Capadocios

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Solo Cappadocius recuerda el tiempo en que se alzaba la ciudad de Enoch, habiéndolo presenciado todo tan claramente como si lo hubiese escrito él. Cappadocius no Abrazó a ningún chiquillo durante las noches del reino de Enoch, ni tampoco en la época de la Segunda Ciudad. Cappadocius no era un solitario como Caín, pues el Abrazo no era una maldición para nuestro fundador. Más bien, le dio la oportunidad de estudiar la cuestión que embruja a los hombres hasta el día de hoy: el misterio de la muerte. Fascinado por las complejidades de la no-vida, Cappadocius consagró sus horas de vigilia a desvelar sus secretos. Aprendió y estudió y experimentó a lo largo de los años, mientras los demás chiquillos de Caín luchaban y quemaban y destruían. Se guardó sus descubrimientos para sí, compartiéndolos a veces con Ventrue y Saulot, pues no quería cargar a otros con el peso de resolver el enigma del corto ciclo de la vida. Muchos Capadocios creen también que el fundador del clan no quería compartir su sabiduría y la mantuvo en secreto.

Cuando el Diluvio cayó sobre la Tierra, el fundador no estaba más cerca de contestar el eterno enigma. Cuando llegó la traición parricida que precipitó la caída de la Segunda Ciudad, Cappadocius se dio cuenta de que la respuesta se le mostraba esquiva porque no comprendía la pregunta. Por lo tanto, Cappadocius decidió crear chiquillos. Huyendo de la ruina de la Segunda Ciudad a su tierra natal, hoy en manos de los turcos seleucidas, Cappadocius Abrazó al primero de su progenie, un simple viajero llamado Caias Koine. Fue entonces cuando Cappadocius tuvo por primera vez sus visiones precognitivas. En ella, nuestro fundador se vio rodeado por un grupo de sus chiquillos, que se lamentaban por la pérdida de algo desconocido.

Compartiendo su sueño con su chiquillo Caias Koine, ambos abordaron aquel nuevo misterio con una pasión que rivalizaba con la de su búsqueda de una respuesta al enigma de la muerte. Cappadocius y Caias crearon a más progenie para que les ayudasen en sus estudios, incluyendo a Japheth y Lazarus, que les consolaron a lo largo de los milenios y les ayudaron a buscar las respuestas que les eludían. Viajaron por todo el mundo, contemplando la ascensión y caída de los reinos, alimentándose cuando lo necesitaban y descubriendo nuevas pistas a cada paso. Cappadocius habló con Zoroastro y Buda, recibiendo más conocimientos de estos profetas en su búsqueda del misterio eterno. Recorrió las tierras de Babilonia con el gran Nebuchadnezzar y vio los Jardines Colgantes. Conversó con Alejandro el Bárbaro e inquirió a Tolomeo. Tuvo largas charlas con Antíoco de Seleucida y con la horda de pensadores griegos. Ninguno le dio las respuestas que necesitaba...

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