinos y por último, los árabes. Los restos de civilizaciones pasadas son visibles en las calles y edificios de Alepo... Y en las criaturas que allí merodean por las noches.

Ni mi memoria ni la de mi Sire, mucho más amplia, recuerdan época alguna en que los Cainitas de Alepo hayan formado un frente común. La ciudad no tiene sultán ni autoridad gobernante, sino que tres vampiros de eras pasadas compiten entre si por el control de la ciudad. Los tres son sumamente poderosos, y la ciudad permanece suspendida en equilibrio inestable por ellos, como un frágil esquife sujeto por un trípode. Además, cada uno de ellos ha engendrado numerosas progenies, lo que complica, aún más el conflicto. Antes del asedio al que me refería antes, las progenies eran bastante grandes, pero cuando la ciudad fue rodeada y todo el rebaño humano se afanaba en sobrevivir, se envió al otro lado de los muros incluso a los chiquillos más favorecidos para que se alimentasen de los invasores o perecieran en el intento. Hoy en día la ciudad vuelve a estar llena de neonatos enfrentados entre si y la noche hierve con sus horrores y maquinaciones, pero los antiguos no han olvidado a las caídos y se culpan los unos a los otros por las bajas.

Sin embargo, si uno consigue evitar verse envuelto en la sangrienta vida política de la ciudad es un lugar magnifico para comerciar. En ocasiones pasadas, los tratos que he hecho aquí han resultado muy provechosos, y tengo intención de restablecer dichos contactos. Los artesanos de Alepo elaboran los mejores tintes de todo el Mediterráneo, por lo que sus tejidos y artículos de cuero siempre están muy solicitados.

30 de Enero de 1195: Las calles de los bazares de Alepo están cubiertas, lo que permite a los más valientes aventurarse antes de que el sol se haya ocultado por completo. Y cuando se trata de negocios puedo llegar a ser muy valeroso, así que he salido. Es una sensación estimulante.

Me dio tiempo de hablar con dos mercaderes antes de que el bazar se cerrase a mi alrededor. En la oscuridad, las telas que cubren el laberinto de calles parecen polillas fantasmagóricas aleteando en torno a la ciudadela que se alza en lo alto de una colina en el centro de la ciudad. Cuentan las leyendas que antiguamente la ciudad se levantaba en una llanura pana, y que cada nueva generación construyó sus hogares sobre las casa y desperdicios de la anterior, hasta que la colina alcanzó su prodigiosa altura actual. Bajo esta ciudadela se hallan numerosos pasadizos y madrigueras que sirven de refugio a la mayor parte de los Cainitas de la ciudad, que realizan grandes esfuerzos para excavar túneles en las negras tinieblas en busca de entradas ocultas a los santuarios enemigos.

Bajo las alas de polilla del bazar me topé con un rostro conocido, un rostro demasiado espantoso para olvidarlo, en verdad, pertenecía a Samsi, una Nosferatu que, por su nombre, supongo que era mujer. La saludé educadamente y ella, en respuesta, me dio la bienvenida en nombre del Profeta. Se trataba simplemente de un gesto de respeto o amistad: el Sire de Samsi habitaba estas callen en la época del imperio asirio, y por lo que sé, él y sus chiquillos adoraban a un dios antiguo. Sin embargo, a medida que se desarrollaba la conversación, me habló de sus compañeros de clan y muchos otros. Tomó mi mano sin que yo, aturdido como estaba, hiciera nada por evitarlo, y me llevó a por las calles serpenteantes a conocer a su nuevo amiguito, Kossos, un ex matón de Alepo. Esta noche se dirigió a mí en un árabe titubeante en vez del griego, como era costumbre entre la progenie helénica. Según me contó, estaba practicando para poder leer mejor el Qur'an.

Estoy seguro de que, para entonces, mi cautela había venido abajo, mostrando mi total desconcierto. Me condujeron a la ciudadela como si fueran niños ansiosos por mostrarme un trofeo. Bajo la colina, en una larga y estrecha caverna, donde antiguamente se levantaba el altar de Hurris, dios Mittani de la Noche, había un rincón dedicado a la oración; y arrodillado frente a dicho rincón se encontraba el antiguo cainita Varoo, uno de los componentes del triunvirato de Alepo. Mientras Kossos avanzaba para rezar a su lado y Samsi se retiraba a una distancia respetuosa, yo me di la vuelta y salí a trompicones del oscuro pasadizo hasta respirar el frío aire invernal.

He escrito una carta para mi sire y he mandado a Sanjar a la costa para que se la entregue. Escribo estas líneas a toda velocidad y espero no sentirme tentado de arrancar estas páginas posteriormente. Tal vez debiese alegrarme la conversión de una metrópolis entera de Cainitas al Islam, pero no puedo creerme que este cambio haya salido de ellos mismos. No quiero ni pensar qué clase de ente puede ser tan poderoso como para ejercer tamaña influencia sobre los tres grandes, que han luchado en este lugar durante siglos. Solamente sé que no quiero verme atrapado en las redes de este ser, y que no puedo sino ofenderme que mi fe, la fe de millones de creyentes, se utilice para extinguir el fuego que consume Alepo, como si fuera una manta apolillada. Debo partir rápidamente, antes de que cambie de opinión.
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