Más Vale Reinar en el Infierno

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Mis recuerdos más fiables son los del momento en que cobré consciencia de la Creación por vez primera. El sol y la luna ya existían, igual que las estaciones y los vientos que las traían. Poderosas montañas señoreaban sobre la tierra, y vastas extensiones boscosas se extendían hasta el mar, donde se alzaban y caían las olas, donde las infatigables mareas daban forma a la tierra. Ésta era la gloria de la Primeras Tierras. Aunque comprendo las muchas facetas en que existían —atómicas, potenciales— las vi por lo que eran. La salida y la puesta del sol marcaban el ritmo del ciclo de los seres salvajes, proporcionando calor y abundancia en verano, frío y precariedad en invierno. Mientras la Quinta Casa acunaba los mares y la Tercera Casa forjaba montañas, nosotros gobernábamos. Las Primeras Tierras y sus criaturas salvajes eran potestad nuestra, y esto englobaba todas las obras que creaban tu Casa y las demás.

Los Primeros Días

Ver los Primeros Días era como atisbar un pedazo de Cielo. Aún ahora, rotos y abandonados como están estos Primeros Días, se sigue apreciando su gloria. En los lugares ocultos de la Tierra se conservan los ecos. Las montañas se alzaban hacia el cielo, tan altas que tocaban las propias estrellas. Los ríos discurrían de un prístino azul, llenos de fuerza y propósito. Donde no estaba cubierto de bosques, el suelo se poblaba de colinas, adornadas con flores de todos los colores imaginables. Éste es el Edén que han olvidado los humanos. Recuerdan una imagen pastoral, pero la tierra era salvaje por aquel entonces, cargada de potencial indómito. En tanto que hermosa y sobrecogedora, era también feroz y despiadada. Había grandes bestias que hollaban la tierra cuando la Creación era joven y seguía descubriendo cuáles eran sus límites. Muchas formas surgieron y desaparecieron para siempre, no porque la Creación fuera imperfecta, sino debido a su potencial sin restricciones. La Sexta Casa se ocupó de establecer un orden natural. Los cazadores hacían presa en los viejos y los débiles, permitiendo así que los rebaños crecieran fuertes. Colaboramos con la Séptima Casa para conseguir el equilibrio, una tarea infinita e ingrata. Ése es el paraíso que yo recuerdo. Cuando corría junto a los cazadores veía Su rostro, el rostro de nuestro Padre, en toda Su gloria.

Adán y Eva

Fue a orillas de un lago que vi por primera vez a Adán y Eva, el Padre y la Madre de Todos. No se parecían a ninguna otra bestia del jardín, puesto que existían al mismo tiempo como individuos y como manifestaciones de lo infinito. Los espié de lejos, fascinado por su forma y su figura. Mirarlos era como mirar el potencial encarnado. Al contrario que los animales que gobernaba, el Padre y la Madre de Todos poseían el potencial de alcanzar la consciencia. Contemplaban las estrellas y la luna y comprendían que eran cosas distintas. Es más, conversaban. No existían en silencio, sino que expresaban sus pensamientos por medio de palabras, si bien imperfectas y básicas. Los seguí un momento, embelesado. Eva, delicada en sus movimientos, caminaba y tocaba todo cuanto veía. Adán era fuerte y resuelto, esbelto, extraordinariamente proporcionado. Eran criaturas de maravilla, inocentes frente al mundo que habíamos creado y los grandes dones que les habíamos regalado. Sólo conocían al propio Creador. Acudía a ellos todas la noches, y Lo adoraban. Era como si ése fuera su único propósito. Pero en lugar de apaciguarlos, de mostrarles el porqué de su singularidad, aceptaba su veneración en silencio.

