Parte 14: El Castigo Divino

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Mientras los leales humanos se alejaban, Miguel y sus legiones montaban guardia sobre ellos... sin necesidad, diría yo. Había tomado su decisión y la idea de obligar a alguien a hacer algo en contra de su voluntad... a ningún ángel se la había ocurrido eso todavía. Pero mientras Miguel asistía a su partida, volvió a dirigirse a la Hueste Impía.

—Obstinados en la herejía y la insurrección, sabed que os habéis condenado por vuestra propia boca y que os habéis castigado por vuestra propia mano. Cada uno de vosotros conocerá su tormento más refinado, tronos poderosos y ángeles modestos por igual. Desde la Casa más alta a la más baja, saboreareis la bilis amarga del arrepentimiento.

“¡Rebeldes del Segundo Mundo! Vuestro castigo es una nueva responsabilidad, pues ahora vuestro reino tendrá que crecer sin supervisión. Os nombro Halaku, los Verdugos, y vuestro trabajo no terminará nunca. Es vuestro sino llorar de agotamiento, puesto que la guerra inminente recogerá una cosecha de muerte innecesaria. Los campos arderán antes de la siega y los animales morirán antes de dar a luz a sus crías. Pero lo peor de todo es vuestra nueva tarea: segar las vidas de los que amáis. —Miguel esbozó un rictus—. Sabed una cosa. Con vuestra sublevación, habéis abierto vuestro reino a la humanidad.”

El lamento de los Halaku se alzó igual que una bandada de cuervos vociferantes, pero la voz de Miguel se impuso al estruendo.

—¡Rebeldes de la Casa de la Naturaleza! Habéis abusado de vuestro poder para conseguir vuestros objetivos, en lugar de confiar en el curso natural de las cosas. Como castigo, vuestros antiguos sirvientes se multiplicarán sin control, escaparán a vuestro control y os despojarán de autoridad. Os nombro Rabisu, los Devoradores, y habréis de vivir para ver cómo los dientes de las bestias arrancan la carne de los huesos humanos. Vuestra sublevación le ha costado a la humanidad su lugar privilegiado entre las criaturas de la naturaleza. De ahí que las bestias hayan de verlos meramente como bestias iguales, de las que alimentarse o huir. Al escuchar estas palabras, el poderoso Grifiel y sus seguidores aullaron de rabia, y se habría lanzado temerario al ataque de no haberlo retenido varios Fundamentales.

—¡Monstruo! —rugió—. ¿Cómo puedes castigar a la humanidad por la infracción de los ángeles? Ellos, al igual que tú, han tomado su decisión. Ellos, al igual que tú, sufrirán por ello. Ellos, al igual que tú, verán la pérdida y el sufrimiento de los que más aman. Con los ojos encendidos de malicia, Miguel continuó desgranando su condena.

—¡Rebeldes de las profundidades! Habéis buscado extender la mente de la humanidad, para que pueda abarcar una multitud de posibilidades. Sabed que habéis conseguido más de lo que pensabais, puesto que sus conocimientos habrán de escapar incluso a vuestra imaginación. Crecerá hasta que sus mundos interiores eclipsen el exterior, hasta que cada uno de ellos sea una isla dentro de su propio pensamiento. Crecerá hasta la hoja de la verdad se pierda en el bosque de las mentiras. Os nombro Lammasu, los Corruptores, y os condeno a ver cómo se empaña y encubre la verdad que ansiabais glorificar. Los lamentos de los Corruptores se sumaron a los quejumbrosos llantos de los Verdugos y los aullidos de la naturaleza, pero todo eso no era más que un mero contrapunto para la melodía principal de las palabras condenatorias de Miguel.

—¡Rebeldes de los Azares! Habéis enseñado a la humanidad a mirar hacia el futuro: Sabed ahora que ignorarán el pasado, sí, y también el presente. Pretendíais mostrarlo todo lo que pueden lograr. En vez de eso, verán cuánto han dejado sin acabar. Os nombro Neberu, los Perversos, y a vuestros pies tiendo este crimen: que habéis despojado a la humanidad de su satisfacción, cambiándola por interminables paisajes de anhelo, envidia y codicia.

“¡Rebeldes del Fundamento! Buscabais dar al hombre el control sobre la materia. Sabed que vuestra ambición no se verá nunca cumplida. El conocimiento y la habilidad del hombre están destinados a aumentar, pero su extensión estará siempre fuera de su alcance. Al buscar continuamente más poder sobre el mundo material, sus ciegos tanteos habrán de desencadenar una devastación mayor de la que podría soñar jamás la naturaleza desatada. Os nombro Annunaki, los Malefactores, y las herramientas que deis al hombre estarán abocadas a volverse en su contra y herirlo.”

