Durante la Segunda Guerra Mundial los Kuei-jin japoneses se dedicaron sin tapujos a sus venganzas personales contra los opresores y manipuladores chinos. La guerra mortal se libraba a cientos de kilómetros y la voluntad divina del Emperador reforzaría la resolución de las fuerzas humanas. Entonces, el 6 de agosto de 1945, la guerra llegó a Japón con su fuego impío sobre el cielo de Hiroshima. La primera bomba atómica explotó sobre la ciudad, acabando con cientos de miles de vidas en un instante. Tres días más tarde cayó una segunda sobre Nagasaki, con resultados similares.
Muchos Kuei-jin japoneses aseguran que en aquel momento sus sueños se vieron inundados por la risa de los Reyes Yama. Los efectos de las bombas atómicas aún son visibles en los Bishamon y los Genji. Aquella destrucción masiva, bautizada como "Los Incendios"; destrozó el tejido natural de la isla, envenenó el Chi y corrompió la comunión de los Kuei-jin nativos con las fuerzas naturales del país. La Casa Bishamon, la Corte nativa más antigua, sufrió (y aún sufre) los peores efectos: para muchos de ellos, el Chi contaminado del Japón postguerra daña y mantienen al mismo tiempo sus cuerpos: algunos han decidido dejar de ingerir esta energía venenosa ya que prefieren consumirse a seguir soportando su cruel sufrimiento.
Los demás Kuei-jin de Japón no han tenido que tomar esta decisión. Aunque las Cortes de los Hijos de la Sapiente (como los Genji) no sienten esta agonía, les preocupa lo que una ingestión continuada de esencia vital contaminada puede hacerle a sus cuerpos. Muchos creen que también les está matando lentamente y les transforma poco a poco en criaturas abominables. Nadie sabe lo que sucede en realidad (ni la velocidad a la que actúa), pero muchos Kuei-jin poseen poderes desconocidos hasta ahora que no saben controlar. Los hay que reciben con agrado estas nuevas magias, pero muchos temen que sean el primer paso hacia la locura o hacia una metamorfosis de horrendas proporciones.
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