¿Por qué negarles la gloria que era suya por derecho como verdaderos herederos del Edén? Eso era lo que empecé a escuchar que murmuraban algunos. Adán y Eva vivían sumidos en la ignorancia, ajenos a su potencial latente. ¿Por qué querría crear Él unos seres así para luego maniatarlos? Su dolor se convirtió en nuestro dolor, pues los amábamos tanto como lo amábamos a Él. Muchos de los de mi Casa pensaban que Adán y Eva no deberían estar fuera del orden de las cosas; que al hacerlo, se perdía el equilibrio de la Creación. Empero, nuestras órdenes eran protegerlos y guarecerlos, así que eso hacíamos. Con el tiempo su consciencia les permitió comprender que estaban solos: eran dos rodeados de una multitud de multitudes. Lo que nosotros creíamos maravilloso y majestuoso era para ellos incomprensible y amenazador. Lo que más temían era la sociedad, y lo que nos dolía era que no podíamos decirles que estaban acompañados de la Hueste en todo momento. Todas las mañanas le pedían a Dios que se quedara, pero Él siempre los dejaba solos y nosotros teníamos prohibido revelarnos ante ellos.

La Tormenta Inminente

—Se aproxima una tormenta —me dijo Ahrimal. Me había encontrado con él cuando se ponía el sol sobre el Edén, contemplando los primeros destellos del crepúsculo. Escruté con los ojos de las bandadas, enviándolas tan alto como me atrevía, pero seguí sin ver nada. —¿Estás seguro? No veo nada. —Ahrimal me miró, y vi la tormenta en sus ojos. La incertidumbre y la duda se arremolinaban como nubarrones, y en ellos atisbé lo que se avecinaba. El Gran Debate fue el primer heraldo de la tormenta. Ahrimal nos llamó a los salones lunares y habló de los terribles presagios que había contemplado. Muchos clamaban acción, y eso fue lo que nos dio Lucifer.

La Noche Interminable

A la noche siguiente, Lucifer y los que habían elegido seguirlo descendieron al Edén. Vimos de lejos cómo abría Lucifer los ojos de la humanidad, y en ellos vi la envidia por vez primera. Eva aceptó la oferta de Lucifer, pero Adán recelaba, vacilaba. Vio su puesto usurpado por el Portador de Luz, pero Eva buscó la mano de su compañero y juntos aceptaron la abundancia de nuestro sacrificio. Adán y Eva se convirtieron en muchos reflejos aquello noche, y su raza pronto se extendió por el Edén. Era como si al abrir los ojos, Adán y Eva se hubieran astillado en una multitud de potencial, donde cada fragmento tenía un camino distinto que seguir. Durante el transcurso de esta noche interminable, paseamos de la mano con la raza de Adán y Eva. Surgieron soberbias ciudades en medio de las tinieblas, y la raza de Adán y Eva pisó el umbral de la perfección. Es la única vez que consigo recordar que amáramos y fuésemos amados a cambio. Pero no podía durar.

El Amanecer del Juicio

Amaneció la mañana siguiente, pero el sol fue suplantado por la ira abrasadora de Miguel. El caudillo de las fuerzas del Cielo había venido para juzgar a sus hermanos descarriados. Miguel nos ordenó que regresáramos al Cielo para afrontar nuestro juicio, pero Lucifer lo desafió. El Portador de Luz salió al encuentro de Miguel en las alturas sobre el Edén, y allí se enzarzaron en batalla. La temeridad de Lucifer cogió por sorpresa a Migue, y aunque sus fuerzas estaban igualadas, era evidente que el caudillo del Cielo no podría hacer daño a su antiguo señor. La batalla tocó a su fin en un suspiro y Lucifer se alzó con la victoria. Muchos instaron al Lucero del Alba a comandar la carga contra el Cielo en persona, pero él se negó. —En el Cielo —dijo el Portador de Luz—, Él y la Hueste son poderosos. Pero aquí, en las tierras que hemos ayudado a moldear y que son la manifestación de nuestra voluntad, la ventaja es nuestra. “Hemos desafiado al Cielo por el amor que profesamos a Adán y Eva, el mismo amor por el que presentaremos batalla aquí y ahora.” Lo que ocurrió a continuación fue el comienzo de nuestro tormento, el final de los Primeros Días y el alba de la Edad de la Ira.

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