En 1543, durante el Shogunato Ashikaga, los portugueses se convirtieron en los primeros occidentales que llegaron a la isla. Iniciaron el comercio con los japoneses dos años después y a su estela, en 1549, llegaron los misioneros jesuitas, los holandeses y otros europeos. Para complicar aún más las cosas, uno de estos misioneros era miembro de la Sociedad de Leopoldo. Tras descubrir la presencia de los Kuei-jin en la isla, solicitó que un pequeño destacamento de Inquisidores fuera enviado a Japón para destruir a las criaturas. Su llegada fue recibida fríamente entre los mortales y los Catayanos. Los cazadores de brujas occidentales perdonaron muy pocas de las capillas que se encontraban mientras arrasaban campos y aldeas persiguiendo a sus presas.
En 1639, cuando un grupo de Inquisidores especialmente fanático destruyó el viejo cementerio Yayoi (creyendo que se trataba de un enclave Kuei-jin), el Shogun decidió que había superado el límite. Expulsó a los jesuitas y a los demás europeos de la isla, salvo a los holandeses. Japón quedó cerrado a los extranjeros y seguiría así durante los dos siglos siguientes.
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