24 - Ghazni

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9 de Mayo de 1196: La travesía entre Samarcanda y Ghazni ha sido dura y peligrosa. Tras el encuentro con los Cainitas degenerados en las afueras de Samarcanda, no me atrevía a pensar en cerrar los ojos durante más tiempo del que tardaba el sol en cruzar el cielo. Por ello, nos vimos retrasados por mi necesidad de cazar para alimentarme de la sangre de los recios habitantes de la zona, gentes que en la práctica son orgullosamente paganas por más que afirmen profesar la fe islámica. Y aunque hemos viajado hacia el sur, hemos tenido literalmente que escalar, atravesando las montañas de kabul kuhestan a través  del paso de Kushan.

Sanjar y Karif estaban con el ánimo por los suelos, pero se desenvolvieron bien gracias a mi vitae que fluía por sus venas. Los guardias de nuestra caravana y los cuidadores de caballos tuvieron menos suerte: aunque todos sobrevivieron, a algunos se les congelaron las extremidades y uno de ellos se rompió una pierna. Aún así, mejor él que el semental que dirigía: de haber sido un caballo, hubiésemos tenido que sacrificarlo. Una vez llegamos a la ciudad de Kabul, el clima mejoró y nuestro camino discurrió por alturas más templadas. Kabul es una ciudad floreciente, pero parasitaria. No produce nada destacable, sino que se enriquece gracias a los impuestos, chupando la sangre de mercaderes como yo que se ven obligados a utilizar los pasos de montaña al norte, este y oeste para transportar sus mercancías (y sí, lector mío, admito que es cómico que yo acuse a otros de ser unos parásitos, pero no creo que quienes me sirvieron de alimento en Kabul encontrasen divertida la comparación).

La ciudad de Ghazni es la nueva sede del Imperio Gurid. Hace dos décadas, pertenecía a la dinastía Ghaznavid, a quienes los turcos Samánidas concedieron el gobierno de la zona, sólo para que luego se volviesen contra sus benefactores para conquistar la zona sur de su territorio. Los ghaznávidas se granjearon la enemistad de la tribu Gurid por vez primera a comienzos del siglo XI, al asesinar a un respetado cacique tras las murallas de Ghazni... y envenenándolo, nada menos. Presa de la indignación, la tribu saqueó la ciudad y regresó un siglo después para reclamar su premio, al derrumbarse la distante influencia de los Seljuq. El poder de los Gurid está difundiendo la fe musulmana hacia el sur, a través del paso de Khybe, entre las ricas tierras indias que antiguamente controlaban sus enemigos, unas tierras en las que abunda el oro fácil de arrebatar a los indolentes nobles hindúes.

Este impulso hacia el sur es lo que me ha traído hasta aquí. Los Sultanes de los Gurid necesitan caballos desesperadamente, especialmente de alta calidad como los de Arabia, mi tierra natal. La caballería ligera que despliegan es el terror de las llanuras hindúes del norte, y están dispuestos a comprar cualquier caballo que encuentren tan lejos, incluso una vieja jamelga, con la esperanza de poder sacar un potrillo de su vientre. No les faltan recursos para pagar: regresan de sus incursiones cargados con todo el oro que puedan transportar, y con esclavos capturados durante las batallas para llevar más oro aún. Sólo he pasado una noche en Ghazni y ya he adquirido copiosas cantidades de ambos bienes. Puede que me hagan falta los esclavos para transportarnos a la vuelta si no consigo resistir la tentación de vender los mismísimos caballos que tenemos debajo.

Concretamente, uno de los objetos que he conseguido en mis tratos me resulta fascinante. Se trata de una estatua tallada en un oro tan puro que tiene un tinte rosado, con preciosos rubíes rojos y amarillos engastados. Dada su altura (casi cuatro palmos de alto), debe de estar hueca ya que de lo contrario no debería resultarme tan fácil levantarla. La estatua es aterradora, con su boca llena de afilados dientes y sus muchos brazos haciendo girar diversos artefactos militares sobre su cabeza. No sabría decir si representa a un hombre o a una mujer, ya que presenta atributos de ambos. El mercader del que obtuve este objeto me dijo que era la pieza principal del altar de cierto sanguinolento templo pagano. La verdad es que no me extraña que este icono atrajera adoradores: su extraña silueta atrae continuamente mi mirada. Me ha llevado mucho más de lo habitual escribir mis notas de esta noche mientras los ojos se me iban una y otra vez hacia la estatua y las sombras que bailan detrás de ella, incluso con las lámparas apagadas totalmente a oscuras. En cierta ocasión fui a taparla, pero acabé a su lado otra vez con las sábanas entre las manos.

No pasaremos mucho tiempo en Ghazni: no será necesario una vez nos deshagamos de los caballos. A continuación volveremos a Samarcanda y continuaremos hacia el este, siguiendo la ruta de la seda. No son exactamente las instrucciones de mi sire, pero ninguno de los dos sabíamos entonces que me toparía con semejante fortuna en medio de los reinos asiáticos. Si volviésemos hacia el oeste, estas riquezas irían mermando hasta desaparecer a causa de los impuestos. Por tanto, será mejor hacerle llegar un informe detallado a mi sire por otros medios y continuar hacia el este para seguir aprovechando nuestra suerte. Los marineros de Taugast sabrán llegar a mi hogar, de modo que volveré en uno de sus curiosos barcos de velas con forma de caja, con riquezas suficientes como para ocupar la cubierta entera. Tras haber llegado hasta aquí, no sería capaz de dar vuelta ahora.
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