“¡Rebeldes del Firmamento! Os nombro Asharu, los Azotes, y os imparto esta maldición: Todos los hombres estarán destinados a morir. Todos, sin excepción. Incluso aquellos que escapen a la enfermedad, al infortunio y a la iniquidad terminarán cayendo en manos de los Verdugos. La humanidad está ahora en manos del tiempo, y su crecimiento significará también su corrupción, la debilidad de la mente y la fragilidad del cuerpo, hasta que incluso el más fuerte se torne débil, e incluso el más sabio se vuelva senil. Podéis seguir vigilándolos si lo deseáis, como estoy seguro que haréis, pero hacedlo sabiendo que todos vuestros esfuerzos serán siempre en vano.”

Por último, la nueva voz de Dios sobre la Tierra se volvió hacia la última Casa, la mayor, la Casa del Amanecer. Todos nosotros nos pusimos en pie, dispuestos en filas, inmóviles, preparados para cualquier sorpresa, cualquier castigo... salvo el que nos sobrevino.

—Rebeldes del Amanecer —dijo Miguel, e hizo una pausa—. Os nombro Namaru, los Diablos. Sin más, su hueste y él se marcharon.

Abandonados

—Espera, espera, espera —objetó Matthew—. ¿Ése fue todo vuestro castigo? ¿Os puso un nombre?

—No, no... para comprender este castigo, tienes que escuchar lo que no dijo.

—¿Lo que no...? ¡Pero si no dijo nada!

—Exacto. Nuestro castigo consistió en no ser castigados.

—Pues perdona si no me parece gran cosa.

—Verás, podríamos haber soportado estoicamente cualquier maldición, cualquier castigo, cualquier abuso. Pero no estábamos preparados para ser ignorados. ¿Te das cuenta? Nuestro castigo consistió en ser indignos de Su atención. Ni siquiera nos merecíamos una maldición que considerar propia. —Gaviel se revolvió en su asiento, súbitamente inquieto—. Pero la maldición definitiva estaba aún por venir.

La Ira de Dios

Tras la marcha de Miguel, los rebeldes, ángeles y hombres por igual, nos preguntamos qué ocurriría a continuación. No tuvimos que esperar mucho. Los Azares —o Perversos— previeron el movimiento de Miguel y su Coro hasta una posición próxima a los leales humanos, y los exploradores Azotes y Diablos confirmaron que se trataba de una táctica defensiva. Al principio pensamos que se trataba de un error, puesto que no teníamos intención de atacar a ningún humano. Pero no era para defenderlos de nosotros. Estaban allí para protegerlos del fin del mundo. Pues el siguiente ataque no fue una batida de ángeles, ni una proclama, ni un desafío. Lo que vino a continuación fue la cólera del propio Dios. Dios ordenó siete filas de Elohim mediante las que filtrar Su Divinidad sin riesgo, para no desequilibrar un cosmos frágil. Ahora... lo infinito tocó lo finito. Podría decir que Dios partió el mundo por la mitad, que apagó el sol, que destruyó la bóveda estelar... pero lo cierto es que no hizo falta tal esfuerzo.

La caricia más liviana de la mano omnipotente de Dios bastaba para arrasar las esferas, para cambiar las órbitas perfectas de los planetas en elipses en lugar de círculos. La fricción de lo Interminable sobre lo Finito fue suficiente para traer el caos a los engranajes ordenados de la naturaleza, suficiente para tambalear las órbitas de los electrones, suficiente para inclinar el eje del mundo, suficiente para plegar unas facetas sobre otras. La entropía entró en el mundo con el toque vengativo de Dios... una herida que no sería letal de inmediato, pero por la que aún se desangra el universo. Ahora miro el mundo y veo un cascarón maltrecho y vapuleado donde antes estaba el Paraíso. Los humanos viven las maldiciones lanzadas sobre sus protectores, mientras la propia realidad avanza inexorablemente hacia el Olvido. La guerra aún había de librarse, pero tendríamos que haber sabido en ese momento que estábamos condenados.

El Fuego del Cielo

—¿Así que quieres culpar a Dios de todo lo que va mal en el mundo? Gaviel parecía exhausto. Su respuesta sonó cansina.

—Me dirás que Le obligamos.

—Perdona, pero cuesta creer que un Dios todopoderoso de amor infinito quisiera fastidiar Su propia creación.

—Si no Él, ¿quién? Matthew no dijo nada, pero arqueó una ceja. Gaviel meneó la cabeza.

—¿Nosotros? ¿Piensas que lo hicimos nosotros? Hace una hora, no querías creer que habíamos creado el universo, ¿pero ahora estás dispuesto a suponer que teníamos el poder necesario para destruirlo?

