Parte 01: Sin Restricciones

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Durante le Edad de la Ira, fue nuestro turno de crear nuestro propio paraíso. Nunca antes había visto la Tierra tales prodigios, tanta decadencia y tiranía como en aquellos días. Cuando Miguel y su Hueste se retiraron, varios de nuestra legión y un cuarto de la raza de Adán y Eva siguieron a los leales. La primera batalla se había saldado a nuestro favor, pero ninguno sabíamos a qué precio. ¿Lo sabía Lucifer? ¿Nos había traicionado meramente para eludir el juicio del Cielo? Muchos de nosotros nos congratulamos, pensando que la victoria era nuestra.

El Juicio

Cuando terminaba aquel primer día, muchos presintieron lo contrario. Los exploradores que habían seguido a los leales informaron de que la Hueste Celestial estaba preparando sus defensas, pero muchos de nuestra legión vieron esto como otra prueba de que la victoria era nuestra. Qué equivocados estábamos. Comenzó con una brisa que cobró fuerza y poder hasta que su aullido resultó ensordecedor.

Levantaba a su paso la arena y la piedra, desollaba la tierra y separaba la carne del hueso en cuestión de segundos. En las alturas se arremolinaban negros nubarrones, más negros de lo que parecía posible, erizados de relámpagos, y abarcaron el horizonte en una sombra tal que incluso la tierra parecía resentirse de su peso. Entre las nubes reunidas se manifestó Su ojo iracundo, el infinito fue forzado a lo finito por la fuerza de Su cólera. El equilibrio que hubiera existido antes desapareció, e hizo sentir Su ira. El que antes había sido nuestro Padre era ahora nuestro enemigo. La ira de Dios no conocía límites. Nada de lo que había creado salió ileso.

Cuando se dispersaron las nubes, las Primeras Tierras habían dejado de existir. No quedaba nada del Edén, salvo las ruinas de sus puertas, cuya localización sólo conocíamos un puñado. A lo lejos, yermos desiertos desolados convertían en arena lo que antes fueran exuberantes vergeles. En las alturas, las montañas hendidas proyectaban sobre el mundo negras nubes ponzoñosas, entrando en erupción a intervalos en medio de una cacofonía de fuego y roca fundida. Los mares, otrora serenos, rugían y se estrellaban contra la tierra, extrañas sus profundidades aun para los rebeldes de la Quinta Casa. La tierra misma se abría para devorar vastas llanuras y dejar grandes garras de piedra que surgían del suelo. Terribles tormentas de violenta lluvia y viento feroz azotaban el paisaje. Negado el Cielo, ése era ahora nuestro mundo.

El Nuevo Orden

Cuando amainaron los vientos, Lucifer nos condujo a nuestro mundo roto. Si alguno de nosotros albergaba dudas acerca de la rebelión, ver la Creación en ruinas fortaleció nuestra resolución para afrontar la ardua batalla que teníamos por delante. Nuestra hueste estaba maltrecha, el sabor de la victoria había sido reemplazado por el aturdimiento y la desolación. Cuando nos alumbró la luz de la segunda mañana, comprendimos que este hogar era también nuestra prisión. Pero aún teníamos una deuda con la humanidad, y la sacamos de las cuevas a la luz del día. Sus caras largas y demudadas hablaban por sí solas de la devastación que tenían ahora ante sí. Parecían meros reflejos de la gloria de Adán y Eva.

La Legión Escarlata

Fue Lucifer el que vio potencial, y no ruina, en aquel paisaje desolado.

—No desesperéis —exclamó el Portador de Luz—. Esto es sólo el principio. Conocemos Su ira, pero Él desconoce nuestra resolución. Nos hemos enfrentado a Su rabia y hemos sobrevivido. No miréis las tierras heridas que se extienden ante vosotros y perdáis la esperanza. Han desaparecido muchos prodigios, muchas de nuestras obras. Lo que queda no es sino un pálido reflejo, pero forjaremos nuevas maravillas. Enseñaremos a nuestros protegidos, los hijos e hijas de Adán y Eva, cómo desarrollar su verdadero potencial... y este logro será nuestro, no Suyo. Ésta será nuestra mayor proeza. Si antes dimos forma a la Creación para Él, ahora moldearemos la tierra de acuerdo a nuestros deseos.

“Quizá la tierra esté arrasada, despreciada, pero no para nosotros. Nosotros la creamos de la nada... ¡imaginad lo que podemos hacer ahora! Desafiaremos a Su Hueste y Su voluntad. Pelearemos por Adán y Eva, los protegeremos y velaremos por ellos. Hemos renunciado a Él, pero nuestro amor pertenece a Adán y Eva. Recordadlo siempre.”

