Para muchas personas sería duro elegir el peor destino: quemado o ahogado. Sin embargo, las almas que están en este infierno reciben ambas cosas. Al navegar por las aguas de los mares ardientes tienen la opción de quedarse en la superficie flotando, y soportar que sus prendas estallen en llamas, o de sumergirse para cocerse por propia voluntad. Incluso aquellos afortunados que encuentran una bolsa de aire, o un lugar de breve cobijo, son asaltados por el vapor sobrecalentado, que vigila porque no encuentren paz.
Este infierno alberga aquellas almas cuyos crímenes están relacionados con las aguas: piratas, contaminadores y tripulaciones amotinadas sufren aquí junto a aquellos asesinos que ahogaron o quemaron a sus víctimas. 
Como pago por sus crímenes, ahora se les deniegan las aguas del Reino Medio, fuentes de vida. Son forzados a cocerse eternamente, o a ahogarse en las agitadas olas de los Mares Ardientes.
No hay paz en la superficie. Los que consiguen evitar las resacas, los peces demoníacos, y las burbujas de vapor para llegar hasta ella, sólo encuentran una conflagración crepitante, que se eleva muchos metros por encima del rostro tormentoso de las olas. Cada parte del infierno es menos acogedora que la anterior, siendo la séptima la peor de todas. Los que consiguen escapar de este infierno llegan hasta las aguas de otras partes del Yomi, a menudo al mar de sangre que rodea Lanka o los vertederos de basura de la Ciudad Infame. Hay teóricos del Yomi que han especulado que sería posible alcanzar las aguas del río de la muerte desde este reino, pero nadie ha sobrevivido al intento.
Mientras que la superficie del agua es intolerable para cualquier criatura, el lecho oceánico no lo es. En las profundidades anidan las grandes ciudades de los Kani no Jigoku, retorcidos espíritus crustáceos que raramente son avistados en el Reino Medio. Han construido grandes urbes a partir de cristal volcánico y coral negro, donde torturan a las peores almas del dominio. Los inquietantes pilares de llama de sus forjas volcánicas pueden avistarse desde millas, a pesar de las oscuras profundidades. Los Kani no Jigoku son criaturas de gran artesanía y, a menudo, crean armas, reliquias y utensilios de tortura para sus aliados más humanoides, los akuma que sirven a su señora: la Emperatriz de las Perlas.
La Reina Yama nunca se dirige directamente a sus sirvientes, sino que se comunica a través de una serie de intrincadas profecías, interpretadas por los grandes sacerdotes de su culto. Se rumorea que habita en las mayores profundidades de este infierno, donde cualquier otra criatura implosionaría debido a la presión del agua. En ocasiones, tanto los condenados como los torturadores, juran haber visto una gran sombra moviéndose a unas millas delante de ellos. Si se trata de la Madre, o uno de sus más poderosos sirvientes, se desconoce, pero hay Kani que, debido a su desobediencia, herejía y fracaso, han visto sus ciudades completamente destruidas. Los supervivientes de dichos ataques afirman que un "pez demoníaco" de grandes dimensiones, no comparables con las de ningún otro en los Mares Ardientes, devastó sus asentamientos y devoró a las almas más impías. Se ha sugerido que la Reina Yama viaja al Reino Medio para crear grandes Tsunamis, erupciones volcánicas y tormentas que envíen aún a más gente a las profundidades, pero la mayor parte de esta sospecha es simplemente una terrorífica superstición del Quincunx. Si la Madre de las Profundidades visita el Reino Medio sus razones resultarían incomprensibles para los simples shen.
Las aguas del Mar Ardiente se encuentran tan saturadas con energía Yang que cualquier cosa que sea mínimamente inflamable estallará en llamas. Debido al intenso calor del agua, las almas que se retrasen mucho pueden encontrarse ardiendo bajo ella. Esa combustión espontánea es rara, pero generalmente fatal, ya que las aguas llenas de Yang corrupto alimentan esa hoguera hasta consumir todo lo que se halle a su alrededor. A diferencia de los mares del mundo físico, éste no es un reino de vida sino de muerte.