—¿Acaso no es siempre más fácil corromper que crear?

—¡NO, NO LO ES! De repente, la forma del despacho ya no era la de su hijo. Tampoco era la gloriosa aparición que había visto en la calle, aunque conservaba las mismas alas y el mismo rostro perfecto. Pero si el Gaviel de fuera había parecido puro y sereno, el semblante de esta criatura estaba deformado por el tormento, descompuesto de rabia, nublado por la vergüenza y el pesar.

—¡FUIMOS HECHOS PARA CREAR, PARA MEJORAR, PARA AMPLIAR VUESTRO MUNDO! ¡ÉRAMOS CRIATURAS DE PUREZA, VERDAD Y AMOR! ¡CUANDO APRENDIMOS A ODIAR, EL HOMBRE NOS ENSEÑÓ! ¡CUANDO APRENDIMOS A MATAR, EL HOMBRE NOS ENSEÑÓ! ¡CUANDO APRENDIMOS A MENTIR, A SER CRUELES Y A DESTRUIR, LO ÚNICO QUE HACÍAMOS ERA MEJORAR VUESTRAS INNOVACIONES!

“LA GUERRA ERA, AL PRINCIPIO, UNA GUERRA DE ÁNGELES, LIBRADA CON ESPADAS DE CORTESÍA Y FLECHAS DE HONOR. PERO UN HOMBRE REBELDE VIO QUE LA TRIBU DE SU HERMANO GOZABA DEL AMOR DE DIOS, MIENTRAS QUE ÉL Y LOS SUYOS ESTABAN RELEGADOS A LA OSCURIDAD DEL EXTERIOR. Y ESTE PARIA ANSIABA EL AMOR Y LA MISERICORDIA DE DIOS. DE MODO QUE CUANDO VIO A SU HERMANO REALIZANDO UN SACRIFICIO, DECIDIÓ IMITARLO. Y SE DIJO QUE ACTUABA IMPULSADO POR LA REVERENCIA. SE DIJO ADEMÁS QUE AMABA A SU HERMANO, QUE LO QUE ESTABA HACIENDO ERA RECTO Y JUSTO, Y QUE SI DIOS LE EXIGÍA LO QUE MÁS QUERÍA, NO TENÍA MÁS REMEDIO QUE SATISFACER SU CRUEL DEMANDA.”

“PERO ESE HOMBRE... EL PRIMER ASESINO, EL PRIMER MENTIROSO, EL PRIMER IMPOSTOR... ODIABA A SU HERMANO TANTO COMO LO AMABA, Y ODIABA A DIOS TANTO COMO LO AMABA, Y DISFRUTÓ CONVIRTIENDO SU CRUELDAD EN LA CRUELDAD DE DIOS.”

“ÉSA FUE LA CAÍDA, MORTAL. ÉSE FUE EL PRIMER PECADO. Y NO LO COMETIÓ NINGÚN ÁNGEL, NI NINGÚN DEMONIO. NOSOTROS NO MATÁBAMOS A NUESTROS HERMANOS. NO MANCILLÁBAMOS A DIOS CON NUESTROS DESEOS MÁS BAJOS. NO DECÍAMOS MENTIRAS E INTENTÁBAMOS DISFRAZARLAS DE VERDAD.”

Matthew se acobardó ante la espantosa majestad de la figura, con los ojos firmemente cerrados de terror, con las lágrimas prendidas en sus comisuras. —Jesús —gimoteó—. Oh Jesús, oh Señor, Dios Santo, oh Jesús, por favor, por favor, por favor... Se calmó, gradualmente. Lentamente, cayó en la cuenta de que la luz que tenía ante sí se había atenuado, que la voz atronadora había enmudecido. Pugnando por contener sus sollozos, por recuperar el control, la compostura, temblando... abrió los ojos. De nuevo, la figura que tenía delante era la de su hijo. Noah tenía la vista clavada en el suelo, abatidos los hombros, marcados los rasgos por la desdicha y el arrepentimiento.

—Lo siento, Matthew. El pastor engulló una bocanada de aire. Por un instante, quiso hablar pero no pudo. Intentó beber un poco de café, pero le temblaban tanto las manos que la taza, ya fría, le golpeaba los labios y los dientes.

—Sé... sé... lo que quieres de nosotros —susurró al fin. Gaviel no dijo nada. —La... la chispa divina. La voluntad de Dios que hay en nuestro interior. Es eso, ¿verdad? Lo único que nosotros tenemos y vosotros no. Gaviel asintió y luego habló, en voz baja, con la voz de Noah:

—Vosotros tenéis fe.
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