Muchos se mostraron de acuerdo. Nos reunimos en torno a Lucifer, heraldos de su visión. Con el tiempo, se nos llamaría la Legión Escarlata en el idioma mortal. Creíamos en Lucifer y en su causa. Vimos en las ruinas que nos rodeaban la oportunidad de enmendar los errores del Creador, de enseñar a Adán y Eva y habitar un nuevo paraíso. Creceríamos hasta ser la legión más numerosa de aquellos primeros días, con Lucifer como nuestro líder, mentor y general. Las filas de la Legión Escarlata estaban llenas de Diablos de la Primera Casa y Malefactores de la Tercera. Se sumaron algunos Corruptores, al igual que caídos de otras Casas. Destacaba entre nosotros Belial, el primero de los tenientes de Lucifer.

La Legión de Ébano

Empero, no todo era perfecta armonía. Abadón salió al frente con semblante feroz, la esencia encarnada de los Devoradores.

—He visto suficiente. Su castigo es desmesurado. Juro que hasta el fin de los tiempos habré de enfrentar mis hermanos a Él y su Hueste. Renuncio a la paz, renuncio al amor. Sólo reconozco el odio, y éste será el fuego que alimentará nuestras fuerzas. Mi Legión arrostrará la Hueste en todo momento, muchos de los nuestros dejarán de existir, pero jamás daremos cuartel. Aquí comienza la batalla. Nadie sabe cuándo acabará, pero nuestros corazones están decididos.

Y para ti, hermano —respondió Lucifer—, es el mando de una quinta parte de nuestras tropas, las más fuertes. Encabezaréis la vanguardia.

—Eso no es todo —continuó Abadón—. Los humanos nos han cegado. Son el Padre y la Madre de Todos los que nos han engañado, Lucifer. Es por su culpa que se ha declarado esta guerra, y nuestro deber de combatir obedece a unos seres que no saben nada.

“También yo veo el potencial de este paisaje y estos mortales. Pero han de ser herramientas, no reliquias que guardar. Hemos desafiado al Creador por ellos, y a cambio ellos reconstruirán el paraíso para nosotros.”

“Les enseñaremos nuestros secretos: cómo cazar en estas tierras, cómo dominarlas. A cambio, ellos nos profesarán amor y lealtad. Hemos hecho el sacrificio definitivo por ellos, de modo que estarán siempre en deuda con nosotros. Son instrumentos de nuestra cruzada contra el Cielo.”

De ese modo se reunió la Legión de Ébano. A sus filas acudieron muchos de la Sexta Casa, todos ellos ansiosos por demostrar que el Cielo se había equivocado. Los señores del aire, los Azotes, se unieron a su vez. Las demás Casas aportaron un número igual de partidarios.

La Legión de Hierro

Cuando la hueste congregada escuchó las torvas palabras de Abadón, Dagón, el gigante de piedra y hierro, se cruzó de brazos y habló con una voz semejante a una avalancha.

—Oigo a Abadón, y no pienso restar importancia a su ultraje —dijo el gigante—. Pero por mi parte, digo que la humanidad se merece nuestra devoción, no nuestro desprecio. ¿Cómo podemos culparlos de las elecciones que tomaron nuestros corazones? Si los consideramos apenas meras herramientas, deshonramos nuestro propio sacrificio. Dagón se volvió hacia Lucifer, y su mano ardió con el calor de la tierra cuando la alzó para saludar al Lucero del Alba.

—¡Que acudan a mi lado aquellos que honran al Portador de Luz y recuerdan su divino deber! ¡Nosotros seremos la muralla que no podrán traspasar los relámpagos del Cielo!

De ese modo Dagón se convirtió en el tercero de los grandes tenientes de Lucifer, rodeado de la mayor parte de los Malefactores y muchos de nuestros aguerridos Devoradores. Pese a los horrores que habrían de sucederse más tarde, la legión no abandonó su deber en ningún momento, ni se deshonraron sus integrantes cometiendo atrocidades contra hombres ni ángeles. La Legión de Ébano se burlaba de ellos, pero nunca igualó su talento con las armas en el campo de batalla.

La Legión de Plata

Luego Lucifer llamó al sabio Asmodeo, de la Cuarta Casa, navegante de las estrellas.

—Para ti, otro quinto de nuestras fuerzas. Si la Legión de Ébano marcha hacia la batalla, tu legión y tú desentrañaréis los misterios y el potencial de los mortales y de estas tierras. Vosotros habréis de descubrir sus secretos. Revelaréis Sus mentiras y mostraréis a la Hueste el error de sus acciones. Donde esté prohibido pisar, caminaréis vosotros. Donde esté prohibido pronunciar palabra, vosotros hablareis. Romperéis todos los tabúes. No habrá límites que no crucéis en vuestra búsqueda de la verdad.

—Así sea —respondió Asmodeo—. Veo ante mí un potencial ilimitado... no sólo el potencial prescrito según Su plan, sino un potencial verdaderamente inimaginable. Nos esforzaremos por encontrar lo que había ante Él cuando Él estaba ante nosotros. ¡Encontraremos la oscuridad que engendró la luz de Dios pues sólo en presencia de la oscuridad puede alumbrar la luz!