Lugares de Importancia
La Gran Falla
Lejos de las urbes de los Kani hay una herida abierta en el lecho oceánico. Esta sima parece ser una gran falla, que baja mucho más de lo que cualquier habitante del reino es capaz. Los altos sacerdotes de los Kani juran que es el hogar de su oscura diosa y reina. A menudo, llevan a traidores e intrusos para lanzarlos allí como sacrificio a la emperatriz. Los restos
regresan flotando, un tiempo después, libres de los cantos rodados que tenían en sus pies y se asientan a lo largo de la boca de la falla. Con el paso de los siglos, toda la longitud de la boca de la sima se ha ido cubriendo de un enorme arrecife de hueso formado a base de esos restos, y corren rumores sobre las terribles criaturas que crean sus cubiles en estos lugares.
El Keshi
En una calmada noche del pasado distante, un gran junco de guerra del Quincunx, el Keshi, ancló en una isla que era conocida por su reverencia hacia Haha no Fukami. Su tripulación, compuesta por tres wu de batalla exaltados, fue enviada allí para tratar con los akuma que infestaban la isla. Aunque no se encontró ningún infernalista, ni Kuei-jin, los magos menores entre los mortales que moraban allí asaltaron a los agentes del Quincunx con magias que los Kuei-jin consideraron "dones demoníacos que sólo podían provenir del Yomi." Al anochecer, los humanos de la isla fueron aniquilados. Los Catayanos se alimentaron bien y, después, pusieron rumbo de nuevo a la Corte de Hueso de Shanghái.
Nunca lograron llegar. La Madre de las Profundidades se manifestó en forma de dragón marino monstruoso y empujó toda la nave al Infierno de los Siete Mares Ardientes. La tripulación fue aniquilada rápidamente, y sus almas encontraron el camino hacia el reino de su asesina. El propio Keshi se fue a pique en las afueras de una de las ciudades de los Kani y, después de un tiempo, la nave entera comenzó a arder, presa por completo de las llamas. Se achicharraba de forma más ardiente y brillante que cualquier otra cosa en las inflamables aguas de ese dominio, pero las velas no se hacían cenizas y la madera no se deshacía, lo que fue considerado como un presagio poco armonioso. Los Kani enterraron la nave lejos de su ciudad. Se comenta que, a bordo, debía haber un gran tesoro del Quincunx, con gran cantidad de Chi que evitase la consunción. En realidad, es la tripulación quien protege la nave: habitan en su pecio, la única cosa familiar para ellos en este reino, y buscan defenderlo de la corrupción del Yomi. Esos fantasmas poderosos han vuelto a fletar el junco hasta la fiera superficie para rescatar almas de las manos 
de la Reina Yama, pero en todas las ocasiones ya estaban corruptas. Cada vez que los guardianes del barco descubren tal cosa, se vuelve a hundir sólo para alzarse llenos de esperanza la vez siguiente. La tripulación piensa que, cuando hayan rescatado un alma inocente del tormento de la Emperatriz de las Perlas, se les permitirá volver al Reino Medio.
Habitantes
Los habitantes más numerosos de los Siete Mares Ardientes son los Kani no Jigoku. Esos demonios crustáceos no son totalmente humanoides, pero pueden ponerse en pie de una forma tosca cuando la ocasión lo requiere. Sus conchas son de color rojo brillante, como las de cangrejos hervidos, y sus extremidades inferiores son tentáculos que les permiten nadar a inmensas velocidades a través del agua ardiendo. Sus pinzas son particularmente diestras.
Los Kani son totalmente leales a su Reina. Aunque ella no da órdenes per sé, su fervor fanático compensa esta falta de liderazgo. Tienen poco contacto directo con el Reino Medio, aunque hay alguno que, ocasionalmente, viaja allí como emisario para uno de los cultos de los archipiélagos, extendiendo la gloria de la Emperatriz de las Perlas.
Este reino, siendo rico en energía Yang, está poblado por toda clase de peces espirituales: calamares y escualos demoníacos que castigan a los impíos y les devoran el Chi. También se pueden hallar aquí diferentes elementales de agua, fuego y piedra cumpliendo con los deseos primordiales de la señora del lugar.
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