Variaciones Gangrel

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El viento hace ondear mi cabello mientras estoy en la azotea del teatro de la calle 99. A lo lejos, puedo oír el chillido de murciélagos perdidos en el cielo y los silbidos de una mujer caminando por la acera, ambos en busca de una presa. La noche se expande a mi alrededor, luces rojas y blancas se combinan en mi cabeza con azuladas lámparas de gas, antorchas calientes y las amarillentas linternas de los vagones de las caravanas del pasado. ¿Había alguna diferencia? ¿Importaba acaso? Estirando mis dedos con los brazos abiertos, salto de la azotea, girando ampliamente y describiendo un arco hacia el suelo que nunca llegaré a encontrar. Con el rápido fluir de la Sangre a través de mis frías venas, mis brazos se vuelven ligeros. Mis piernas se encogen y el peso de todo mi cuerpo cambia. Mi piel cosquillea y se cae, las plumas brotan de cada poro, mi rostro se ondula de la misma manera que un periódico adopta otra forma con el viento.

Estoy volando, ya no soy humano. Como si lo hubiera sido alguna vez. Esto es vida. No-vida, supongo. Esto es lo que significa “libertad”. No hay cortes de Vástagos ni Tradiciones vampíricas cuando vuelas por encima de los rascacielos: no hay política, ni favores, ni posición. Me compadezco de los demás, que no pueden escapar tan fácilmente de las cadenas con las que siglos de costumbre y avaricia los han atado. Calle tras calle, peino la ciudad y mis ojos de halcón captan cosas que mi vista humana pasaría por alto. Allí, en las sombras, me inclino, con las alas ladeadas respecto al viento según mi cuerpo gira y comienza a descender. Mis instintos se agudizan. Las garras se extienden. Un hombre está atacando a una mujer, su mano se alza para darle otro golpe. Ella se encoge y empuja su bolso hacia él, pidiéndole que tome sus pertenencias y se marche. Justo antes de que me vean, fuera del arco de luz de la farola, recupero mi forma humana. Soy 90 kilos de pura masa muscular que caen como un cohete con garras afiladas que chocan con la clavícula del hombre y la rompen al instante. Antes de que pueda gritar, mis pies tocan tierra y me revuelvo, aprovechando el agarre que he obtenido para estamparlo contra el suelo. Queda inconsciente sin saber siquiera qué lo ha golpeado.

La mujer me mira con el bolso aún colgando de los dedos. Comienza a balbucear un “gracias”. Entonces se percata de mis ojos amarillos, las plumas de mis antebrazos y los colmillos creciendo entre mis dientes. Quizás había creído que era alguna clase de superhéroe. Cuando desgarro la garganta del hombre y comienzo a alimentarme cambia rápidamente de opinión. Sus ojos se abren y sus labios se separan en el principio de un grito apagado. Más rápido que sus reflejos humanos, salto a su lado y agarro su cuello con la mano; pongo mi rostro a centímetros del suyo. —Ni una palabra, ni un susurro—. Sonrío llevándome un dedo a los labios manchados de sangre. Señalo hacia el cielo furtivamente y hago una mueca. —Estaré vigilando. —Vete. Ahora—. Aferrando su bolso y sus gritos contra su pecho, huye del callejón. Esto es inmortalidad. Esto es poder. Nadie podría darte más.

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