“En cuanto a nuestros protegidos, la raza bendita y maldita a un tiempo de Adán y Eva, seremos sus maestros. Sus formas ocultan un potencial que alimentaremos y desataremos. Hablarán el idioma celestial y convertirán esta tierra en un Paraíso. Cuidaremos de su simiente hasta que florezca y estremezca los mismos cimientos del Cielo con sus torres y sus logros. No descansaremos hasta conseguirlo.”

El conjunto de los Perversos se reunió bajo el estandarte de Asmodeo, al igual que muchos Corruptores, ansiosos por compartir su existencia con los hijos de Adán y Eva.

La Legión de Alabastro

Empero, no todas las Casas habían elegido bando. Los silenciosos, los Verdugos, decidieron seguir su propio camino. Lucifer se fijó en ellos y dijo:

—Seguiréis vuestro propio camino siempre y cuando escuchéis la llamada a las armas. Por ahora, Azrael, antes bendito Ángel de la Sombra, reúne a los Sin Bando y erige tu propia fortaleza. Os llamaremos cuando llegue la hora. De momento, vuestra misión consiste en renovar la raza de Adán y Eva. Lejos queda su inmortalidad. Al igual que el barco en el que fueron esculpidos, deberán regresar a la tierra. Azrael esuchó estas palabras y respondió:

—Hermano Lucifer, portador de la luz y temible general. Moraremos en la sombra y esperaremos ese día. Nos ocultaremos donde la Hueste se resista a buscar. Reuniremos nuestras fuerzas y aguardaremos la llamada. Ahora es momento de partir. Dicho esto, el peregrino de las sombras se marchó, llevándose consigo una considerable porción de los caídos de la Séptima Casa y de otros indecisos.

De ese modo nacieron las legiones. A continuación, el Lucero del Alba declaró que las antiguas jerarquías debían desaparecer a favor de nuevos rangos y títulos. Los caídos fueron investidos de autoridad basándose no en juicios arbitrarios, sino en sus talentos y su fuerza. Es más, el sistema de rangos era fluido. Aquel rebelde que hiciera méritos podría ascender a un puesto de mayor autoridad, concepto que nos sorprendió y maravilló. Lucifer se declaró príncipe entre los caídos, y sus cinco tenientes recibieron el nombre de duques. Bajo ellos se encontraban los tenientes de las legiones, llamados barones, y luego los caudillos, los señores y los feroces caballeros, campeones de las compañías de las legiones. 

Edictos e Intercesiones

Lucifer, de pie ante sus legiones, se dirigió a nosotros.

—Hermanos y hermanas, no os lamentéis por lo que habéis perdido. En vez de eso, pensad en lo que habéis ganado. Pronto abandonaremos esta llanura, daremos la espalda a sus cenizas y su desolación y levantaremos nuestros reinos a partir de las ruinas del Paraíso. Cada uno de vosotros presidirá una hueste de nuestros protegidos mortales. Protegedlos y alimentadlos, pues hemos renunciado al Cielo por su bien. En verdad ahora hemos caído.

“Enorgulleceos de vuestro nuevo nombre. Hace falta coraje y compasión para desafiar al Cielo, mientras que la obediencia ciega no precisa sino temor. Hemos arrostrado nuestros temores y hemos vencido, ahora somos dueños de nuestro propio destino.”

“Conducid vuestros rebaños a los confines de la Tierra y alzad grandes ciudades donde nunca nadie estuvo antes. Coged a los mortales que queráis de entre los que están con nosotros. Los dos primeros, no obstante, Adán y Eva, no ser irán. Han elegido seguir su propio camino, y respetaremos sus deseos.”

El Segundo Debate

Poco después de la rebelión, se produjo un segundo debate a propósito de qué hacer con aquellos mortales que habían decidido seguir a Miguel. La Legión de Ébano defendía que cualquier mortal que estuviera bajo la bandera de la Hueste estaba perdido. Muchos Verdugos y los miembros de la Legión de Hierro, en cambio, sugerían lo contrario. Las legiones deberían esforzarse por convertir a esos mortales y mostrarles las maravillas a las que tenían derecho como hijos de Adán y Eva. De nuevo fue Lucifer el que zanjó las diferencias.

—Lo han elegido a Él —proclamó Lucifer—. Han renunciado a nuestros dones, a nuestro amor. Han decidido volver la espalda a nuestro sacrificio, y aun así, miradlos. Inspiran lástima, ajenos a la batalla que se libra en torno a ellos y por su causa.

“Por este motivo no los abandonaremos, ni acudiremos abiertamente a ellos, sino plantaremos las semillas y esperaremos que fructifiquen y los impulsen a romper sus grilletes. Es una elección que han de tomar por sí solos. Si nos eligen, acudiremos como salvadores. Éste es mi decreto.”
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